El último encuentro (Salamandra, 2012), de Sándor Márai y traducido por Judit Xantus Szarvas en colaboración con la Fundación Húngara del Libro.
No será el último encuentro entre este libro y yo.
El último encuentro (Salamandra, 2012), de Sándor Márai y traducido por Judit Xantus Szarvas en colaboración con la Fundación Húngara del Libro, es un libro donde se reúne lo mejor de la prosa húngara del siglo XX, de la mano de un autor que supone (al menos para mí) un atractivo objeto (o sujeto en este caso) de estudio.
Este libro fue, atención, el primer libro no infantil ni juvenil que me compré para leer cuando tenía alrededor de doce años. Lo leí a trompicones porque, pese a que tiene menos de doscientas páginas, estas están escritas de arriba abajo con descripciones tediosas a veces o diálogos extensísimos. Lo terminé y, antes de releerlo, no me acordaba de qué iba. Y por eso creí necesario volver a leerlo, volver a aquel libro con el que cogí esta pasión por la literatura. Sándor Márai no es un autor muy conocido, pero a mí me ha marcado, al igual que lo hicieron Rainer Maria Rilke, Eduardo Galeano y Pedro Salinas, por lo que le doy el espacio que, al menos para mí, merece.
El libro, como su título indica, trata del encuentro de dos ancianos septuagenarios, Henrik (un hombre de ascendencia aristocrática que vive solo en su mansión junto a la nodriza que lo crio) y Konrád (un hombre de familia humilde, amigo de la infancia de Henrik). La novela se sitúa en la Hungría del siglo XX, más o menos en mitad o al final de la Segunda Guerra Mundial. Y este encuentro entre los dos amigos de la infancia, cuarenta y un años después, se produce porque Henrik sigue viviendo en su casa, pero Konrád huyó a los trópicos (Singapur) y no se volvieron a ver ni a hablar.
En este ambiente envuelto de aristocracia, militarismo (Henrik era general) y buenas maneras, se nos describe la infancia de Henrik y Konrád, en la que ambos se conocieron, llegando a ser íntimos amigos (la madre de Henrik llegó a afirmar en voz alta que eran un «matrimonio bien avenido»). Y, de hecho, se deja caer el tema de la homosexualidad (no exactamente con esa palabra, pero yo lo he interpretado así en algunas líneas) en el libro, algo a destacar teniendo en cuenta que el libro se publicó por primera vez en 1942. Mientras Henrik era vívido y alegre, Konrád solía estar enfermo, era silencioso, diferente, y llevaba una «vida de monje».
Así se nos cuenta su infancia, entre descripciones riquísimas y saltos en el tiempo continuos en la novela, hasta llegar al encuentro en sí, tan esperado por ambos, en la casa de Henrik. Al encontrarse, Konrád le cuenta que ha estado en los trópicos, donde «se te queman las células», y Henrik le dispara directo al corazón al preguntarle si se fue porque quería quemar algo dentro de él. A partir de aquí se palpará la tensión en el ambiente y la novela comenzará a cobrar sentido y rapidez. Porque Henrik, el anfitrión, comenzará a cobrarse su venganza particular y a arrinconar verbalmente a su invitado como si fuera una presa. Aquí me pregunté yo también si no sería este diálogo entre Henrik y Konrád un diálogo interior de Sándor Márai. Me pregunté si Sándor habría viajado a los trópicos y, más importante, si necesitaría quemar algo de él cuando se suicidó a los 88 años. Interesante ver posibles retazos de los autores en sus obras.
Una tormenta irrumpe en la mansión, se va la luz y Henrik comienza a adoptar una postura de autoridad a partir de la cual comienza a disparar contra Konrád. Le recrimina que no viniera desde los trópicos a luchar en la Primera Guerra Mundial por su país. Y también le recrimina su envidia hacia él y su huida repentina (este será el tema principal del diálogo). Tras disertar sobre la naturaleza humana, la muerte y la caza como ritual, introduce un recuerdo sensible: el día anterior a la huida de Konrád, este intentó asesinarlo con la escopeta al salir de caza.
Henrik comienza a hilar, introduce a su esposa, Krisztina, quien mantuvo una atípica conversación sobre el trópico (qué casualidad, oye) con Konrád el día que intentó matar a Henrik. Henrik reconoce que su esposa, Krisztina, le tenía mucha gratitud, pero no le quería. Y, por eso, una vez que huyó Konrád, Krisztina se recluyó en su casa, y Henrik, sabedor de la situación, se fue a otra de sus casas. Una vez que Krisztina falleció a los ocho años por una enfermedad, Henrik volvió a aquella mansión. Pero estuvieron esos ocho años sin verse ni hablarse aun siendo marido y mujer. Y todo por la marcha de Konrád.
Es admirable cómo los personajes, si nos imaginamos que fueran reales, mantienen un diálogo sobre estos temas tan delicados. Y esto es así gracias a la amistad que une a ambos desde la infancia. Y, precisamente, Henrik dice durante algunas líneas cosas muy interesantes sobre la amistad en el ser humano, pero son párrafos tan extensos que no puedo transcribir, aunque me gustaría.
Además del intento de asesinato de Henrik por parte de Konrád, Henrik también le recrimina la infidelidad entre Konrád y su esposa, Krisztina. No tiene pruebas, dice, pero no había más que ver la situación para apreciarla. Así, Henrik se auto-halaga al decir que ha sobrevivido a la guerra y al suicidio (otra analogía con la vida del autor), y ha sobrevivido porque quería cobrarse su venganza con otro encuentro. Henrik admite haber aceptado la realidad, y dice que cuando alguien acepta la realidad es porque se acerca a la muerte.
Tras los ataques intempestivos de Henrik contra Konrád por el intento de asesinato de aquel día y por la infidelidad, ambos están de acuerdo en algo: en que la pasión es la esencia de la vida humana, aunque esta sea cruel a veces. El último párrafo es muy bonito, cuando Konrád ya se ha marchado sin contestarle a las preguntas que le ha hecho Henrik para confirmar sus sospechas, la nodriza le da un beso de buenas noches a Henrik y el narrador dice, con sus propias palabras, que ese beso es la respuesta a una pregunta que no se puede dar con palabras. Y fin.
Es una obra de arte sutilísima. Esta vez no me ha parecido tan tedioso, es una historia muy bien hilada que pone contra las cuerdas algunos temas humanos como la vida, la muerte, el amor y, sobre todo, la amistad. Me encanta el temperamento de Henrik y, por el contrario, me parece que Konrád se mantiene en una posición demasiado pasiva, sin apenas intervenir en la conversación, cuando es el culpable de un intento de asesinato y de infidelidad. Un libro muy recomendable.
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