Hasta aquí hemos llegado (Siruela, 2021), de Antonio Fontana.
Entrevista a Antonio Fontana:
Asomarse a la ventana y escuchar a la vecina, con la radio puesta, que canta boleros, rancheras, coplas o habaneras, o que un hombre toque a tu puerta para venderte una colección de enciclopedias. Eran otros tiempos, dicen las protagonistas de Hasta aquí hemos llegado (Siruela, 2021), novela ganadora del Premio Café Gijón 2020.
Esta obra de Antonio Fontana (Málaga, 1964) está protagonizada por varias mujeres ingresadas en la Residencia de mayores Peña Hincada, localizada en algún punto de la provincia de Málaga. Cada capítulo está narrado por una de ellas, y a veces se repiten. No se trata, por tanto, de una historia, sino de fragmentos de muchas vidas diferentes que conviven bajo el mismo techo y que son objetivo de la muerte. Hablan sobre sus pasados con voces diferenciadas y mucho humor. Tienen recuerdos vívidos de un pasado poco agradable que les visita cada pocos minutos. Sin embargo, resarcen la nostalgia con ironía.
La muerte se presenta ante ellas como un personaje de carne y hueso que se pasea por la residencia, cual enfermera, eligiendo quién se va a morir. La novela comienza con la muerte eligiendo una víctima: La Aparición ha fallecido. Luego, conocemos al resto de residentes, como La Socorro o La Enterradora. Esta última tiene un bicho en su habitación, o eso cree ella por los ruidos que escucha. Un bicho que vuelve noche tras noche, que asusta a la mujer hasta que se hace encima sus necesidades, como si el bicho fueran sus recuerdos o la presencia de la muerte, que acecha, imposible de ignorar.
Hay un doctor que pasa consulta, pero no es un personaje destacable, aunque sí nos permite conocer a través de él a otras mujeres con apodos igualmente divertidos o enfermedades como el alzhéimer. Cada una tiene sus manías e historias variopintas, llenas de turbiedades que se van aclarando hacia el final de la obra. O no.
El humor es el pilar fundamental de la novela, así como el paso del tiempo, la nostalgia y la memoria. Pese al humor que el autor imprime en cada capítulo, hay una pátina de desazón y melancolía en la voz de las mujeres de la residencia. Unas mujeres que también conservan rabia. Algunas descargan críticas sobre sus hijos, que las han ingresado sin tener en cuenta su opinión y que alaban el lugar, creyendo así que a su madre le dolerá menos aquel viaje para siempre a lo desconocido. O a sus maridos, por haberlas ignorado, o incluso maltratado, mientras vivieron.
Las mujeres se recuerdan como amas de casa, muchas veces solas. Sus maridos mostraban desinterés por ellas e incluso les dedicaban malas palabras que erosionaban su autoestima. Una de las mujeres sueña con viajar a cualquier parte, y se convierte en una obsesión que la hace autómata: solo sabe responder con eslóganes de agencia de viajes. Al final de algunos capítulos resuena la voz de algunas de ellas, con sus letanías, como si se tratara de las musas que cantaban la cólera, solo que en este caso no es de Aquiles, sino de esas mujeres maltratadas por la vida.
Eran otros tiempos, se lamentan. Experiencias irrepetibles, propias de una época, de un momento concreto de una vida, que no van a volver. En esta novela se narran anécdotas tanto hilarantes como tristes. El lector ve desde una mujer triste de ojos grises hasta un adulterio oculto, pasando por un marido que regala a su mujer, después de muchos años de matrimonio, un ventilador de seis euros.
Las mujeres recuerdan otros aspectos negativos de aquellos tiempos, como la educación que se les imponía con respecto al cuidado del hogar y el respeto y sumisión a sus maridos. Conviven en silencio con sus recuerdos, volviendo a saborear el amor o el desamor de su juventud, la derrota, el aburrimiento, el dolor, y hacen al lector cómplice de sus anécdotas.
La frase del título aparece por primera vez casi al final, cuando las hijas de La Académica, uno de los personajes más importantes, creen que su madre se está volviendo loca. Le dicen esa frase y la ingresan en la residencia. Como La Académica, sus compañeras se sienten atrapadas, puesto que es una residencia perdida en el monte adonde no va nadie. Para colmo, se sienten incomprendidas porque se quejan de dolores y nadie las cree. Ni siquiera le prestan atención a sus recuerdos, que son lo más importante para ellas.
Cuidado si te acercas a Hasta aquí hemos llegado esperando reírte en cada línea. Hay humor, pero también tragedia, y llega cuando menos la esperas, como en la vida real. Esta novela pone sobre la mesa temas como el papel de las personas mayores en la sociedad actual, y rompe estereotipos de esa etapa vital.
Es una lectura ágil y llena de diálogos donde se observa la fina línea que separa a la realidad, aderezada con ficción, de lo imaginario, que se construye en sus mentes. La residencia se encuentra en el pico de una montaña, de ahí el nombre de esta, y quizás represente el punto álgido de sus vidas, la última etapa antes de subir definitivamente. Como alterna capítulos de las diferentes residentes, a veces el autor no construye escenarios, pues muchos de ellos apenas son soliloquios. Además, aporta musicalidad a la narración con la repetición de ciertas estructuras.
Las mujeres de la residencia casi pueden tocarse de tan reales que parecen. Están despojadas de todo excepto de sus recuerdos, que son lo único que pueden ofrecer, así como la reivindicación de la memoria. Al final, como piensa La Académica, el único consuelo es esperar.
Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): Como digo en la primera frase del cuarto párrafo, la muerte es un personaje que se pasea por las habitaciones de las residentes eligiendo quién se muere y quién no. Cuando leí eso en la novela me recordó a La Veneno, en el famoso meme en un plató de televisión en el que va señalando y diciendo «tú no, tú no, tú no, tú no, tú sí». Si fuera una obra dramática, no me habría recordado a ese vídeo, pero como era una obra de humor, pues creo que lo ha facilitado. Además, por ser una novela protagonizada por personas mayores, me ha recordado a Las gratitudes, de Delphine de Vigan.