El libro de los amores ridículos (Tusquets Maxi, 2019), de Milan Kundera y traducido por Fernando de Valenzuela.
Siete eran los pecados capitales. Y siete son los relatos de este libro de Milan Kundera (República Checa, 1929) sobre el amor que implica, a veces y para algunos fieles, pecado. Publicado originalmente en 1968, este volumen concentra siete historias sin relación aparente entre ellas.
En la primera de ellas, por ejemplo, el narrador protagonista es un profesor universitario que vive junto a su amante, Klara. Un día, un hombre acude al protagonista para que interceda por él y le haga un buen comentario del artículo científico al que ha dedicado tanto tiempo para que se lo publiquen en una reputada revista científica. El protagonista rechaza hacerlo porque considera que su artículo no es merecedor de ello, pero tampoco se lo dice a la cara, por lo que aquel comienza a acosarle para que haga esa valoración de su artículo mientras este huye de él. Cambia el horario de sus clases universitarias e incluso se inventa viajes y enfermedades hasta que, finalmente, el hombrecillo —se dice que es de baja estatura— acude a su domicilio, donde vive la amante del profesor. A partir de ahí, el honor será el tema central del relato que marque el desarrollo final de este.
La situación se recrudece y llega a un final no demasiado traumático. Este primer relato es el que mejores sensaciones me ha dejado de todos. Además, el hombrecillo me ha recordado al profesor Unrat, el protagonista de la novela homónima de Heinrich Mann. Ahí vemos cómo una vida normal puede derrumbarse por algo que aparenta ser una broma o un simple acto sin mala voluntad. Cuando se ataca el honor, hay gente a la que le sienta mal —ahí tenemos a Katharina Blum—, y más aún en la sociedad centroeuropea del siglo XX en la que está inspirada esta novela.
Además, la situación sociopolítica de la época —años sesenta del siglo XX— y el lugar —República Checa en general, aunque en algunos relatos se especifica la capital, Praga— se vislumbra a través de algunos detalles. Por ejemplo, en el primer relato hay quien se dirige a otros con el apelativo «camarada». Hay que recordar que la Chequia natal de Kundera estuvo bajo el socialismo durante muchos años del siglo pasado. Por otra parte, el protagonista de otro relato acude a la iglesia y rinde pleitesía a Dios con rezos, algo que estaba muy mal visto en esa época y en ese lugar, y más aún si lo hace alguien que pretende convertirse en maestro, así que le tiran de las orejas por ser —o aparentar ser— católico.
El segundo relato, por su parte, está protagonizado por el narrador y Martin, su amigo. Ambos van de viaje en coche buscando mujeres a las que acercarse y con las que lograr algo más que una amistad. Sobre todo Martin, que incluso apunta los nombres de las chicas que conoce por si, en un futuro, necesita recurrir a ellas ante la escasez de ligues —esperará encontrarla en las Páginas Amarillas de la época, supongo—. Todo esto, mientras mantiene a su esposa en casa. Es decir, la engaña cuando le surge la ocasión. Siempre está dispuesto a ello y, de hecho, va en busca de aventuras nuevas sin importarle nada su propia mujer.
Martin es el macho alfa por antonomasia, lanza miradas lascivas a las mujeres y busca coqueteos y ligues en cada rincón. Sin embargo, al final no consigue nada. El narrador, cansado de ir y venir con su babeante amigo —reconoce que Martin acosa a las mujeres—, decide dejar de reírle las gracias y se pregunta por qué es cómplice de algo así, despertando mágicamente al pensamiento del siglo XXI. Bueno, a fecha de 2020 algunos siguen anclados en la personalidad de Martin, por desgracia.
En el tercer relato encontramos dos jóvenes —chico y chica— que son pareja y que anhelan descubrir el amor y el sexo —sobre todo él, ya que ella es muy beata y no le atrae demasiado el pecado—. En el cuarto relato, por su parte, encontraremos a una enfermera que desea ligar con un médico que la rechaza e ignora. Ella bebe demasiado y se produce un accidente que no se cree tal y que se achaca a las locuras del amor.
Así vamos llegando hasta el final de todas estas historias que se llaman ‘partes’, como si formaran un todo, pero que no parecen tener, como digo, relación alguna. En el cuarto relato, por ejemplo, aparece de fondo una mujer llamada Klara, igual que en el primero —no sabemos si es la misma—. Y luego, tanto en el cuarto como en el sexto relato hay un personaje llamado doctor Havel —parece ser que no se trata del mismo doctor—. Sea como fuere, aunque estos personajes fueran los mismos en un relato y en otro, esta sería la única relación aparente entre las partes, por lo que podemos seguir afirmando que se trata de cuentos independientes.
Entre estas páginas encontramos historias bien construidas, personajes más o menos completos para tratarse de relatos, sexo sin amor, juegos, miradas cómplices, mentiras, engaños, seducción, infidelidades y, por supuesto, amor. Pero amor ridículo, cómico muchas veces. También se habla de erotismo, pero no erotismo de manera pasional, sino filosófica, como es normal en los libros de Kundera. «El erotismo no es sólo un deseo del cuerpo, sino también, en la misma medida, un deseo del honor. La pareja que hemos logrado, la persona a la que le importamos y que nos ama, es nuestro espejo, la medida de lo que somos y lo que significamos», se dice en uno de los relatos.
La mayoría de los narradores de estas historias están en tercera persona, aunque hay algunos —sobre todo al principio— en primera. Los relatos de Kundera, pensé antes de comenzar el libro, deben de parecerse a los de Raymond Carver. Ahora que he finalizado la lectura de este volumen creo que estaba bastante equivocado. Este libro solo se parece a De qué hablamos cuando hablamos de amor en que en ambos hay relatos con el amor como tema central. Fin. Carver le saca, al menos en ese volumen, varias cabezas a Kundera en cuanto a la belleza de las historias. Eso sí, el título de este libro del autor checo viene como anillo al dedo porque los amores que trata Carver en su libro son amores fuerte y fieles al concepto. Aquí, sin embargo, son amores que casi invitan a la risa.
Además, hay un interesante debate entre la juventud y la vejez, ya que cada una cuenta con armas diferentes para enfrentarse a la caza del amor. Por un lado, la juventud implica carnes prietas y en su sitio, atracción física en definitiva. Por otro lado está la vejez, que lleva consigo la experiencia vital —amorosa y sexual también—. Por lo que, entre estos relatos, vemos a algunos jóvenes temerosos de lanzarse al amor o de practicar sexo por si sale a relucir su inexperiencia. Y también vemos a adultos ya entrados en años que no encuentran la fuerza suficiente para lanzarse a conquistar mujeres porque sus cuerpos ya no son lo que eran —el temor a seguir amando y dejar de ser amados—.
«De lo que se trata en la vida no es, querido amigo, de conquistar la mayor cantidad posible de mujeres, porque ése es un éxito demasiado superficial. Se trata más bien de cultivar las exigencias que uno mismo se plantea, porque en ellas se refleja la medida de su propio valor. Recuerda, amigo, que el buen pescador devuelve los peces pequeños al agua», llega a decir uno de los personajes.
La mayoría de los protagonistas son masculinos. Todos ellos necesitan reafirmar su hombría y su capacidad de enamorar y, también, todos ellos buscan desesperadamente mujeres y ligues, aunque tengan esposas o novias. Además, en el cuarto relato se dice que la mayor desgracia es un matrimonio feliz, porque «no le queda a uno la menor esperanza de divorciarse».
«Lo único que puede dar la medida del amor es la muerte. Al final del verdadero amor está la muerte y sólo un amor que termina en muerte es amor». Esta frase de uno de los personajes me parece estúpida, porque cae en el argumento facilón y romántico, además de que puede incitar a romeos y julietas a seguir al pie de la letra lo que aquí dice.
Muchas veces, si no siempre, creemos que cabalgamos sobre nuestras propias historias, pero no siempre es así. A veces no son nuestras las historias sobre las que vamos montados. Y otras veces, en nuestras historias no somos nosotros quienes llevamos las riendas, lo cual es peor.
Conforme se van sucediendo los relatos, estos pierden fuerza, originalidad y frescura: se desinflan sin que Kundera parezca saber remediarlo. Sin duda, no es de sus mejores libros, teniendo en cuenta que tiene grandes obras como la mítica La insoportable levedad del ser. Sin embargo, a Kundera nunca se le puede descartar para el Nobel de Literatura, es un eterno candidato. Aun así, me esperaba más de este libro que deja, eso sí, muchas citas dignas de destacar. Con una de ellas quiero terminar: «El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados. Sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo. Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido».