Una chica es una cosa a medio hacer (Impedimenta, 2020), de Eimear McBride y traducido por Rubén Martín Giráldez.

Cuando el lector se adentra en Una chica es una cosa a medio hacer (Impedimenta, 2020, con traducción al castellano de Rubén Martín Giráldez), se encuentra un estilo fragmentado, tan roto como la protagonista de la historia. Esta es la primera novela de Eimear McBride (Liverpool, 1976), con la que ha ganado más de media docena de premios. Según el texto de la contracubierta, está protagonizada por una chica irlandesa que tiene una relación con un hombre veinte años mayor que ella mientras lidia con la enfermedad de su hermano, pero la historia es más compleja que eso.

La protagonista narra en primera persona su vida desde que era una niña hasta que se convierte en una joven universitaria, mientras repasa algunos acontecimientos de su vida. El descubrimiento sexual, el crecimiento, la madurez, el erotismo, la enfermedad de un ser querido, la angustia desafiante de la vida y el derrumbe de su juventud se entremezclan y configuran una obra con un estilo muy particular. Toda la narración está fracturada en pequeñas frases, incluso en palabras sueltas divididas por constantes puntos y seguido.

Esta novela de McBride, situada en Irlanda y narrada cronológicamente, tiene un entramado muy bien construido y se aleja de la simplicidad narrativa para apostar por párrafos innovadores y descosidos como los sentimientos de la protagonista. Una joven cuya madre es católica y que sufre en sus carnes la fe religiosa llevada al extremo. Dividida en cinco partes, las frases se desangran y a veces dejan palabras incompletas en boca de la protagonista. Esta narración telegráfica se siente como cuchilladas debido a las constantes interrupciones. Hacen de la narración un elemento tan punzante como el contenido de la historia, aunque también sinuoso.

Su singular estilo y su curioso uso del lenguaje hacen de esta novela una obra de fragmentos de memoria repartidos por las páginas. La maternidad, el dolor y la resignación también tienen lugar entre las sensaciones, los pensamientos, las metáforas y las frases abstractas de la protagonista. Ella sufre por su hermano, que está enfermo. Esto, junto a la presencia tóxica de su madre y de su abuelo, le animan a salir huyendo para dejar de respirar el aire viciado. La religiosidad de su madre y de su abuelo la asfixian, y la figura del padre ni se nombra.

En este ambiente familiar, la protagonista siente un dolor irreparable que solo consigue expresar a partir de frases entrecortadas. Comprende la existencia del pecado, del sexo, de la vergüenza, de la culpa y del deseo después de sufrir una mala experiencia con un hombre mucho mayor que ella. Esta experiencia la acompañará toda la vida. Se siente huérfana y ansía la libertad y el éxtasis de la juventud, pero las oquedades del pasado le impiden el paso. Por eso, el deseo de huir y no querer volver se agranda.

Se dirige a su hermano durante toda la narración, lo que le otorga mayor emotividad. Su estilo muestra la desesperación que siente, así como el dolor de la pérdida. Las últimas cincuenta páginas son muy emotivas y conmueven al lector. Las emociones de la protagonista traspasan las páginas gracias al estilo bombeante de palabras sueltas, pero llenas de sentimiento.

La protagonista dice en un momento de la novela «Go nêírí an bóthar leat», una frase en gaélico que viene a significar «que el camino salga a tu encuentro». Al final, ella busca una senda que seguir, aunque la lleve a parajes desconocidos o la introduzca en un pozo. Cualquier lugar es mejor que la memoria cuando esta duele.

Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): Hay libros que no me recuerdan a ningún otro y, por tanto, no sé qué poner en esta breve sección. Sin embargo, no es el caso de la novela de McBride. Una chica es una cosa a medio hacer me ha recordado a dos novelas y a una persona.

En primer lugar, me ha recordado a Vestida de corto, de Marie Gauthier, por los actos de las protagonistas de ambas novelas. En ambas, la protagonista es una chica adolescente —en la de McBride es narradora, en la otra no— que se relaciona mucho con chicos, dejémoslo ahí. También me recordó a Una educación, de Tara Westover, en cuanto a que la madre y el abuelo de la protagonista de la novela de McBride son sumamente religiosos. En el libro de Westover, todo es religión, concretamente radicalismo religioso, y algo así parece habitar en la mente del abuelo y de la madre de la susodicha protagonista.

Por último, me ha recordado a una persona. El hermano de la protagonista, con esa enfermedad que se va agravando, me ha hecho pensar en un amigo que tuve en el colegio. Era varios años mayor que yo y padecía una discapacidad a la que se le sumó hace unos años un cáncer muy agresivo. Manteníamos una buena relación incluso después de terminar el colegio porque ambos teníamos Facebook. Aunque él tenía esa discapacidad se comunicaba como cualquier persona.

En 2019 me enteré de que su cáncer se había agravado. Un día, no recuerdo cuál, me envió un mensaje por Facebook preguntándome cómo estaba. No recuerdo nada más, aunque imagino que le respondí y que ahí terminó la conversación. Le felicité el año nuevo, de 2019 a 2020, y no recibí respuesta. Me pareció extraño y entonces me enteré de que había fallecido unas semanas antes, con poco más de veinte años. Allá donde estés, cuídanos. No te olvido, L. Esta reseña es para ti.


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