Vengo de ese miedo (Tusquets, 2022), de Miguel Ángel Oeste.
La Bien Querida canta en Los jardines de marzo: «Todo el mundo tiene una infancia que resuena en las esquinas de su casa». En los rincones de Vengo de ese miedo (Tusquets, 2022) resuena la infancia de un narrador superviviente del pavor, del dolor y del trauma.
Esta novela de Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1973) está dividida en cinco partes, un viaje al infierno en cinco etapas donde el narrador habla de su familia y su niñez. Comienza en 2010 y continúa hasta la actualidad y analiza desde que era un niño hasta ahora, que es padre. Al inicio, el protagonista se ve incapaz de visitar a su padre porque le tiene miedo. De cara al público, este se mostraba afable, pero en su casa agredía y humillaba a su mujer e hijos, sobre todo al narrador, por ser el mayor. Ahora, de adulto, rememora ese daño físico y psicológico que su padre le infligió buscando en la escritura alguna respuesta.
«Quiero matar a mi padre» es la frase lapidaria que da comienzo a la novela y que deja entrever la deriva de la misma. Esa idea freudiana se refleja aquí en toda su literalidad, para continuar: «Para mí ha sido muy difícil querer a mi padre, pero tampoco ha sido fácil odiarlo». Porque un padre es una persona a la que difícilmente se le quiere y se le odia.
El narrador sigue viendo a su padre con el miedo que sentía de niño. La violencia doméstica y la casi certeza de que su padre mató a su madre, los recuerdos tristes y el sufrimiento, los acontecimientos en torno a la familia, todo ello marcó las circunstancias en que creció.
Primero escribe acerca de sus abuelos y tíos; luego introduce la vida de sus padres, cómo se conocieron y casaron, y continúa con su infancia, aportando fechas y detalles concretos. Mientras narra su historia familiar, esta se mezcla con la de la Málaga de los años setenta y ochenta, la del auge del turismo, que alteró las costumbres de la ciudad y sus habitantes. Ha dibujado una Málaga que ya estaba pero que no se veía en la literatura. Asimismo, trata temas como la violencia de género, que no era atípica y que repercutía tanto en la mujer como en los hijos.
Cuando era pequeño, el narrador quería ser valiente como los superhéroes de los cómics que leía. La cobardía, dice, «es un traje muy pesado». Su padre se los rompía, como símbolo de barbarie, pero el niño volvía a comprarlos, como representación del resurgir.
El miedo y el silencio nacieron por las represalias que podía tomar su padre y también por el qué dirán. Busca en su memoria alguna muestra de cariño por parte de su madre o de su padre, pero no la encuentra. Apenas tiene fotografías de su infancia ni de momentos memorables de ella, como otros niños. Con su padre, directamente, no tiene ninguna.
Sentía que el daño era su estado natural y pensaba que el dolor es mejor que el miedo, por eso llegaron las autolesiones, las ansias de huir, pero también de escribirlo. No olvida, quizás porque no es posible, y por eso recoge testimonios de familiares y rasca en su memoria la costra que dejaron esas experiencias.
Oeste ha escrito una novela que es una hibridación de géneros y que explora el comportamiento humano, la violencia, la supervivencia y el valor de la escritura testimonial y sus efectos en quien la escribe y en quien la lee. Se trata de un vómito donde se distingue la carencia de haber sido amado en la infancia. En la película No dormirás (Gustavo Hernández, 2018), se dice «El miedo desgasta los dientes de la fiera». Al narrador de Vengo de ese miedo, sin embargo, le ha afilado el lápiz para redactar la memoria, viva e infectada, de lo que nadie jamás debió haber vivido.
ENTREVISTA AL AUTOR:
¿Es Vengo de ese miedo un exorcismo, una expiación?
No lo veo ni de ninguna de esas maneras, porque expiación es purificar, borrar las culpas… en todo caso sería una búsqueda de los límites de la escritura. Siempre concebí el libro de esa forma. Lo vengo repitiendo siempre que puedo, el gran tema del libro es la escritura y sus efectos, tanto sobre quien escribe como sobre quien lee.
Hay una cita atribuida a Lorca que dice: «Escribo porque, si no, me pudro». ¿El narrador de este libro escribe para no pudrirse?
La escritura es una manera de estar en el mundo. Y también ver para escribir es un modo de ver de otra forma, que es lo que intenta el narrador. Por un lado, el narrador escarba en lo más profundo de su ser, pero al mismo tiempo se ve obligado a distanciarse para emprender ese viaje o exploración mediante
la escritura.
En este libro está por un lado el narrador, que quiere escarbar y siente rencor, y por otro al hermano, que parece querer olvidarlo todo. A veces dos personas que viven aparentemente lo mismo, aunque el narrador se llevó la peor parte, pueden diferir en su forma de actuar en el futuro.
Cualquier suceso vivido por dos personas es asimilado y narrado por ambas de manera diferente. Está en la naturaleza de cada ser humano. Cada uno siente y percibe las cosas, sentimientos, emociones de un modo distinto. Y está bien que sea así. Además, poner a dos personajes que, pese a vivir en la misma casa, pensaran del mismo modo no funcionaría narrativamente. Es una construcción para que la narración funcione y sea más eficaz. Y de hecho, la posición del hermano del narrador me parece más sana. Al narrador del libro lo estoy constantemente interpelando.
El hermano le dice al narrador y protagonista que perdone, que debe perdonar a su padre. Pero ¿hay ocasiones en las que es imposible perdonar a alguien?
Excepto la muerte tal vez hay que saber perdonar.
Tom Spanbauer, en El hombre que se enamoró de la luna, dice que somos la historia que nos contamos. ¿Qué opinas? ¿Nosotros elegimos la historia que nos contamos?
Si lo dice Tom Spanbauer estoy de acuerdo con él.
Tu anterior novela, Arena, y esta ¿qué comparten? Parece que comparten trama, pero también trauma.
Creo que son dos libros que dialogan entre sí, pero que no hablan ni una ni otra de trauma y tampoco comparten trama. Esta es mi opinión, que conste, pero cada lector tendrá su propia interpretación o lectura porque la aproximación que realice será intransferible. Para mí Arena es la historia de Bruno en el verano de 1992 y su relación con el entorno, amigos y familia. Unas relaciones resbaladizas que terminan contaminándose por el dolor. Es una lectura elusiva y elíptica, con un claro componente político. Vengo de ese miedo es una novela en marcha, escrita al compás del tiempo, que abarca desde mediados del siglo XX a la actualidad, para contar la crónica familiar de tres generaciones marcadas por las circunstancias, la clase, en un lugar que avanza pero que sigue a un tiempo anclado en el pasado. Una historia directa, seca, intentando trasmitir con las palabras sentimientos muy profundos sin adornos retóricos. Lo que sí comparten es un modo físico y sensorial de escritura, elementos claves, qué duda cabe, porque es otra manera de plantear a la fuerza el enigma de la escritura.
De los cuentos de Carlota quiere leer a Vengo de ese miedo, de la escritura para niños a otra más profunda y escarpada, pero ambas de alguna manera sirven para intentar explicar el mundo y explicar en qué consiste la vida, ¿no?
Si supiera en qué consiste la vida… Y dejo los puntos suspensivos para que se rellenen de ese aire que respire cada persona. Creo que hay que escribir desde la honestidad. Escribir el mejor libro posible. A veces sale mejor y otras peor. La escritura y la vida (porque escribir es vivir) como una exploración para entender y entenderse, para mostrar aquello que duele o está oculto, para traspasar la oscuridad y acaso ver el destello de luz.
En la presentación del libro en el Centro Cultural La Térmica, dijiste que la literatura no cura ni alivia, pero ¿crees que la lectura sirve de refugio? El narrador leyó en su infancia y quería ser como los superhéroes que leía.
Sin duda alguna la lectura es un refugio, un héroe que nos salva, un lugar cálido, pon el símil o la imagen que quieras. Esto se ha demostrado de un modo nítido durante la pandemia. En aquella presentación hice referencia a que la escritura no cura ni alivia. Y sigo pensándolo. Escribir sirve en todo caso para comprender y explorar zonas que antes no habías transitado.
¿Has acabado con más preguntas que respuestas tras terminar de escribirlo?
Siempre.
¿Consideras tu libro como una Carta al padre de Kafka, por supuesto, salvando las distancias?
Solo puedo decirte o pensar que la base de todo es un pacto invisible con el lector, un pacto de honestidad.
En la presentación del libro también dijiste que los que dudan suelen ser buenos contadores de historias. A estas alturas de la vida, y tras haber escrito este libro, ¿qué certezas tiene Miguel Ángel?
Muy pocas, la verdad. Solo que hay que aprender a vivir de un modo más relajado, sin la urgencia que nos impone la sociedad, la tecnología, este día a día tan vertiginoso que a veces nos engulle. Tal vez deberíamos volver a buscar esas acciones humanas que nos detienen (la lectura es una de ellas), que nos acomoda a las cosas más pequeñas, que son las que más nos hacen disfrutar, como jugar una partida de cartas al Virus con tus hijos y tu pareja.
¿El narrador le habría dado a leer este libro a su padre?
Claro que sí.
Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): Nunca he leído algo igual. De nivel de dolor similar, creo que sí, pero estas cotas son inalcanzables. Ha sido un infierno de infancia. Esta novela me ha recordado evidentemente a Arena, la anterior del autor, porque ambas comparten la presencia de la playa (en Arena, por el título y la cubierta; en Vengo de ese miedo, por la cubierta. Además, los protagonistas de ambas novelas se asemejan, están localizados en el mismo espacio y por momentos también en la misma época. Parece que Arena fue un boceto de lo que vendría después, más grande, más traumático, más doloroso.
Muy buena entrevista, Mario. Te felicito. Muy necesario ver que la escritura y la lectura son muy necesarias y muy buenos refugios para las personas. Un saludo grande.
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Muchas gracias, Maite. Qué suerte que podamos disfrutar de libros así 🙂
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