Autor/a extranjero/a · Narrativa

El papel pintado amarillo, de Charlotte Perkins Gilman

El papel pintado amarillo (Contraseña, 2012), de Charlotte Perkins Gilman y traducido por María Ángeles Cabré.

Mi primer contacto con el simbolismo del color amarillo lo protagonizó Michelle Obama, la antigua primera dama de Estados Unidos. Un día vi en las noticias que había llevado un vestido amarillo —no recuerdo ni el año ni el evento donde lo llevó—, lo que despertó curiosidad y sorpresa en la prensa, debido a la mala suerte atribuida al color amarillo cuando se trata de subir con él a escenarios de cualquier clase.

Esto ayudó a crearme interés en torno a El papel pintado amarillo —también traducido como El empapelado amarillo— (Contraseña, 2012), una obra de Charlotte Perkins Gilman (1860-1935), cuando la vi reseñada por primera vez. Esta es una novela en la que se habla de manera brevísima de la locura y la opresión.

La presente edición bilingüe traducida por María José Chuliá cuenta, además, con un prólogo de María Ángeles Naval que resulta imprescindible para entender la verdadera esencia de la obra que viene posteriormente y cuya extensión es de apenas veintiséis páginas. La irrisoria cantidad de páginas hace muy difícil entender la obra en toda su magnitud, por lo que el posfacio y la nota de la autora que la siguen también aportan información relativa a ella que ayuda a disfrutarla más.

Escrita en 1890 y publicada por primera vez en 1892, la autora crea en esta novela situada en Estados Unidos a finales del siglo XIX a un personaje femenino en el que se reencarna para darle la forma de sus emociones y sus pensamientos. En 1885, Gilman tuvo una hija y, seguidamente, cayó en depresión. El doctor le recomendó descansar y no realizar apenas tareas intelectuales. Sin embargo, el estado de la escritora se agravó y ella vio que, haciendo lo contrario, conseguía salir del agujero, así que se puso a escribir y de ahí nació esta obra.

Criada por sus tías —una de ellas fue la autora del clásico estadounidense La cabaña del tío Tom—, en 1935 Gilman se suicidó mientras intentaba asimilar la presencia en su cuerpo de un cáncer de mama incurable. El legado de la autora sigue presente a través de novelas como esta, donde la gran carga feminista se deja traslucir al igual que en otras como Mujeres y economía o De ellas. Un mundo femenino.

Las demandas de igualdad, la denuncia de los problemas de género y las críticas a la sociedad patriarcal son comunes en su obra y El papel pintado amarillo no es una excepción.

Narrada en primera persona, la historia de esta novela sitúa a una protagonista difusa por la escasa extensión de su descripción —aunque se percibe como un álter ego de la autora— en una habitación de una gran casa donde la han mandado para reposar de una enfermedad. Esta habitación le resulta asfixiante y se intenta rebelar contra ella y también contra su marido, un hombre que la cuida y la trata bien, pero que le limita la libertad de movimiento en pro, supuestamente, de su salud. Aquí, la salud mental se ve dañada por un relato obsesivo donde el amarillo se erige como símbolo de angustia.

La protagonista ve algo raro en esa habitación revestida de un papel amarillo y roto en algunas zonas. Las casas de la campiña inglesa o estadounidense siempre suelen despertar sospechas en los personajes y/o en el lector, como es el caso. El marido, por su parte, es un ser escéptico, protagonista de un matrimonio que representa un enlace opresor y humillante para la mujer, que sufre y se siente incomprendida por él.

Ella parece sentir pasión por su marido por lo bien que la trata, pero también guarda cierta ironía en su forma de hablar sobre él que en realidad esconde resentimiento. En su fuero interno se rebela contra su marido, que representa el patriarcado y sus normas, ya que este «detesta que [ella] escriba». Es por ello por lo que se siente ciertamente oprimida y con su libertad restringida. Además, acaba de ser madre y no soporta estar con su hijo, lo cual abre otra línea similar a la vida de la autora.

El relato guarda un gran simbolismo, casi en cada frase. Esta es una especie de diario de su estancia allí: las vistas, los alrededores, sus pensamientos y sus padecimientos mientras, en torno a ella, gira la obsesión por ese papel amarillo de la habitación. Esto provoca visiones de la protagonista, que comienza a ver que hay mujeres tras el papel. El olor y los movimientos inexistentes del papel la persiguen durante todo el día.

Al encontrarnos ante una obra tan breve, el zoom que la autora hace en las descripciones es menor. Esto se añade a las exiguas acciones y a las descripciones de los personajes que, con dificultad, consiguen tejer una historia compleja. Vemos la psicología de la protagonista y gracias al contexto y a la realidad oculta detrás de la historia que se explica antes consigue el lector comprender el valor de esta y su significado.

Gilman consigue alejarse de arquetipos de personajes para construirse a ella misma dentro del cuerpo de su protagonista, aunque la rebelión y el drama que engloban la obra sí son arquetipos narrativos. Los engranajes de la mente de la protagonista —que se observan en la imagen de la cubierta del libro similares a las hojas de acanto de las columnas corintias— giran sin descanso e imaginando todo tipo de alucinaciones.

La evolución de su locura en el breve tiempo que dura la historia es apabullante. Su enajenación va a más y es por esta razón por lo que esta obra se contempla como un gran ejemplo literario de locura incipiente, aunque la autora dice en el posfacio que escribió este relato no para volver locos a otros, sino para evitar volverse loca ella misma.

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