El lápiz del carpintero (Círculo de Lectores, 1999), de Manuel Rivas y traducido por Dolores Vilavedra.
«España bajo el peso brutal de su infortunio», dice el protagonista de la novela en el juicio donde lo condenan a muerte —una condena que luego pasó a ser de cadena perpetua—. Bajo este peso también se encuentra esta novela. Narrada en tercera persona, esta es una historia del recuerdo de la Guerra Civil y los posteriores años de dolor, muerte y silencio.
Desde el principio encontramos una crítica encarnada en la figura del doctor Da Barca, el protagonista de la novela. Otro de los personajes importantes es Herbal, que se encargará de contar la historia a una mujer, mientras el lector acude como mero espectador a ese monólogo. Por último, está el pintor, cuyo lápiz de carpintero en la oreja da título al libro. Sin embargo, el pintor apenas tiene presencia física en la novela.
Estos tres personajes están relacionados entre sí, ya que Da Barca estuvo en la cárcel, junto al pintor y otros tantos republicanos. Y Herbal fue un cabo que se encargó se fusilar a Da Barca, pero que no lo consiguió, porque el doctor consiguió sobrevivir.
La novela se enmarca dentro de unas páginas anegadas de lirismo y lenguaje poético que no empalaga, sino que resulta apetecible y jugoso al paladar del lector. En ellas además hay recuerdos de la miseria, y el frío se palpa al pasar página. El enfrentamiento entre religión y ciencia, o entre creyentes y ateos, se une a la crítica a las fronteras terrestres y a las ideologías excluyentes y conforma así un muestrario de una España fratricida.
El lápiz del carpintero tiene, por tanto, una narración amena, pero confusa por momentos. Narra en parte el recorrido de Da Barca durante la Guerra Civil y una vez terminada esta. Sin embargo, son tantas las historias, tanto el repertorio coral de personajes que se pasea por estas páginas, que el lector puede perder el hilo en cualquier momento. En esta novela con ecos de Delibes —ideal para analizar en profundidad la cantidad de historias engarzadas que hay— cuesta definir a los personajes.
Es esta una historia en la que también hay retazos de humanidad dentro de aquel infierno. Y donde las mujeres envían comida a los presos de la cárcel de la isla de San Simón, en Galicia, a través de serones de bebé —una isla que también se nombra en Trilogía de la guerra, de Agustín Fernández Mallo—.
Rivas nos presenta por tanto una novela difícil, introspectiva, reflexiva, que evoca el pasado e invita a recordar la vida de unos personajes ficticios que pueden haber tenidos reflejos en la realidad de aquella época. Un libro bello en su forma, pero de compleja comprensión que dificulta que muchas veces se entienda bien y, por tanto, guste.
En definitiva, un libro para recordar, sentarse a leer y aprender la historia de aquel hombre que pintaba el Pórtico de la Gloria con un lápiz de carpintero. O de aquel que se defendía con ese mismo lápiz de la visita de la Muerte. O de una España que, entre visillos de muerte, ofreció sus hijos al odio.
Este es un libro que me trae muchos recuerdos de mi época como estudiante, no sabría decir en qué curso lo leí, pero sin ninguna duda este es/era uno de los libros de referencia de los profesores de lengua y literatura gallega. Además se trata de uno de los mejores trabajos narrativos de Rivas junto con “¿Qué me quieres, amor?”, dos obras que el de A Coruña publicó en un espacio de 3 años, y que le dieron a conocer a nivel nacional con un par de premios de prestigio como el Nacional de Narrativa y el de la Crítica Española.
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Así es. De él he leído también «Contra todo esto» y tengo pendiente «¿Qué me quieres, amor?»
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