Mi año de descanso y relajación (Alfaguara, 2018), de Ottessa Moshfegh y traducido por Inmaculada C. Pérez Parra.
Cada vez que me despertaba, de día o de noche, me arrastraba por el luminoso vestíbulo de mármol de mi edificio y subía por la calle y doblaba la esquina donde había un colmado que no cerraba nunca. Me pedía dos cafés grandes con leche y seis de azúcar cada uno, me tomaba de un trago el primero en el ascensor de regreso a casa y luego a sorbos el segundo, despacio, mientras veía películas y comía galletitas saladas con formas de animales y tomaba trazodona y zolpidem y Nembutal hasta que volvía a dormirme. Así perdía la noción del tiempo. Pasaban los días. Las semanas. Unos cuantos meses.
Comienzo de Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh
Mi año de descanso y relajación (Alfaguara, 2018), de Ottessa Moshfegh y traducido por Inmaculada C. Pérez Parra, es un libro que me costó empezar. Estuve a punto de relegarlo a la estantería de libros por leer, donde podría quedarse años, sin exagerar. Pero me armé de valor y lo abordé. Y qué buena decisión, madre mía.
Este libro es una maravilla. Se presenta como un libro lleno de humor e ironía, que lo tiene, pero es mucho más. Esta es la historia, narrada en primera persona, de una joven de 26 años que decide hibernar en su piso de Nueva York durante un año, desde el verano de 2000 al de 2001 y sobrevivir a base de medicamentos, complejos vitamínicos, algún alimento y películas de Whoopi Goldberg.
Nuestra protagonista apenas contactará con el exterior, solo con su amiga Reva, su psiquiatra, el portero de su edificio y los egipcios que regentan el bar donde toma café alguna que otra madrugada. Esta es una novela cuya forma puede llegar a ser plana, pero su fondo es espléndidamente rico de matices. Yo ya estaba cansado de novelas empalagosamente bonitas. Prefiero historias amargas y escatológicas como esta.
Nuestra protagonista criticará la actitud de su padres, ahora muertos, hacia ella. Criticará a la sociedad de forma encubierta… Ella parece echar de menos tanto que encuentra en el acto de dormir la evasión de toda su vida, y se aferra a la soledad, al menos a la soledad interior, porque su amiga Reva es una pesada que la visita frecuentemente y que allana su casa, aunque sepa que la protagonista está dormida. Además de pesada, es envidiosa, estresada, alcohólica y bulímica. Quizás, asqueada de este contrapunto, la protagonista se convierte en una antisocial, hasta el punto de que no quiere ni mirar a los ojos de la gente cuando sale, como la canción.
Además de mucho humor, también hay mucha tristeza, aunque a priori no lo parezca. Hay momento absolutamente desoladores como cuando la protagonista cuenta la muerte de su padre o el desdén que su madre siempre sintió hacia ella. Y también me ha dado mucha pena la vida de su amiga Reva, que pese a encarnar el lado más criticable de la sociedad, he empatizado con ella. Cómo puede escribirse tanto dolor de forma tan sencilla y camuflada, he aquí un ejemplo.
En esta novela, nuestra protagonista dormirá todo un año, al contrario que la protagonista de una de mis películas favoritas que recomiendo ver a todo aquel que se precie: No dormirás (Gustavo Hernández, 2018). El final de la novela es estremecedor y emotivo, porque termina el 11 de septiembre de 2001, así que creo que no he de añadir nada más. Al fin y al cabo, me parece que esta es una novela en la que se camufla en los sueños de una joven el patetismo de una sociedad hipócrita y vomitiva. Esta es una novela que me gustará releer en un futuro y apreciar matices nuevos. Qué riqueza de emociones me ha acompañado durante su lectura. Qué maravilla de novela, léela.