Autor/a español/a · Narrativa

Ana no, de Agustín Gómez Arcos

Ana no (Cabaret Voltaire, 2009), de Agustín Gómez Arcos y traducido por (y con un prefacio de) Adoración Elvira Rodríguez.

Cabeza gacha y ojos clavados en el suelo. La mar ha muerto. El pueblo ha muerto. Ana Paucha, su marido, sus hijos, su vida: todos muertos. En ese cementerio de oscuridad, lo único vivo, aún por llegar, es su verdadera muerte. Y con ella tendrá que vérselas Ana Paucha a partir de ahora. Tendrá que aprender otras palabras, otros gestos; adoptar otras actitudes. Se acabó la inútil molicie de su no-identidad. Se está convirtiendo en un personaje, está empezando a ser alguien. Alguien que se va a morir.

Ana no, de Agustín Gómez Arcos

Antonio Machado tiene un poema que es el mejor ejemplo del paso del tiempo. Se llama «A un olmo seco» y aparece en una página de esta novela, porque para la protagonista el tiempo no pasa, el tiempo ya pasó, ella ya no es, nunca ha sido. Por eso, aunque se llama Ana Paucha, gusta llamarse Ana no.

Gómez Arcos fue un escritor español exiliado en Francia, donde escribió varias novelas como esta y donde fue galardonado con premios como el Thy de Monnier, el Roland Dorgelès y el Prix du Livre Inter, además de recibir la Orden de las Artes y las Letras francesas con grado de Caballero y Oficial. La novela fue llevada al cine en 1985 y el diseño de la portada es, precisamente, un fotograma de dicha película, donde aparece la figura oscura y frágil de la protagonista, Ana no, un personaje que Gómez Arcos creó a partir de una mujer sobre la que se contaba una leyenda durante la España franquista.

La novela se desarrolla, por tanto, en un espacio que engloba toda España, de sur a norte, pasando por Andalucía, Madrid, el Valle de los Caídos y Salamanca, y a finales de los años sesenta del siglo XX, debido a que la protagonista refiere en más de una ocasión que han pasado treinta años de la guerra civil. A lo largo de la historia, los temas recurrentes son el dolor, la búsqueda del ser amado (su marido y sus hijos), la esperanza, la resignación, el analfabetismo y la incomprensión de un mundo que es cruel con ella.

Ana vivía feliz en un pueblo andaluz, con su marido y sus tres hijos. Sin embargo, su marido y sus dos hijos mayores murieron en la guerra civil española, y el menor se encuentra en una cárcel del norte de España, condenado a cadena perpetua. Ana ya no tiene nada y la novela es el viaje que hace del sur al norte para ver a su hijo y llevarle un bizcocho que ha amasado con sus propias manos y que al llegar al norte ya solo es una piedra más del camino, pero es un símbolo: el de la esperanza.

Encorvada, su presencia solo se advierte por el narrador, porque ella parece ausente, eternamente triste, resignada, silenciosa. Por el camino va encontrando quien le acompañe. Primero, una perra aquejada de todo tipo de enfermedades a la que sacrifican; luego, un juglar ciego que le enseña a leer y a escribir y al que encarcelarán. Finalmente, llega al norte gracias a la ayuda de un circo ambulante, donde colabora dando de comer a los animales. Y mientras, Ana pasa hambre, enfermedades y dolores por el camino.

En un pasaje de la novela, Ana es recogida por caridad en casa del gobernador de una ciudad, y durante un día se le presenta la oportunidad de comer caviar y dormir en camas de hilo holandés. Sin embargo, ella solo quiere llegar pronto al norte, para ver a su hijo, porque sabe que una vez hecho le llegará la muerte. En esa escena se palpa una feroz crítica de Gómez Arcos a la aristocracia española y un retrato irónico de los diferentes estatus sociales y la condescendencia y lástima de los ricos hacia los pobres.

En la persona del juglar también transmite el autor una crítica, puesto que pone al personaje a contar una historia sobre una raza de hombres todavía desconocida. Se trata de los hombres iguales, y la historia que cuenta es el reflejo de la búsqueda de paz e igualdad que no existía en la época.

Poco después de la mitad de la novela, en el décimo capítulo, Ana comienza a hablar con voz propia por primera vez en su vida. Desahucia al narrador objetivo y riguroso en tercera persona que existía hasta entonces y empieza a relatar en primera persona desde su infancia hasta el momento en que llega al ansiado norte, que puede ser interpretado como el deseo de llegar a un estado de paz y respeto entre los españoles. Pese al cambio de narrador, el autor no cambia el registro y sigue manteniendo el mismo estilo de oraciones.

La novela en general transmite una tristeza irrespirable que asfixia y deprime. Es el eterno viaje hacia su hijo y hacia la muerte y, al mismo tiempo, es un viaje al interior de la España franquista y a las propias entrañas de la protagonista, que llega a ser encarcelada y sobrevive gracias a sus recuerdos.

Esta historia es innegablemente pesimista, aunque lo combina con la esperanza, algo que hay que reconocer que la protagonista nunca pierde. Entre miedo y represión, Ana recorre una España de luto pensando en aquellas fosas comunes por doquier donde se encuentran su marido y sus dos hijos mayores.

Gómez Arcos logra mantener en todo momento el sentimiento de dolor y esperanza sin mostrarse repetitivo, con un estilo suave donde dibuja la psicología de su protagonista. Los personajes secundarios son casi inaudibles, porque Ana no inunda las páginas de su dolor, y no es para menos. Sin embargo, el final parece previsible y en la misma línea del resto de la historia.

Carente de giros narrativos y de diferentes voces, pero lleno de lucidez y de imágenes, la crítica a la dictadura se erige en estas páginas encarnada en la figura de Ana no, que se echa a su espalda el recuerdo de sus muertos y lucha por ellos hasta el final, sin que nada le haga sombra. Porque ella misma es la sombra, de negro, de luto, por una España igualmente oscura.

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