Berg (Malas Tierras & Underwood, 2020), de Ann Quin y traducido por Axel Alonso Valle y Ce Santiago.

Ann Quin (Brighton, 1936) fue una escritora singular que experimentó con drogas e ingresó en un hospital psiquiátrico. Ahora se ha publicado en castellano Berg (Malas Tierras & Underwood, 2020, con traducción de Axel Alonso Valle y Ce Santiago), la que fue su primera novela, publicada originalmente en 1964. En esta obra de estilo experimental la autora omite algunos signos de puntuación. En ella, un hombre llamado Alistair Berg —cambia su apellido a Greb para ocultar su verdadera identidad— viaja a una ciudad costera con el objetivo de asesinar a su padre. Se aloja en una habitación al lado de la de su padre, donde este vive con Judith, una mujer más joven que él.

En su habitación desangelada trama el asesinato de su padre mientras hace un repaso constante al pasado. Las analepsis hasta su infancia se suceden con rapidez: su niñez y demostraciones de fuerza y valor. Todo vale para sobrevivir. Y, por supuesto, la voz omnipresente de su madre, que ahora se comunica con él por cartas. Su madre fue y es sobreprotectora, y vemos un reflejo de ello en la actitud insegura y atormentada del protagonista. En Berg se intercala la narración con las cartas de su madre, una fuente inagotable de palabras, consejos y advertencias.

Narrada en tercera persona, en esta novela vemos a un hombre que se dedica a vender crecepelos y que busca a un padre ausente. Piensa en esa presencia alcohólica y parasitaria, pero no la siente como paterna. Su misión allí parece consistir en asesinar a una persona cualquiera. El protagonista es un idealista que filosofa y delira. Un hombre atormentado, necesitado de amor y reconocimiento. Por momentos, puede parecer que tiene delirios de grandeza, pero sencillamente intenta respirar en un ambiente asfixiante, y para ello necesita sacar la cabeza fuera del agua, hasta que sea visible y le permita tomar aire.

Berg —o Greb, o Aly, de Alistair, que es su nombre de pila— busca una felicidad y una armonía familiares que ya no son posibles o, al menos, no son como antes. Es un flâneur que pasea por la ciudad mientras acecha la figura tambaleante y absurda de su padre. Aunque, en realidad, es su pensamiento el que le acecha a él. Su mente lo encuentra desarmado si se queda parado, por eso Berg camina y camina, para construirse una sombra paralela que le sirva de escudo y no hacer frente a aquello a lo que parece haber ido.

Judith y su padre riñen con frecuencia. Él se marcha unos días y es entonces cuando Judith aprovecha para conocer mejor a Greb y atraerlo. Berg, por su parte, es un hombre reservado, introvertido y muy unido a su madre, a su casa y a sus libros. Por eso, cada varios párrafos la narración, que es rápida y vigorosa, vuelve la vista hacia su infancia, una etapa de su vida con sabor agrio y también destellos de armonía y esplendor.

Berg siempre ha buscado una vida distinta a la que le ha tocado, con el eterno anhelo de estar a la altura. Sin embargo, no se termina de decidir a ejecutar su plan pese a que se queda a solas con su padre en varias ocasiones. Las reflexiones atraviesan el espacio y el tiempo y hacen una crítica social impregnada del existencialismo del protagonista. El olor a quemado anega la habitación de Berg, el lugar donde este realiza introspecciones dolientes y lanza al aire preguntas sin respuesta, para siempre ignoradas.

Quin incluye en esta novela referencias a obras de Shakespeare y a poemas mientras examina las relaciones paternofiliales, los mitos familiares y el sentimiento de no pertenencia a lugares y personas. La autora analiza en esta obra la psicología de un protagonista abstracto y delirante. La suerte de la vida y la separación del pasado y el presente son temas que Quin aborda en esta obra con tintes de obra absurda y bizarra. Berg es una novela cerebral que explora parajes recónditos de la mente humana, de sus deseos y de sus obsesiones. A través de las ventanas empañadas por la bruma se vislumbra una sombra que busca en su mente, que escoge y deshecha, y al final se queda con un muñeco. Lo llama padre, pero este no le responde.

Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): He de reconocer que escogí este libro por su diseño simple. Me atrajo mucho, así como que en la cubierta apareciera una fotografía claramente de otra época. Es una estética muy sencilla que podía albergar una gran obra, pensé. Y acerté. Es el primer libro que leo de esta editorial, y me alegro de haberlo hecho. Esta obra no es para todos los públicos, ya que se necesita mucha concentración por la multitud de reflexiones aparentemente abstractas que incluye.

En realidad, no me ha recordado demasiado a ningún libro. Por su estilo bizarro me ha recordado a dos libros de la editorial Bunker Books (Cocaína, de Alexander Skorobogatov, y Las lágrimas del cerdo trufero, de Fernando A. Flores). De hecho, creo que Ann Quin habría sido una autora muy apropiada para la editorial cordobesa. Más allá de el estilo, tiene un toque de las novelas de Evelyn Waugh, porque estas tiran mucho hacia el humor por un camino determinado. La novela de Quin va por el mismo camino, pero este no lleva al humor, sino al absurdo, que no siempre implica risas. Aparte de esto, nada. Humo.


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