Autor/a extranjero/a · Narrativa

Eva Luna, de Isabel Allende

Eva Luna (DeBolsillo, 2012), de Isabel Allende.

Cuando uno lee Eva Luna (DeBolsillo, 2012) se queda perplejo, anonadado, ante el realismo que desprenden la historia y cada uno de sus personajes. El lector casi puede tocarlos, los siente reales, le parece haberlos visto alguna vez o conocerlos de algo. Isabel Allende (Lima, 1942) dibuja una obra espléndida. Hacia el final se hace algo tediosa y repetitiva en la descripción de emociones. Aun así, el candor se mantiene y rodea esta historia de un halo mágico.

Eva Luna, álter ego de Allende, narra y protagoniza. En las primeras páginas habla de su familia y de sus orígenes, concretamente de su madre. Más tarde relata su propia historia: su crianza con monjas, la represión y desolación entre tanta disciplina y nulo joie de vivre… Además, habla de vivir bajo diferentes dictaduras en la Chile convulsa de mediados del siglo XX: los regímenes autoritarios en aquella época eran la realidad de gran parte de Latinoamérica. Si asesinaban a un contrario a la dictadura, la explicación era que «el Benefactor lo mandó matar». Además de la política, la rectitud la impone la religión, que lo dominaba casi todo y a la que critica Eva Luna.

La obra cuenta con once capítulos y uno conclusivo que se llama, precisamente, «Final». La protagonista, asimismo, se llama Eva «que quiere decir vida, según un libro que mi madre consultó para escoger mi nombre» y Luna de segundo nombre porque su padre, un jardinero que tuvo un encuentro fortuito con la madre gracias al cual nació Eva, perteneció a la tribu de los hijos de la luna. A lo largo de la historia se pasean personajes variopintos como Lukas Carlé, un ser despótico, machista, supremacista y aborrecible; el profesor Jones; Rolf Carlé, hijo de Lukas; Elvira; Huberto Naranjo, gran amigo de Eva; la madrina; Aravena, un periodista; tío Rupert; Melecio, un transexual; Riad Halabí, la bondad personificada; y un largo etcétera. Cada uno con sus peculiaridades y su relación personal con la narradora.

Eva Luna siempre fue una niña muy despierta, poseedora de una inventiva desbordante, pero esta se le apaga con solo siete años por las obligaciones y el trabajo. El paso del tiempo, su madurez y el entendimiento de lo que supone la vida adulta y la coyuntura política de su país hacen de Eva una mujer fuerte y resistente, con un gran pasado a sus espaldas y un presente imposible de desaprovechar. Así, aprende a desenvolverse en el mundo para seguir con vida y conoce a multitud de personajes.

La brillante descripción, siempre con tintes líricos, se une a una narración que hace las delicias del lector, ya que no resulta densa, no aburre ni se hace bola. Allende narra esta historia de realismo mágico de forma similar a García Márquez, con una reflexión sobre el paso del tiempo tenue y acogedora. Salvando las distancias y siguiendo con la corriente latinoamericana, Eva Luna también tiene similitudes con Mi planta de naranja lima, de José Mauro de Vasconcelos, por la similitud de infancias e ingenuidades que hay entre Eva Luna y el Zezé del autor brasileño.

Los defensores y detractores de la intervención de Estados Unidos, así como la posición política afín a la URSS, serán algunos de los aspectos políticos que salgan a la luz mientras Eva Luna crece. La narradora hace un paseo por la historia de su país y de una época. Parece hablar de Chile —país donde se crio la autora pese a nacer en Perú—, pero en realidad parece hablar de toda América del Sur. «Mientras los dueños del poder robaban sin escrúpulos, los ladrones de profesión o de necesidad apenas se atrevían a ejercer su oficio, porque el ojo de la policía estaba en todas partes. Así se propagó la idea de que sólo una dictadura podía mantener el orden», dice la narradora.

Son múltiples las historias paralelas que están engarzadas en la central, protagonizada por Eva Luna, que siempre está inventando historias e imaginando otros mundos, probablemente para olvidarse del suyo, tan aborrecible. Cuenta cuentos a otras personas, como lo hacía la Momo de Michael Ende. Mantiene una personalidad fuerte que le hace rebelarse contra algunos de sus jefes y gracias a la que aguanta el nulo amor materno que ha recibido, debido a la temprana muerte de su madre.

Aunque predomina la narración y escasean los diálogos, estos siempre resultan verosímiles y muy bien construidos. Todas estas son historias tristes de lucha, resistencia y su pervivencia en un país mancillado por la mano dura y que se abre paso a duras penas al modernismo, a la inmigración europea y al progreso.

La protagonista sufre una gran evolución a lo largo de la obra. Además de crecer y madurar, Eva pasa de ser una joven analfabeta para escribir folletines. Además, otros personajes como Mimi —el susodicho Melecio—, que experimenta una transformación física. Inevitablemente, me ha recordado también a la película Roma, de Alfonso Cuarón, por la belleza de las imágenes que transmite aquí Allende.

Hacia el final, la obra pierde fuelle y un poco de verosimilitud, pero el resto compensa. Cabe destacar que he tenido un percance con este libro, ya que en este volumen las páginas que van entre la 193 y la 224 no existen —me di cuenta, claro, cuando llegué a la 192 y vi que saltaba inmediatamente a la 225—. Una obra —que se ha visto complementada por Los cuentos de Eva Luna— de una autora sublime. Mi madre tiene varios libros de Allende en casa y, para lo poco que lee, eso es mucho decir. Es, quizás, su escritora favorita, y no me extraña. Una obra muy recomendable para reconciliarse con la belleza de la literatura si alguna vez caemos en el bloqueo lector y para respirar tranquilos y ver que Allende ofrece frescura y calidad en sus novelas.

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