Ordesa (Alfaguara, 2018), de Manuel Vilas.
Ojalá pudiera medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas. Ojalá hubiera una forma de saber cuánto hemos sufrido, y que el dolor tuviera materia y medición. Todo hombre acaba un día u otro enfrentándose a la ingravidez de su paso por el mundo. Hay seres humanos que pueden soportarlo, yo nunca lo soportaré. Nunca lo soporté.
Manuel Vilas, Ordesa
Ordesa (Alfaguara, 2018), de Manuel Vilas, es un libro que, como muchos ya sabréis, ha sido un súperventas durante 2018 y lo está siendo en este 2019 tanto en español (donde ya llevará una decena de ediciones más o menos) como en otros idiomas, como el italiano, donde hace poco alcanzó la segunda edición.
No soy nada aficionado a los libros que salen en los medios de comunicación, esos libros de autores muy conocidos que las masas acuden a comprar en tropel. Me abstengo de calificar la calidad literaria de esos libros, pero prefiero optar por otros caminos, por otros libros a los que no estén prestando atención en ese momento. Sin embargo, con Ordesa me ha ocurrido algo extraño. Me vi atraído por él desde el principio pese a que la sinopsis de su contraportada no me gustaba y las reseñas que leía no terminaban de convencerme. Hasta que me decidí a comprarlo y leerlo. Y creo que es la mejor decisión que he tomado en estos dos meses de 2019.
Desde el principio supe que iba a ser uno de mis libros favoritos, y recién acabado lo ratifico. Esta es una novela un tanto especial de Manuel Vilas: el narrador es muy parecido a él, puesto que está protagonizada por un individuo que, de hecho, se llama Manuel y nació en el mismo pueblo que el autor. En este libro, el protagonista nos habla sobre su infancia en Barbastro (Huesca), con la figura lejana de Ordesa como un paraíso donde su padre era feliz cada vez que iban. Habla, pues, sobre sus padres, ahora muertos, con una escritura triste y cansada, sin ser desesperada ni impaciente, al contrario. No tiene prisa porque sabe que la prisa no existe: él ya ha visto dónde está el final y prefiere esperarlo escribiendo sus memorias.
Todo el pasado de Manuel se hundió cuando murió su madre tras haber pasado por problemas matrimoniales, por un divorcio, por el abandono de sus hijos (no los culpa de que lo tengan abandonado porque él abandonó igualmente a su madre, resignándose a una especie de karma).
Es una de las novelas más duras que he leído nunca, junto a Mortal y rosa, Si esto es un hombre y La hora violeta, cada una, claro está, con sus matices diferenciales. Al final son las tragedias las que nos desnudan. Porque sus padres, los padres de este tal Manuel, nunca le dijeron te quiero. Y por un momento echo de menos la voz de sus padres. Sí, yo la echo de menos sin haberla escuchado nunca, porque puedo imaginarme dos cuerpos ya inertes fingiendo que viven cuando leo este libro.
A lo largo de estas páginas hay un catálogo de muertos y cadáveres que se pasean libremente y que le hacen a uno encogérsele el corazón. No para de hablar y preguntarse Manuel sobre los muertos, lo que ellos vivieron, los muertos que esos muertos conocieron. Porque Manuel está asfixiado por la soledad, por la historia de una familia repleta de nombres de músicos famosos que le aborda por cada esquina que pasa, por cada recuerdo que recuerda, por cada pensamiento que piensa, a la par que repasa una historia breve, pero precisa, de la sociedad de la España franquista.
Esta es una novela desgarradora, de esas que te devoran por dentro y te gusta cómo van dejándote sin entrañas. Como el águila que bajaba cada día a comerse el hígado de Prometeo, Ordesa venía a mí en cada página a dejarme hueco por dentro, encogido todo el cuerpo y tensados los músculos, esperando el devenir de una historia lenta y oscura como es esta.
Al final, el libro acompaña la historia con un epílogo repleto de versos rabiosamente escritos, dolorosamente plasmados sobre el papel. Sin llegar a llorar en ningún momento, este libro sí ha conseguido que me identifique en él en cierto modo, que comprenda al protagonista, que lo compadezca. Como un mártir que arrastra su culpa por el Purgatorio, Manuel nos presenta en bandeja de plata esta, su historia, para que la contemplemos atónitos y oremos por su alma inocente.
Por eso, Ordesa no puede dejar indiferente a nadie. Estaba deseando leer este libro, formar parte de la historia como uno más de los protagonistas, existir, al menos, para Manuel. Y sentir el ruido ensordecedor del silencio en el corazón de los hombres. Así que, en definitiva, más que recomendable esta obra de arte.