Firmin. Aventuras de una alimaña urbana (Seix Barral, 2008), de Sam Savage y traducido por Ramón Buenaventura.
Nunca he tenido mucha valentía física, ni de ninguna otra clase, y siempre me ha costado mucho trabajo afrontar la vacua estupidez de una vida corriente, sin relato, de modo que muy pronto di en confortarme con la ridícula idea de que poseía un Destino. Y comencé a viajar, en el espacio y en el tiempo, por medio de los libros, buscándolo.
Firmin, de Sam Savage
Firmin. Aventuras de una alimaña urbana (Seix Barral, 2008), de Sam Savage y traducido por Ramón Buenaventura, es un libro protagonizado por una rata que nació y vive en una librería de Boston. Narrado en primera persona por el propio Firmin, este repasará sus inicios en la vida, cómo comenzó a alimentarse a base de libros y, a partir de ahí, aprendió a leer y se hizo un loco amante de la lectura.
Cuando alguien lee, se aísla del mundo. Firmin, pues, vive aislado, porque lee y alimenta tanto su estómago como su mente con libros. En la contraportada del libro hay numerosas referencias que lo alaban. De todas ellas, me quedo con la de Rodrigo Fresán, que dice que el libro tiene aires de Kurt Vonnegut y después de leerlo no puedo estar más de acuerdo con esa observación. Yo añadiría que también tiene matices narrativos que recuerdan a alguna obra de Philip Roth y a Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza, por aquello de estar protagonizada por un ser no humano y, además, curioso.
La novela tiene una decena de ilustraciones repartidas que parecen más propias de una novela dickensiana por esa oscuridad que inunda los dibujos, así como los trazos gruesos y robustos de los objetos y personajes que aparecen en ellos. Asimismo, no alberga ningún rasgo de infantilismo o de novela juvenil aunque pueda parecerla. Sí contiene mucho humor, puede imaginarse usted lo divertido que debe de ser leer una novela sobre una rata personificada que habla sobre cómo sus trece hermanos se abalanzaban de cachorros contra los pezones de su agotada madre y lo marginaban, viéndose obligado él a comerse las páginas de los libros que encontraba a su alrededor para sobrevivir.
Esta novela es realmente una oda a la lectura, una alabanza a ese amor por los libros que tantos padecen. Firmin aprovecha su patología para interactuar con el lector mientras narra su vida y cómo fue abriéndose paso en ella. A través de una narración punzante y afilada, sin por ello dejar de ser sosegada y ordenada, Savage hace una apología de la lectura e incita a la vida recogida y dedicada a ella.
Firmin lleva una vida tranquila hasta que decide experimentar, se marcha de la librería donde vive y es atrapado por un escritor en ciernes que él ya había visto algún día por la librería. Este escritor lo cuida, pero él se termina cansando y busca nuevas aventuras. Hay un giro narrativo importante páginas antes, cuando intenta hacerse amigo del dueño de la librería donde vive y lo que consigue es que este lo intente envenenar. Para evitar morir a manos de aquel al que tanto veneraba (el librero), tomará la decisión de salir fuera.
El autor usa con valentía el personaje de Firmin a través de los recovecos de la venganza y la supervivencia. Sus aventuras son poco interesantes, aunque para una rata son todo un mundo. Firmin termina resultando enternecedor. No es una alimaña que provoque pavor o asco, sino todo lo contrario, puesto que el lector termina cogiéndole cariño por su bondad animal. Savage consigue, así, convertir a Firmin en un personaje emblemático de la literatura del siglo XX y uno de los más queridos por los lectores, entre otras muchas cosas por esa inocencia que desprende.
Sin embargo, Firmin no es un ser ajeno a la realidad y en un pasaje de la novela llega a preguntarse cuál es el sentido de su vida, por lo que también cabe destacar que hay un aura de tristeza que envuelve el libro, sobre todo al final, y provoca al lector una dolorosa melancolía. Firmin tiene mucho tiempo para pensar en sí mismo, para reflexionar, aunque sin llegar a lamentarse.
Finalmente, en las últimas veinte páginas la historia desvaría levemente, nos internamos en una realidad onírica que se vuelve por momentos confusa y extraña y que adopta un camino fantasioso y se acentúa la vena vonnegutiana. Puede que el final no le haga justicia a la historia entera y que habría podido tener uno más acorde a la calidad que recorre todas sus páginas antes de la clausura de la novela, pero en resumen podríamos decir que es una novela tremendamente entretenida con humor y tristeza, de todo un poco, y donde el protagonista y narrador se gana nuestra admiración.