El lector (Anagrama, 2018), de Bernhard Schlink y traducido por Joan Parra Contreras.
Qué bien lees, chiquillo.
Bernhard Schlink, El lector
El lector (Anagrama, 2018), de Bernhard Schlink y traducido por Joan Parra Contreras, es un libro en el que me pareció que portada y título chocaban bastante, pero luego leí la contraportada y me pareció una buena combinación y lo compré.
Esta novela, situada en los años posteriores al Tercer Reich en Alemania, está dividida en tres partes, con mucha narración, apenas hay diálogos, pero al tener poco más doscientas páginas e infinidad de pequeños capítulos, se hace más amena.
En ella, el protagonista y narrador en la primera de las tres partes del libro se llama Michael Berg y es un chico de quince años que nos cuenta cómo un día, al volver del colegio, se puso a vomitar en la calle porque estaba enfermo de hepatitis y una mujer acudió en su ayuda. Cuando Michael va a casa de esta mujer unos días más tarde a agradecerle su ayuda, los planetas se alinean, como suele decirse, y Michael (de quince años, recordemos) y la señora, llamada Hanna Schmitz, de treinta y seis años, acaban haciendo el amor apasionadamente.
A partir de aquí, Michael se saltará clases para ir a ver Hanna con más o menos asiduidad. Por lo que he interpretado en la narración, Hanna se sentía a gusto junto a Michael. Pero Michael lo que tenía era una obsesión, un enamoramiento extremo que lo llevaba incluso a cargar con la culpa de las discusiones que tenían por miedo a perderla (quizás porque estaba en esa edad de descubrir el amor y más menesteres similares). Sea como fuere, él dice que era feliz. Cuando Michael va a visitarla, Hanna le pide que le lea libros, que le encanta su voz, le llama chiquillo, y Michael lo hace tan alegremente.
Las cosas van cambiando con el paso del tiempo. Una fuerte discusión, lo que parece un malentendido (con el transcurso de la narración descubriremos que no lo es), acabará con Hanna dando un correazo a Michael y rompiéndole el labio. La relación se torcerá y, aunque seguirán haciendo el amor en casa de Hanna, la frialdad de sus sentimientos hará que Michael caiga en otra enfermedad, y más aún cuando Hanna se marche de la ciudad, porque él está profundamente enamorado de ella.
En la segunda parte del libro, Michael es un estudiante de Derecho que va a juicios para practicar y tomar nota. Y en uno de esos juicios está Hanna como acusada, pues había sido guardiana en un campo de concentración nazi. A partir de aquí, a la vida de Michael y Hanna se une la tragedia del Holocausto, y la narración nos hablará con frecuencia sobre esto. Una de las cosas que me sorprendió del libro es que Hanna, pese a que había sido guardiana de las SS y podía estar siendo buscada por la policía, le dijo a Michael su verdadero nombre cuando se conocieron. Quizás sea una tontería, pero a veces las personas sospechosas y temerosas de que las atrapen dicen nombres falsos. Pero no en esta ocasión.
Lo que descubrió Michael durante el juicio es revelador: Hanna era analfabeta (por eso quería que Michael le leyera libros en sus citas), y prefería cargar con la culpa en el juicio (aunque ello conllevara que a las demás acusadas se le rebajara la pena) antes de que se descubriera su analfabetismo. Michael, en su fuero interno, intentaba aunar comprensión y condena, pero ambas no cabían, y al final creo que gana la comprensión sobre la condena, al menos a mi parecer por cómo sigue tratando a Hanna. Esta, finalmente, es condenada a cadena perpetua, y Michael le enviará a la cárcel cintas en las que está grabada su voz leyendo libros para que Hanna pueda escucharlos. Será en la cárcel donde a Hanna le ocurra algo al final de la novela que definitivamente encauce la narración hacia un final irreversible.
Esta novela me ha recordado, sobre todo al principio por la relación que Michael mantiene con Hanna, a Cuando el frío llegue al corazón, de Manuel Gutiérrez Aragón, aunque en el caso de la novela de Gutiérrez Aragón, el protagonista no llega a mantener una relación con su tía (una mujer mayor que él también, como Hanna con respecto a Michael), pero sí se ve atraído por ella. Me ha costado creerme la historia, para qué voy a engañarte, querido lector o querida lectora de esta reseña. Me parecía que la narración de Michael era un poco artificial, me costaba creer que lo que él hacía y decía lo podría hacer una persona real. Aun así, me ha hecho empatizar un poco y sentirme dentro de la trama en cierto modo.
Hay una revisión crítica del nazismo, y también hace Michael un feroz ataque señalando como culpable a aquella generación anterior a la suya (sus padres, por ejemplo) que no fue capaz de plantar cara al Tercer Reich y que hizo oídos sordos ante la tragedia. Esta es una novela que se me presenta como una guía turística que nos hace un recorrido por ese desagradable trozo de la Historia. Es decir, no nos hace sentir culpables ni doloridos, pero sí quiere que nos fijemos bien en aquellos edificios grises del fondo donde se hacinaban los judíos. Que no olvidemos ningún detalle de nuestra visita. Por eso, creo que la novela está hilada alrededor del Holocausto con sabiduría, quizá podía estarlo con más sutileza, pero aun así, me ha entretenido, y me gusta que este tipo de episodios históricos salgan incluso en la ficción literaria. No podemos olvidarlos.
Me gustaría terminar esta reseña con una breve frase que Michael dice en la novela y que habla sobre lo que yo decía unas líneas más arriba:
Unos pocos condenados y castigados, y nosotros, la generación siguiente, enmudecida por el espanto, la vergüenza y la culpabilidad.