Como una novela (Anagrama, 2017), de Daniel Pennac y traducido por Joaquín Jordá.
Como una novela que va más allá de la ficción.
Como una novela (Anagrama, 2017), de Daniel Pennac y traducido por Joaquín Jordá, es un libro que no es, precisamente, una novela, aunque en parte podría decirse que sí lo es. El autor nos presenta en este libro a una familia que está manteniendo una conversación, los padres frente a la televisión se quejan de lo poco que lee su hijo, que está en su habitación intentando leer un libro que su profesor le ha mandado leer. Y tiene que hacer una redacción sobre él para el día siguiente. Y el libro tiene cuatrocientas páginas. Y solo lleva cincuenta. Y el pobre está agobiado no, lo siguiente.
El libro está dividido en cuatro partes con subcapítulos en cada una de ellas, y comienza con una sentencia fuerte y directa: «El verbo leer no soporta el imperativo». Y, por esa razón, comienza también presentándonos la penosa situación de un adolescente que odiará la literatura porque se la impusieron. Él, por su parte, prefiere estar con su walkman (el libro ya tiene unos años, pero se reedita continuamente y no pierde su vigencia en términos generales).
Luego, se nos presenta la situación de la misma familia, pero cuando el adolescente era un niño y le encantaba que sus padres le leyeran un cuento antes de dormir. Bueno, uno o los que hicieran falta. Al niño le gustaba que siempre le leyeran el mismo (algo que a mí me pasaba de pequeño también, me encantaba un librito en concreto de la colección de Barrio Sésamo que hice leer a mi madre hasta la saciedad). Este libro también tiene sus puntos de humor, y sobre todo de pedagogía. Va directo, es decir, no va con rodeos ni se atiene a cultismos ni tonterías. El autor quiere dirigirse a todos y todas y quiere que se le entienda fácilmente y que este, precisamente, no sea un libro pesado que hable sobre el placer de la lectura a todos los públicos, pues resultaría un poco contradictorio.
Uno de los problemas, dice el autor, es que muchos niños y adolescentes se ven acorralados ante la comprensión lectora, ese temible monstruo. Cuando son niños, aprender a leer y a escribir es toda una aventura para ellos que les hace subir la autoestima, pero luego, cuando la lectura placentera se convierte en una imposición de la escuela tras la cual hay que redactar un trabajo, hacer un examen sobre él o simplemente te obligan a comprenderlo todo, sin darte derecho a tratar el libro a tu antojo, entonces la lectura se convierte en tediosa y es mejor tratarla de lejos.
¿Por qué un niño es un lector ideal cuando otro (sobre todo los padres) hace la función de narrador o cuentacuentos y luego el adolescente se encuentra ante un libro hostil que es incapaz de leer? Preguntas como esta nos plantea Pennac en el libro. Y nos dice que, últimamente (en su época y también ahora), los padres acuden a la escuela a hablar con los profesores de lengua justificando que a sus hijos no les gusta leer, pero que ellos le imponen la lectura «o, si no, queda prohibido ver la televisión en toda la semana». Esto lo que provoca, dice Pennac, es que el niño o adolescente vea la televisión elevada a recompensa y a la lectura rebajada a tarea u obligación. Y eso, precisamente, es una de las causas de que se lea tan poco en nuestra época. Porque toda la culpa no la tiene la televisión, los móviles o las consolas. Hay que saber introducir a los niños desde pequeños a la lectura sin obligarles.
Pennac se remite a autores universales como Franz Kafka, Klaus Mann o Jean-Jacques Rousseau, y cómo ellos hablaron de la lectura, cómo la imaginaron o cómo creían eficiente que había que introducir a la lectura a los más pequeños. Luego, el autor vuelve a narrar una situación aparentemente ficticia que podía ser perfectamente real en la que un profesor dedica sus clases a introducir el placer de la lectura en sus alumnos, leyéndoles en voz alta algunos libros que ellos no quieren leer por sí mismos en voz baja y por placer en casa. Y no lo hacen, dice Pennac, por dos razones principales: por el miedo a «no entender» lo que dice el libro o la historia que hay en él, y por la duración de los mismos. Incluso a un lector empedernido y voraz como yo me repelen los libros demasiado largos, y cuando veo alguno en una librería suelo evitarlo, aunque, por supuesto, tengo muchos libros extensos en mi biblioteca personal.
Hay que perderle el miedo a los libros extensos, y también a no entender. Porque, dice Pennac, todo lector debería tener una serie de derechos, como el derecho a saltarse páginas o el derecho a no terminar un libro. Si un libro que hemos comprado con toda la esperanza e ilusión no nos llama la atención en las primeras páginas, no tenemos por qué continuar con él. Yo soy especialmente autoexigente y me gusta continuar hasta terminarlo, aunque no me guste nada, o lo dejo para otro día y abordo otro que sé que seguramente me guste más. Y también existe el derecho a releer aquellos libros que queramos, y del derecho a leer en voz alta pasa al derecho a callarnos, pues tenemos ambos derechos y podemos elegir entre uno u otro.
Pennac asegura, asimismo, que el tiempo para leer es como el tiempo para amar, pues ambos se quitan al deber de vivir. No hay que decir que no hay tiempo, sino «regalarse la dicha de ser lector». Nadie dice que no tiene tiempo para enamorarse, pues Pennac dice que tampoco se necesita tener tiempo para leer. Porque el que quiere leer, encuentra los momentos, aunque sea en un trayecto en metro.
Por eso mismo y por más cosas de las que Pennac habla, este libro me ha parecido una oda a la lectura, una enseñanza pura y directa, sin diatribas ni rodeos inútiles. Pennac ha ido directo al grano, ha puesto las cartas sobre la mesa y con una claridad deslumbrante ha expuesto los problemas que hay que solucionar para que el placer de la lectura no esté abocado inevitablemente al fracaso al que parece que se dirige cada vez a más velocidad. Este no es el camino. Obligar a leer a los más pequeños no es el camino, porque así terminarán odiando la lectura. Hay que buscar otras vías, una manera de introducirles, poco a poco, lecturas que puedan interesarles, hacerles ver que los libros no son papeles amarillos y rugosos con muchas letras. Sino que son historias bellísimas sobre todo tipo de cosas.
Una maravilla de libro muy recomendable, como dice en la faja, sobre todo los pedagogos (y también los profesores).
2 respuestas a “Como una novela, de Daniel Pennac”