Un librero en apuros. Memorial de afanes y quebrantos (Ediciones del Genal, 2018), de Francisco Puche.
Cualquier ciudadano malagueño que se precie —y si es lector, con más razón— conoce la librería Proteo-Prometeo. Fundada en 1969, en 2017 recibió el premio Librería Cultural, otorgado por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL). Sin embargo, son menos los que conocen a esta librería por su otro nombre: Libertonia.
Francisco Puche (Antequera, 1940) en un librero histórico de la capital de la Costa del Sol, fundador de la susodicha librería y autor de este libro, donde recoge textos, experiencias y anécdotas en torno a su figura como librero y al mundo del libro desde el tardofranquismo hasta comienzos del siglo XXI. Lo dedica al «Pueblo Lector Soberano» e incluye algunos dibujos y fotocopias de páginas que ilustran pasajes del libro.
Puche nos narra cómo, durante el franquismo, escondían los libros más ‘peligrosos’ —volúmenes eróticos o sobre Lenin, por ejemplo— en los estantes más altos de la librería o los mantenían ocultos. El proyecto de librería —a la que llama Libertonia— que el autor creó junto a otros compañeros no tardó en sufrir ataques de aquellos que se negaban a que los libros fueran símbolo de libertad de pensamiento. Así, Puche relata el intento de incendiar la librería que casi lleva a cabo un cliente, además de algún apedreamiento que sufrieron los cristales de la librería y de lo cual se conservan fotografías.
El volumen comienza con un repaso cronológico, desde la creación de la librería en 1969 hasta que fue publicada la primera edición, a principios de los años 2000: la andadura de la librería desde la coyuntura política y social que vivía el país en el fin de la dictadura hasta el asentamiento de la democracia.
Sin embargo, pronto se va por las ramas y comienza a hablar de paradigmas, de ciencia y convierte este libro en un compendio de textos más interesantes a ojos del autor que a ojos del lector que quisiera acercarse a la historia de la librería o de los libros en las últimas décadas. Pese a ello, hay algunos detalles interesantes relativos al mundo de la literatura y su distribución.
Cita, por ejemplo, una ponencia del XI Congreso de Libreros, celebrado en 1988 en Santiago de Compostela. Ya en 1988 se avistaban las nuevas tecnologías como un elemento de cambio en el mundo del libro. De hecho, ya entonces se hacía una defensa de las librerías tradicionales frente a las multinacionales, lo que hoy serían Amazon y compañía.
En 1962 el estudioso McLuhan dijo que lo audiovisual sustituiría o desplazaría a la lectura. Sin embargo, se recalca que en 1980 se han publicado «tres veces más títulos» que en 1950. En 2022, la cosa no va mal del todo, por suerte, aunque un hecho inesperado de hace dos años —el covid-19— ha tenido consecuencias fatales para muchas librerías y editoriales pequeñas. Sea como fuere, podemos congratularnos en cierto modo del error de cálculo de McLuhan.
Es curioso ver lo que se hablaba cuarenta años atrás sobre los libros electrónicos. No hay más que ver las palabras del director de la Feria del Libro de Frankfurt, que en 1987 se preguntaba si veinte años más tarde seguiría habiendo lectores. La tecnología del momento no era nada comparado con la actual, pero aun así comprendía una competencia grande para su venta y distribución, ya se tratara de los cd-rom o de los videotex.
Puche habla sobre la situación del libro, los libreros, los editores y los distribuidores en la época. Asimismo, dice cómo debería ser la librería del futuro con un decálogo —aunque no exactamente con diez premisas— y la figura del librero, que debe convertirse en agente de información y agitador social, cogiendo siempre muchas ideas del sector librero francés de la época.
El librero, desde su limitado estrado —aunque con los libros como arma— debería luchar como un ciudadano más en pro de un mundo mejor, con todo lo que eso suponía en los años 80 del siglo pasado —y en la actualidad—, desde una visión también ecologista, en defensa de conservar la biosfera y no desangrar a los árboles, quizá debido a que el autor es ecologista y estudioso del tema. Amar los libros y los árboles puede parecer contradictorio, pero en esta época ya se apoyaba el uso responsable del papel para libros. Por ejemplo, que estuvieran libres de cloro y que fueran reciclados. De hecho, en los créditos de esta edición se avisa de que este volumen cumple con ambas premisas.
«Hay que creer en el libro para sostenerlo». Es cierto que Puche tiene una visión admirable del futuro y pone sobre la mesa multitud de formas en las que las librerías podían pensar en innovar para no quedarse atrás, pero en el mundo de la cultura en general —y del libro en particular— si no se mira hacia el futuro se corre el riesgo de morir al día siguiente por desactualización y obsolescencia.
Las librerías deberían configurarse —hoy y siempre— como espacios de encuentro. El autor ejerce una defensa sublime del soporte papel frente al electrónico ya en aquel entonces. Recalca, por otro lado, lo poco que se leía entonces —y no hemos avanzado demasiado— en España frente al resto de Europa, y no digamos ya en Andalucía.
Más adelante, Puche dice que se deberían «revisar libros de calidad reconocida» en lugar de tanto «libro intrascendente». Pero ¿qué es un libro intrascendente? ¿Cómo se mide la calidad de un libro? ¿La mide el autor, el librero o el lector? Porque no creo que haya una respuesta consensuada entre todos. Este es un tema controvertido —igual que el de la «buena» y la «mala» literatura, pero con otro nombre— que sería cuestión de debatir en el actual panorama literario español.
Además, Puche critica las concentraciones y los monopolios en torno al mundo del libro, incluyendo algunas tablas, estadísticas y multitud de datos, una pena que todos ellos ya estén obsoletos, porque son interesantes. En este compendio de textos diferentes, el autor también añade, por ejemplo, una correspondencia por carta con el escritor José Luis Sampedro, dos reseñas que hizo en su día de dos libros o un manifiesto librero en contra de la guerra del Golfo.
Defiende la imagen del librero como un conocido que nos recomienda libros. Este libro es, claro está, una oda a los libreros y libreras de ayer y de hoy. «Es el librero uno de los agentes cualificados y privilegiados para contribuir, con su ejercicio profesional, serio y honesto, a construir un mundo pacífico y civilizado», escribe.
Sin embargo, necesitaría revisarse, corregirse y modernizarse su edición. De esa manera, y con algunas actualizaciones, podría ser objeto de interés para libreros y lectores amantes del tema. De otro modo, resulta pesado y cuesta arriba por momentos, quizás por ese cuerpo de texto tan atípico en los libros convencionales, el texto no justificado al margen derecho o la inclusión de partes algo soporíferas. Sea como fuere, un libro interesante que desmerece su presentación.
«Los libreros siempre hemos sido una especie en peligro de extinción: antes, porque por difundir ideas heterodoxas te las podías ver con la Santa Inquisición, y te podía ir en ello la vida; ahora porque las tiendas virtuales dicen que somos prescindibles —muerte, al fin y al cabo, aunque menos cruenta que la anterior […] En este vivir muriendo, tan teresiano, hemos adquirido una cultura de resistencia».