La plaza del diamante (Pocket Edhasa, 1994), de Mercè Rodoreda y traducido por Enrique Sordo.
Claro que era verdad, como mi padre siempre decía, que yo había nacido exigente…, pero lo que a mí me pasaba es que no sabía muy bien por qué estaba en el mundo.
La plaza del diamante, de Mercè Rodoreda
La plaza del diamante (Pocket Edhasa, 1994), de Mercè Rodoreda y traducido por Enrique Sordo, es un libro que empecé con muchas esperanzas. Después de finalizar un libro que me desencanta, como fue el caso del último que leí, Si te dicen que caí, de Juan Marsé, empiezo el siguiente con la esperanza de que lo mejore. Y así ha sido.
Narrada en primera persona, en el primer capítulo de esta novela se nos empieza relatando cómo nuestra protagonista, llamada Natalia pero conocida como Colometa, conoció al que sería su marido. Con su madre muerta y su padre casado de segundas y sin apenas relación con ella, Colometa dejó a su novio por casarse con el muchacho que conoció y que, por cierto, la trataba fatal, llegando a ponerle la mano encima con actitud de hacerle daño desde poco después de conocerse y maltratándola psicológicamente también desde antes de casarse.
Poco a poco la relación se va calmando, y se nos narra el desarrollo de la vida de la pareja, que va saliendo adelante con un hijo, una hija y un criadero de palomas. Todo va bien hasta que llega la II República y el marido de Colometa se compromete con el gobierno republicano. Y digo esto porque saltará repentinamente hasta la Guerra Civil española, que obligará al marido a ir al Frente de Aragón, donde morirá más adelante.
Colometa y sus hijos comenzarán a vivir penurias y miseria por culpa de la guerra, el lector podrá contemplar con el paso de los capítulos cómo la tristeza se pasea por la novela escondida en personajes como un amigo de la familia, el Mateu, que se marcha al mismo frente a defender la República previendo su derrota.
En la segunda parte, la novela toma un cariz más desolador aún. Y esta segunda parte es, a mi parecer, la mejor de la novela, la más emotiva, y las últimas 100 páginas de la novela son de una tristeza considerable. Con la miseria de la guerra comiéndose los cimientos de sus vidas, Colometa lo pasa mal sin poder alimentar a sus hijos y culpando a la guerra de haber separado a una familia que, mejor o peor, iba saliendo adelante siendo feliz y manteniéndose unida.
La desesperación se entrelaza con la ayuda desinteresada de otros mientras la novela deja detalles propios de la época con frases como «hombres de buen ver», «chapados a la antigua» o «de buena planta» que hoy sonarían muy anacrónicas. No es la novela más conocida de Rodoreda, pero sí una obra infravalorada que debería ser más apreciada por su incalculable valor humano y sentimental. Sin duda, una de las mejores escritoras españolas del siglo XX, más que recomendable para cualquier lector/a que se precie.