El gigante enterrado (Anagrama, 2017), de Kazuo Ishiguro y traducido por Mauricio Bach.
Apenas me he leído dos libros de autores asiáticos en mi vida (uno de Haruki Murakami, este mismo año, y otro de la surcoreana Hwang Sun-mi hace tres o cuatro años). Los autores asiáticos no tienen tanto bombo como los europeos o los americanos. Se les destaca muy ocasionalmente, casi los hacen pasar desapercibidos, y no lo entiendo. Cada vez me expando más en cuanto a mis lecturas. Leo a muchos autores españoles aún, sí, pero también me he aficionado a los sudamericanos contemporáneos, a algún que otro africano o de Oriente Medio, y ahora a los asiáticos, poco a poco.
El gigante enterrado (Anagrama, 2017), de Kazuo Ishiguro, es un libro de ficción, una historia que habla de la Inglaterra de la Edad Media, o quizá de antes de dicha época, en la que coexisten ogros, monstruos y humanos, algunos en castillos y palacios, otros en madrigueras cavadas en la tierra para sobrevivir a los tormentos que se ciernen sobre ellos. Es una historia protagonizada por dos ancianos, Axl y Beatrice, y la base principal del libro es el olvido y los recuerdos.
Ambos ancianos, un buen día, deciden emprender un viaje hacia el pueblo donde creen que está su hijo, pero no lo saben a ciencia cierta, igual que no se acuerdan de muchas otras cosas que hicieron. Ni ellos ni nadie, porque el olvido es una enfermedad que ha atacado a todos aquellos que conocen, al poblado, a la región, al país o, quién sabe, al mundo entero de la época. Es un libro que invita a reflexionar sobre qué olvidamos, qué debemos olvidar y qué debemos recordar. Sobre la necesidad de olvidar a veces, también.
Es un libro extremadamente mágico que me ha hecho sentir ‘cosas’ que hacía tiempo que había olvidado sentir. Es un libro, en cierto modo, de fantasía, y a mí me cae especialmente mal la fantasía en los libros, porque retratan lo falso. Pero este libro es diferente, es exclusivo. Es una maravilla, no sé explicar exactamente por qué, pero es una historia que me ha conmovido. Todos sus personajes han tejido una fina red en la que me han atrapado sin piedad. Y se lo agradezco.
Es un libro necesario (sé que ya dije lo mismo con el libro de la entrada anterior, el de Almudena Grandes), pero creo que este también debería leerse con cautela y mucha reflexión. Para este libro sí recomiendo silencio total. Más que nada, para que se guarde bien en nuestra mente al leerlo y, así, no olvidarlo, a diferencia de los personajes del mismo.