La flor azul (Impedimenta, 2014), de Penelope Fitzgerald y traducido por Fernando Borrajo.
Friedrich von Hardenberg (1772-1801) dijo que vería el origen de una Edad de Oro mientras viviera. Experimentó la Revolución francesa cuando era muy joven. Y un día, al crear la historia de una flor azul, él mismo gestó el Romanticismo alemán. Eso él no lo sabía entonces, cuando se llamaba Friedrich von Hardenberg. A raíz de esto se puso un seudónimo: Novalis.
La flor azul (Impedimenta, 2014, con traducción al castellano de Fernando Borrajo y posfacio de Terence Dooley) narra un fragmento de la vida de Novalis. Lo hace con muchos detalles reales, porque detrás de esta obra hay documentación sobre el autor y cartas que él escribió. Sin embargo, también hay ficción, por lo que estaríamos hablando de una memoria novelada.
Esta fue la última novela que escribió Penelope Fitzgerald (1916-2000), y ganó el National Book Critics Circle Award. Comienza con la llegada de Friedrich (Novalis) y su amigo Jacob a la casa del primero, justo cuando se está celebrando la gran colada. Y digo «gran colada» porque en casa de Friedrich solo se hacía la colada una vez al año. A partir de la mirada de Jacob, que es el invitado, como el lector, conocemos a los miembros de la familia de Friedrich: su hermano Erasmus; su hermana Sidonie; su rebelde y revolucionario hermano pequeño Bernhard; su madre enferma que solo sale a la calle los domingos, y su padre autoritario y solemne. De hecho, la Revolución francesa es una lucha física e intelectual que enfrenta a padres e hijos, de igual manera que a padre y Bernhard, cuyo conflicto no se hace explícito pero sí cohabita en la historia con el resto de acciones.
Friedrich hace un viaje a casa de unos conocidos de la familia, los Just, y a través de esta familia conoce a otra, los Kühn. En el seno de la familia Kühn vive Sophie, una chica de doce años de la que se enamora a primera vista de una manera descontrolada (todo enamoramiento es descontrolado, imagino, porque escapa de nuestro poder, pero este es exorbitado). Un día, Friedrich le cuenta a Sophie, con su hermana mayor presente, una breve historia que ha escrito sobre una flor azul. A partir de ahí, su relación se afianza y se comprometen, pero les esperan más obstáculos de los esperados. En esa historia, hay un hombre que anhela ver una flor azul, pues en el mundo en el que vive a nadie le importaban las flores excepto a él. Friedrich dice que el significado de la flor azul no es la felicidad ni la poesía, y no deja claro qué es; podría ser el amor o la inmortalidad.
Friedrich, cuando conoce a Sophie, tiene veintidós años, por lo que le saca diez de diferencia. Esto es algo que, en la actualidad, sería un escándalo. Entonces se le advirtió a Friedrich sobre ello, como si no fuera consciente ya, pero tampoco se le dio más importancia. De hecho, se criticó de Sophie otros defectos más que su edad. Por ejemplo, Erasmus decía que tenía la cabeza hueca, y Caroline Just, sobrina de la familia Just que sirve de intermediaria a la pareja, decía que no para de reír. Me sorprende que la risa y la forma de reír fuera algo contemplado como de clase baja o vulgar hasta no hace mucho. Para demostrar clase había que ser serio, supongo. A mí me han llegado a decir, personas que considero de alto poder adquisitivo, cuando me reía de niño, que no debía hacerlo en voz alta.
El personaje de Sophie no aparece hasta la página cien aproximadamente; todo lo anterior es presentación de la familia de Friedrich, de sus intereses por lo espiritual, por lo artístico y por la poesía, sus idas y venidas a universidades, sus estudios y sus discusiones y discrepancias con su tío y con su padre. En una ocasión, él se ofrece para contentarlos y ganarse su favor diciéndoles que quiere ser soldado. Sin embargo, ellos lo desprecian y le dicen que jamás ha visto a alguien herido y que no serviría para eso, así que su padre le encarga estudiar administración de empresas para que gestione la mina de sal que él posee.
Uno de los inconvenientes con los que cuenta Friedrich es su padre, o eso cree él. Su progenitor es el propietario de unas minas de sal, y quiere que su hijo las herede, pero a Friedrich no le gusta especialmente ese trabajo. Eso se nos dice en la sinopsis, pero durante la historia él tampoco pone inconvenientes. Friedrich prefiere desarrollar su filosofía, su poesía y su amistad con literatos y pensadores de la época como Goethe, que aparece aquí.
Su padre quiere que se mantenga alejado de las mujeres, sobre todo si son de clase media. Por eso, cuando se entera de que Friedrich está loco de amor por una niña de doce años que no es de clase alta precisamente cabría pensar que se alteraría. Sin embargo, su padre no se altera ni dice que no, sobre todo porque no se lo dicen hasta que la relación ya está muy avanzada. Las ideas del padre, que es barón y apoya a Luis XIV, contrastan con las de su hijo pequeño Bernhard, que defiende la revolución. En medio de este maremágnum vive Friedrich, aunque durante la historia está la mayoría del tiempo fuera, o bien en la Universidad de Jena estudiando o bebiendo, o bien en la casa de los Just o de su amada Sophie.
El padre dirige las vidas de sus hijos, sus estudios, sus oficios y sus destinos. Ordena y manda, y Friedrich no pone resistencia porque en realidad tampoco le corta demasiado las alas. Friedrich se parece en este sentido a Neil Perry, un personaje de El club de los poetas muertos (quien haya visto la película sabrá de qué hablo). Cabría pensar que Friedrich se marchita por la obligación de estudiar lo que no desea y de trabajar en algo que no le gusta, y en cierto sentido siente desesperación y malestar, pero la aparición de Sophie destierra todo lo que siente para que sea inundado por el amor.
El barón es un hombre pragmático centrado solo en su trabajo, en los bienes materiales y en el progreso laboral y de clase. En eso se parece al padre de Fred de la otra novela de Penelope Fitzgerald que he leído, La puerta de los ángeles. Mientras que Friedrich es alguien que se preocupa por estudiar el alma aunque esta esté en consonancia con la carne. Se interesa por el lenguaje universal y por aspectos de la naturaleza y la poesía. Friedrich se define a sí mismo como extrovertido, apasionado, inquieto y contradictorio. Cuando era pequeño, se creía que se atascaba en el colegio porque no daba las respuestas «correctas» (más bien, las respuestas que se esperaba que diera), sino que daba otras más filosóficas. Él está muy despegado de la educación moral y religiosa que impregna los hábitos sociales y culturales de su época.
Entre estas páginas también se nos habla de la filosofía de Kant y de las necesidades del alma y de la carne. La historia de amor entre Friedrich y Sophie, aunque difícil, tampoco tiene el conflicto familiar de Romeo y Julieta, ni mucho menos, aunque así se nos plantea. El enemigo al que ambos deben enfrentarse es otro distinto y más indestructible. En el epílogo, se nos relata el devenir de los diferentes personajes y también que Novalis comenzó a escribir una obra llamada La flor azul, pero que la dejó inconclusa por su muerte.
Las historias de Fitzgerald son contemplativas: la definición clara de la escritura sosegada para ser leída a pequeños sorbos. Por pequeños sorbos no quiero decir que deba leerse poco a poco, un capítulo al día por ejemplo, sino que se haga con el ritmo justo para no perder su sabor y su degustación. Los personajes de las novelas de Fitzgerald son catedráticos, militares, profesores universitarios, científicos, botánicos o directores de algo. Sus novelas están llenas de recato y puritanismo por la época en las que las sitúa, y con la religión malmetiendo con su represión, sus miedos y sus normas con respecto al pecado. La crítica consideró esta obra de Fitzgerald un «un libro de un genio sobre otro genio».
Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): Esta novela de Fitzgerald me ha recordado, como no podía ser de otro modo, a la otra obra suya que leí justo antes que esta, La puerta de los ángeles. Su escritura podría ser reconocible en la de otros escritores británicos o angloparlantes. Sin embargo, también es muy única. Hay un aspecto que quiero destacar, una diferencia entre una novela y otra. Y es que esta, La flor azul, tiene el tamaño de la letra ligeramente más grande que la letra de La puerta de los ángeles. No recuerdo ningún caso entre todos los libros que he leído cuando se trata de la misma editorial. Las novelas se publicaron con un año de diferencia, supongo que la editorial aún estaría en proceso de cambios y experimentación y se debe a eso.
«El amor es la alegría de que el otro exista.» Esta frase se la atribuye Walter Riso, escritor y psicólogo, a Espinosa que no sé quién es pero creo que da una definición muy buena e interesante. Me apuntaré esta recomendación para hallar en el mensaje de la historia de Novalis su FLOR AZUL. Supongo
que Sophie, su preciada alegría, sería quien le arqueara aquellos rictus tediosos y solemnes y serios al que se veía obligado por la época y su status, tan poco dados al amor y más bien a negocios y finanzas e intereses para seguir un modelo social y material como responsabilidad vital olvidando el gozo del alma por completo, craso error, y tan necesario para encarnar una óptima vida en el paso efímero corpóreo y terrenal que resuene por el infinito y más allá de la relatividad del tiempo. Un valor integro carismático interior fortalecido y que soporte todos los prejuicios sociales, incluso los propios, que supere todas las barreras y normas impuestas por rebaño y necedad años tras años e impidan esa felicidad grande o pequeña para saborear «el placer de vivir» cada cuál a su modo de sentir… A SU MANERA. Un abrazote enorme, Mario.
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Hola Mario. Estupenda reseña. Esta novela de Penelope me gustó muchísimo cuando la leí.
Un saludo.
Francisco
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Hola, Francisco. ¡Muchas gracias! Un saludo 🙂
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