Autor/a extranjero/a · Narrativa

Los ojos del hermano eterno, de Stefan Zweig

Los ojos del hermano eterno (Acantilado, 2005), de Stefan Zweig y traducido por J. Fontcuberta y A. Orzeszek.

Una oda a la justicia.

Los ojos del hermano eterno (Acantilado, 2005), de Stefan Zweig y traducido por J. Fontcuberta y A. Orzeszek, es un libro que me resulta curioso. Su portada, para empezar, es espectacular. Ese dragón me recordó a China. Y es que, la novela en sí (que por su extensión, sesenta páginas, es más un relato que una novela) parece un cuento chino, en el buen sentido de la expresión. Es una historia que se sitúa en una «época anterior a Buda», según se nos dice en la contraportada. En un reino, un día se desata una rebelión contra el rey, que está en desventaja. Sin embargo, un guerrero fiel al rey llamado Virata (su nombre se parece casualmente a Viriato, el guerrero lusitano que se enfrentó a los romanos) aplasta a los sublevados y es honrado por el reino.

Sin embargo, en esa batalla pereció el hermano de Virata. Y, desde entonces, él verá en los ojos de los demás diversas emociones: ira, compasión, dolor extremo, que siempre le recordarán a los ojos de su hermano eterno (de ahí el título) y que le harán entrar en razón y reaccionar para evitar que las emociones duras sigan existiendo en esos ojos. El libro engloba una gran cantidad de moralejas, de metáforas y de enseñanzas que se repiten continuamente: «quien mata a un hombre, mata a un hermano» es, quizás, la primera en importancia que nos encontramos.

Cuando ocurre esto, Virata deja de ser guerrero y comienza a ser el juez del reino. Durante su etapa como juez nunca dictó la pena de muerte, de modo que el lugar donde antes se ajusticiaba a los delincuentes ahorcándolos queda abandonado a merced de la naturaleza y de la lluvia, porque valoraba mucho la vida de las personas y, aun así, no aumentaba la delincuencia. Así, todo el reino lo respeta cada vez más. Hay una escena que se repite varias veces y que me resulta interesante de mencionar: cuando Virata va a dictar sentencia, antes de hacerlo se lava las manos y la cara con agua fresca para no hacerlo obedeciendo «al fuego de la pasión», y esto me ha recordado inevitablemente a lo que hoy se conoce como «legislar en caliente».

Así, Virata va un paso más allá y decide experimentar durante una luna (así se contaba el tiempo entonces) lo que significa estar encarcelado y ser azotado, intercambiándose por un reo al que él mismo condenó, justificando que «todo el que dicta justicia se convierte en injusto». Sí, está bien esa valoración, admirado Virata, pero, igualmente, aquellos que deciden sobre la vida de los demás hasta el punto de asesinarlos o violarlos y robarles la libertad, la dignidad o la existencia, merecen un castigo que se ajuste a lo que han hecho. No se es injusto dejando libres a los que cometen esas atrocidades, Virata, porque si con ello queremos ser justos el mundo se va al garete y nos invade el caos y la delincuencia. Virata también nos dice: «Solo puede ser justo aquel que no toma parte en el destino ni en la obra ajena». Volvemos a lo mismo, Virata, si una persona mata a otra (toma parte de su destino), nosotros hemos de hacer lo mismo en su justa medida como castigo, no podemos ir de ‘buenistas’ por el mundo porque entonces viene la vida y arrasa con nosotros. Esa es mi opinión. Ya está. Fin.

En la historia también hay una defensa del carpe díem por parte de Virata, quien, tras pasar una luna como dije antes sufriendo las inclemencias como si fuera un delincuente, aprecia simples cosas como ver la claridad del día o moverse libremente. Aun así, Virata sigue comiéndose la cabeza a menudo (como yo, solo que yo lo hago todo el tiempo) y decide dar un paso más en su ideal de justicia y de superhombre super-justo, super-bueno y super-pacífico pre-budista, pues piensa que, si tiene esclavos, realmente está quitando la libertad a otros, y él aprecia la libertad. Así que decide liberar a los esclavos, mientras que a sus hijos les da órdenes (éstos parecen no ser tan libres para Virata), y sus hijos se lo recriminan.

Por eso, Virata decide dejarlo todo, no tener posesiones materiales e irse a vivir a una cabaña al bosque. Es considerado entonces como un anciano sabio y seguido por muchos, entre ellos un hombre determinado cuya mujer le reprocha un día a Virata su marcha. Le dice que, habiéndose ido Virata al campo, su marido lo emuló, dejando de entrar dinero en la casa por su marcha y muriendo de hambre sus tres hijos. Virata se disculpa y le dice que él, al fin y al cabo, todo lo que ha aprendido ha sido a través del sufrimiento y del dolor.

Así que, carcomido por la culpa por más que intente hacer, acaba siendo guardián de los perros del palacio. Con este oficio tan menospreciado, el pueblo que tanto lo había venerado comienza a olvidarse de aquel valiente guerrero y de aquel sabio fiel al rey. Hasta el momento de su muerte tan solo será querido por los perros, y tras su fallecimiento, éstos también se olvidarán de él.

En definitiva, son muchas las enseñanzas que reúne este libro a través de la historia de Virata. Muchas de ellas son discutibles tal y como he expuesto aquí. Desde luego, me ha sorprendido que Zweig escribiera una historia así (es lo primero que leo de Zweig, pero yo creía que escribía otro tipo de historias). De todos modos, creo que es un libro muy necesario. Para seguir sus moralejas al pie de la letra o para criticarlo, creo que todos deberían leerlo, más aún si tenemos en cuenta su brevedad, porque podemos aprender mucho de él.

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