La casa del padre (Destino, 2020), de Karmele Jaio y narrado por Mariluz Parras Salgado.

Cuando vives sumergido por la rutina, no ves lo que yace en el fondo, y al bajar la marea, todo queda al descubierto. Ismael es el protagonista de La casa del padre (Destino, 2020). Es un escritor sumergido que tiene dos hijas independientes y un matrimonio aburrido. Un día, escucha que han encontrado el cadáver de una joven en un monte cerca de donde vive, en Vitoria. Este hecho, junto a la dependencia de su padre, al que deberá cuidar, hará que baje su marea particular y que vislumbre, con algo de vértigo, todo lo que se esconde bajo el agua turbia.

Esta novela de Karmele Jaio (Vitoria, 1970) empieza con una escena sobre cómo el protagonista aprendió a disparar cartuchos con su padre cuando iban de caza. Relaciona esos disparos en el monte, allá en su adolescencia, con el asesinato de la mujer. Se siente culpable, como si él lo hubiera cometido. Como si lo hubieran perpetrado todos los hombres. Además, fueron cazadores los que encontraron el cadáver. Culpable de ser hombre, sin haberlo elegido y sin haber hecho daño a nadie a priori. Y también miedo, como padre de dos hijas jóvenes, de que alguien como él —un hombre— les haga daño por ser lo que son: mujeres.

El monte es el escenario de las pesadillas de su infancia por algo que ocurrió hace tiempo. Ahora debe enfrentarse a escribir una nueva novela, con la que lleva atascado dos años, pero no encuentra las palabras y no entiende cómo meterse en el cuerpo de otra persona para escribir sobre ella. Mientras se debate con su nueva obra, la comunicación se pierde entre su mujer, Jasone, y él. Además, su madre, siempre en segundo plano, tiene un accidente, lo que le obliga a cuidar a su padre, que está perdiendo la cabeza, pues su única hermana vive en Berlín. A partir de estos acontecimientos, Ismael piensa acerca de la relación de sus progenitores, mientras que Jasone reflexiona sobre el papel de la mujer y el suyo propio tanto en el matrimonio como en la vida.

En el primer capítulo habla de la noticia de la violación y asesinato de la joven, pero no va  más allá. Simplemente, sirve como punto de partida para que Ismael presente a su familia, sobre todo sus padres, su pasado, su presente y sus tormentos. Jaio pone en entredicho el lenguaje como vía de comunicación frente a otros símbolos diferentes a las letras, tales como el silencio. Al principio, Ismael, su culpabilidad y sus miedos ocupan toda la novela, pero conforme pasan las páginas Jasone gana importancia hasta colocarse a su misma altura. La culpa no solo está presente en Ismael, que quiere deshacerse de ella tanto como de los plazos de entrega, sino también en el personaje de su hermana. Cabe destacar también la aparición prudente pero interesante de esta, en torno a la cual se habla de la huida, de la homosexualidad y de encontrarse en el centro de aquello contra lo que se luchó en el pasado.

Ismael es un hombre con miedo a enfrentarse a la verdad. Falto de ideas, no encuentra las palabras porque no quiere afrontarlas de manera directa. Ha llegado el momento de luchar contra la inseguridad en la escritura de su novela, el recuerdo de su pasado y la reflexión sobre su identidad como hombre occidental. Necesita entrar en sus fantasmas interiores para crear mejores personajes porque los que construye parecen irreales y nada verosímiles, según la crítica que le hacen. La última novela que publicó la escribió con sus hijas en casa. Esta la está escribiendo sin ellas, y con su mujer más tiempo fuera. Es una obra, por tanto, que debe construir en soledad, sin ruido externo, sino solo interno, tan ensordecedor.

La casa del padre también habla sobre el mundo de los escritores. Ismael detesta ese mundo, así como las preguntas que se hacen como «con qué estás ahora». No quiere rodearse de ellos. El crítico de Ismael dice que un escritor debe escribir sobre lo que no sabe porque escribir es la forma de conocerlo. Ismael reconoce que siempre termina hablando de lo mismo y el bloqueo ante la página en blanco esta vez se agudiza hasta hacerse insoportable. Aun así, su nueva novela es un punto de inflexión en su vida, y la usa para canalizar todo lo que ocurre dentro y fuera de él.

Para vivir el mundo, hay que salir. Sus hijas, que no tienen presencia en la historia, van y vienen. Su mujer, también. Él, sin embargo, se encierra entre su novela y el cuidado de su padre. No está en sintonía con la actualidad mundial, pues se mantiene apartado de los temas del momento como Trump o Alepo. Está alejado de todo, pero empieza a cambiar y se mentaliza sobre asuntos hasta ahora ignorados por él como el papel de la mujer en la sociedad o las violaciones. Este alejamiento del mundo no es actual, puesto que ya se desentendió del conflicto vasco en su juventud. A diferencia de hermana, huyó siempre del activismo político y del riesgo para refugiarse en lo seguro.

Su hermana siempre ha sido más valiente que él. Cuando de pequeño le asaltaban las pesadillas, se calmaba con ella. «Tú eres un cobarde», le dice la narradora, y eso es lo que él mismo piensa. Ismael no manda sobre nadie y nadie lo necesita. Sin embargo, no quiere reafirmar su masculinidad porque está cansado de hacerlo. Ser un hombre es demostrar todos los días que no eres una mujer ni un maricón, dice Jasone. Mientras, Ismael recuerda cómo le enseñó su padre a ser un hombre desde pequeño. La sociedad impone papeles diferentes a hombres y mujeres. Cada uno debe tener aficiones alejadas del otro sexo para diferenciarse.

Ismael, siempre en la sombra, nunca lo suficientemente hombre, critica que en los hombres se valore que vivan aventuras, locuras y heroicidades. Busca su voz propia tanto en la escritura como en la vida, en lugar de la voz masculina impuesta desde su infancia, y lucha contra el menosprecio que su padre muestra hacia su trabajo, porque según él un hombre no puede decir que trabaja si no se mancha las manos y se fuma un cigarro después. Al final, el padre dice «Yo no he sido». Ismael no lo entiende entonces, pero más tarde repetirá esa misma frase en su novela. En medio, el hombre y la culpabilidad.

La enfermedad del padre, que no aparece hasta el capítulo nueve, se mezcla con la decrepitud del mundo que le rodea. ¿Quién no tiene pesadillas con el mundo actual y su deriva? No son unas manos que acarician, aunque lo desearan, las de su padre. Ismael sabe que no ha sido el hijo que esperaba, porque su padre adoraba a su sobrino Aitor, eterna competición. Aitor protagoniza otra de las pesadillas que asaltan a Ismael, pues se perdió en el monte cuando ambos eran adolescentes. Este hecho lleno de secretos y mentiras marca su futuro y le impide avanzar. La primera vez que Ismael se siente elegido por su padre se produce cuando le toca bañarlo. El padre solo quiere que le ayude Ismael, que ninguna mujer le vea desnudo si no es su esposa. Solo entonces Ismael se siente válido, víctima de la masculinidad imperante en la que nunca encajó.

Ismael descubre que Jasone no es la misma de siempre. Detecta un brillo especial en su mirada que no le gusta. Jasone también lucha contra sus propios fantasmas y se centra en la violación. «Todas las mujeres seríamos capaces de hacerlo, describir nuestra violación, aunque nunca haya ocurrido. Porque todas hemos vivido la angustia de esa pesadilla», piensa. Jasone siente los cuerpos y las voces de mujeres dentro de ella y expone el miedo que sufren ante la crudeza de ciertas situaciones. Las mujeres educadas en el miedo en lugar de educar a los hombres desde niños.

En esta novela aparece la pareja en relación con la literatura. Él es escritor, mientras que ella corrige manuscritos. ¿Por qué no escribe ella también? Escribir se revela como la única forma de exponer el dolor, así que Jasone escribe sobre la guerra más larga de la historia. Ismael condena el maltrato histórico de los hombres a las mujeres, pero dice que no es una guerra, que no violan todos los hombres, que no todos son culpables. Esto resalta el difícil entendimiento que se produce a veces en la sociedad actual entre los dos sexos, contraponiendo la culpa y la empatía. Dos equipos, dos grupos: ellos y ellas.

Ismael se plantea desde qué posición ven los hombres a las mujeres. Defiende verlas por encima de nuestra relación con ellas, ya sea madre, esposa, hermana o hija. Verlas a ellas. Al final, la mejor metáfora del tema de esta novela es lo que ocurre con la obra que escribe Jasone y la crítica al desdén e incluso menosprecio hacia lo que hace la mujer. Hay que valorar a las mujeres y su valor más allá de su cuerpo. Jasone reivindica la posibilidad de estar en primera fila y no quedar relegada al papel de «esposa de» que tantas veces se ve en las noticias. También se critica el sustantivo «solterona» que se aplica a las mujeres. Jasone, en su narración, relata el terremoto de su vida y su renacer. Hay un difícil equilibrio en el miedo, se queja. Un poco protege, pero mucho paraliza. También denuncia que las mujeres necesiten la aprobación o el permiso de los hombres para sentirse válidas.

Jaio ahonda en la cuestión de género y trata temas de actualidad como el feminismo y la reivindicación que deben hacer los hombres a favor de la sensibilización contra estos actos, tengan hijas o no. Denuncia la apatía de la sociedad ante casos de violación a mujeres. Una sociedad que se tapa los ojos y los oídos y que cambia de canal ante las atrocidades no puede ser una sociedad sana con heridas cerradas. La autora destaca la figura de ese cisne de porcelana que sigue en la casa con el cuello en alto pese al paso de los años. También habla sobre la relación con la familia y el silencio que reina en ella y que se mete en las venas. Los silencios de las familias son como el cemento, o se rectifican con el tiempo o van endureciéndose.

La casa del padre es una obra metaliteraria donde la pareja, tanto Ismael como Jasone, escribe. Apenas hay diálogos, lo que la hace más densa. La autora conecta bien los hechos y los personajes junto a las analepsis pese a haber tantas para llevarlas adonde quiere. Hay muchas acciones diferentes, pero todas desembocan en lo mismo: el hombre cogiendo algo de la mujer y apropiándose y beneficiándose de ello. Alterna capítulos largos con otros muy cortos, apenas esbozos, escenas escuetas del pasado. Debo decir que me esperaba otro final y algo más turbio en la historia de Aitor.

Cuando somos jóvenes, tenemos mucho ruido en la cabeza. Lo peor es que, con el paso de los años, este alboroto deja un silencio atronador. Escribir es abrir puertas, y los personajes de esta novela entran en ellas sin saber qué habrá al otro lado. Aprenden a contar una historia, la suya, a sí mismos. Al final, la vida transcurre entre conflictos y la decisión de enfrentarse a la cobardía, los miedos y las pesadillas. Como demuestra esta obra, el viaje a tu pasado es el más peligroso que puedes hacer.

Creo que no he captado toda la esencia de la historia, al igual que me ocurrió con No es un río, de Selva Almada. Ambos audiolibros me han dejado una sensación de no haber absorbido todo lo que se me puso por delante con cada historia. En el libro de Jaio, al menos, la narradora va especificando los cambios de capítulo, lo que facilita la comprensión, algo que no ocurría en el de Almada, donde la historia se dividía en dos partes y en ella se mezclaba todo, la actualidad y las analepsis, alternando sin separación, lo que para el oído resulta más difícil de diferenciar.

Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): Mientras la madre de Ismael está ingresada en el hospital, cada vez que este aparece, le pregunta cómo está su padre y le dice que esté con él. Es decir, aun ingresada solo se preocupa por su marido. Esto me ha recordado a mi abuela materna. La ingresaron en las Navidades de 2018 y mi abuelo no fue ni un día a verla. Ella, sin embargo, desde el hospital preguntaba cómo estaba y planificaba sus comidas y el cuidado de la casa. Esta novela me ha recordado a la película El autor (Manuel Martín Cuenca, 2017), basada en el libro El móvil, de Javier Cercas. Me ha recordado a ella por los personajes. Ambas obras se centran en el hombre la pareja, que escribe, pero luego resulta que la mujer de la pareja también lo hace, en alguno de los casos con más éxito que el hombre. Además, por hablar del conflicto vasco me ha recordado a Patria, de Fernando Aramburu.


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