Autor/a extranjero/a · Narrativa

Asesinos de los días de fiesta, de Marco Denevi

Asesinos de los días de fiesta (El Ateneo, 1983), de Marco Denevi.

Me costó lo indecible encontrar este libro. No sé dónde lo vi reseñado, pero debió de atraerme bastante. Además, la imagen de la cubierta me gusta mucho por el misticismo que parece haber en ella.

Marco Denevi (1922-1998) ha escrito aquí una novela muy breve. El autor argentino utiliza un narrador en primera persona —cuya identidad no se nos descubre en ningún momento— que nos irá relatando las idas y venidas de una familia en torno al pillaje amparados tras el falso biombo del drama y el dolor.

Situada en Argentina de la década de los cincuenta del siglo XX, al principio de la novela nos encontramos con una familia que vela el cadáver de Betseba, una mujer. No sé sabe por qué ha muerto, quizás «de indiferencia». Mientras están en el entierro, una mujer desconocida llega hasta el ataúd, llora a la difunta y se marcha sin más. Nadie la conoce, nadie sabe por qué ha ido, si conocía verdaderamente a la fallecida, si es una intrusa o si se ha equivocado de entierro.

Entonces, a una de las mujeres de la familia llamada Iluminada se le ocurre una idea: ir a entierros de gente desconocida, a llorar a sus muertos y que todos los ojos se posen sobre ellos, todo el interés, como ellos han hecho con esa mujer desconocida, y que todos crean que eran familiares cercanos del difunto. Qué iluminada.

A partir de entonces asisten a algún que otro velatorio —no cementerios, sino en las casas de los difuntos, donde se congregan familiares y amigos—. Siempre van seis miembros de la familia a esos entierros, el narrador protagonista entre ellos. Cuando les preguntan qué hacen allí y si conocían al difunto, ellos se defienden diciendo que no son llorones profesionales ni plañideras.

Tras fracasar en el primer intento, continúan visitando velatorios. Entonces deciden ir un paso más allá: asistirán a velatorios de difuntos de alta alcurnia para hacerse pasar por amigos del fallecido y, así, comenzar a codearse poco a poco con la aristocracia de la ciudad y hacer contactos. Sin embargo, vuelven a fracasar porque todos les ignoran.

Ante esta situación, deciden finalmente acudir a velatorios de difuntos ricos para robarles objetos de sus casas. Aunque al principio les cuesta hacerse con objetos de verdadero valor debido a la multitud de ojos que lo vigila todo, al final consiguen profesionalizar sus artes en el oficio del hurto. Ellos hacen esos robos sin remordimientos y los justifican aduciendo que los ricos han conseguido su fortuna gracias al pueblo y no precisamente por sudor y trabajo propios.

Se enteraban de los velatorios gracias al periódico. Un día, fueron hasta un velatorio de un difunto que se presumía rico. Llegaron a un domicilio que, por fuera, parecía normal, e incluso pensaron en volver a casa al creer que no podrían sacar provecho. Sin embargo, entraron y dentro encontraron una casa en cierto modo lujosa —para lo que parecía por fuera— y algunas personas mayores velando el cadáver.

No había familiares. Todos eran vecinos del difunto, que no tenía familia. Así que este grupo intimidó a los pocos que habían acudido al entierro y se quedaron solos en esa casa, junto al cadáver. Si no tenía familia, ¿reclamaría alguien aquella casa, aquellos objetos, esos animales disecados que tenía el difunto por todas partes? ¿Y la herencia?

El difunto, que se llamaba Claudio, había dejado toda su herencia a su mujer, embalsamada en una habitación secreta de la casa, así que la tarea pendiente estaba clara: había que hacerse pasar por su difunta esposa, Esmée Roth, e ir a cobrar la herencia. A partir de aquí, el grupo actuará como una familia y acudirá en bloque a un abogado. Escogerán al más buenazo, lo engañarán y caminarán rumbo a la herencia del difunto Claudio. Para ello, una de las mujeres se disfrazará durante todo el tiempo que dure el litigio de Esmée, a quien todos creían en el extranjero —nadie sabía que en realidad había fallecido, por eso funcionó su plan—.

El final del conflicto por la herencia terminará como estaba previsto, pero el futuro de la familia sufrirá un cambio en las últimas páginas. Porque a veces el amor puede más que los engaños y las mentiras.

Denevi escribe aquí una obra repleta de humor que ahonda en la psicología humana a través de esta familia desconcertante. Cada miembro es único, aunque algunos tienen más bien poca presencia y apenas se construye su personalidad en la historia. Cada familia es un caso digno de estudio y esta obra, creo, está infravalorada. Es una pena que no sea más conocida.

El autor se plantea desde el humor, por ejemplo, si es necesario haber conocido a alguien para ir a su velatorio. Todas las muertes son importantes, viene a decir, y no solo deberíamos llorar o lamentar aquellas a las que nos unen lazos familiares o de amistad.

La familia de la historia se caracteriza por un materialismo y una vanidad enfermizas. Les encanta el oropel y lo boato, y además la historia se ve envuelta por un halo espiritual. El autor juega con la muerte, la presencia de los muertos y el más allá.

Además, vemos un ataque hacia el abogado de la familia, un argentino con rasgos aborígenes que, según el narrador, era educado y sumiso. «Estos chinos todavía llevan la esclavitud en la sangre», dice uno de los personajes en una cruel puñalada a la dignidad del pobre abogado engañado.

La familia critica a todo aquel que le es ajeno, pero ellos son perfectos. Practican el celibato y se definen como «decentes» en lo que al sexo se refiere. «Los hombres, día y noche, no piensan más que en fornicar», dice una de las mujeres de la familia. Todos hacen teatro, fingen cada minuto para aprovecharse del abogado y de una herencia que no les corresponde. Aquí encontramos amor, lazos familiares, suplantación de identidad, engaños, mentiras, seducción y, por supuesto, la muerte. Aunque, todo hay que decirlo, no entiendo bien ese título, porque este grupo no se encargaba de asesinar a los difuntos cuyos velatorios visitaban.

La novela tiene una narración fluida que se agradece, debido a que la edición está un poco gastada, las páginas son rugosas y esto redujo un poco mi interés por su lectura —pese a lo que me costó encontrarlo y al dinero que me costó conseguirlo—. El plot twist final es convincente, pero más aún lo es la historia, teniendo en cuenta que, supuestamente, tiene tintes de real. Al parecer, el difunto de la historia —Claudio— está basado en un hombre que existió de verdad. Se trata del doctor Miyamoto, que vivió en Rosario (Argentina), donde desarrolló su técnica de embalsamamiento a la que llamó «eosonomía», algo así como la taxidermia de personas y animales. Apenas he encontrado una referencia a ese hombre en Google, así que tampoco me atrevo a afirmar mucho más que eso.

Finalmente, este volumen incluye una bibliografía con nombres de otras obras del autor, estudios sobre él e incluso algún reportaje y entrevista. En definitiva, creo que esta no es una obra maestra, ni mucho menos, pero hay muchos libros peores más conocidos, así que creo que debería conocerse más esta historia tan truculenta, absurda y cómica.

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