Historia de un fotógrafo, una camelia y un bisturí (Ediciones En Huida, 2021), de Germán Ramírez Lerate.
Aunque pueda ser difícil de imaginar, los tres elementos del título de esta novela, tan diferentes entre sí, se cruzan con éxito para formar una historia llena de misterio y giros imprevistos. Historia de un fotógrafo, una camelia y un bisturí (Ediciones En Huida, 2020) cuenta el asesinato de Julio Monte, un falangista que una noche aparece muerto con arma blanca a las puertas del club Sexy Sadie, de donde sus amigos y él eran clientes habituales.
Esta es la primera novela de Germán Ramírez Lerate (Cádiz, 1998). La historia, compuesta por tres partes y narrada en primera persona, se desarrolla durante la investigación que uno de esos amigos lleva a cabo para esclarecer el suceso, y todo lo que este descubre. La trama está situada en 2004, pero hay analepsis que la transportan al pasado.
El protagonista es un hombre reprimido, como la camelia que esconde, y también deprimido. Además, tiene miedo del qué dirán y qué pensarán de él. Acude con frecuencia a su psicoanalista, un personaje de lo más pintoresco. Estas visitas, las conversaciones que mantienen y los acontecimientos alrededor del asesinato de Monte hacen de esta obra una novela negrísima.
El interés del protagonista no radica en la venganza por la muerte de su amigo, sino en la resolución de su asesinato. Cuando conoce a Ana, su propósito cambia de ruta. Este personaje femenino marca el trayecto de la historia. Además del protagonista, Ana parece el alter ego del autor, puesto que es escritora y quiere publicar un libro que se llama exactamente como este en el que ella aparece.
La novela tiene ecos de Nietzsche y de su nihilismo. Durante la narración se le cita en más de una ocasión y el apellido del personaje psicoanalista comparte gran similitud con el del filósofo. La vida es amoral: ¡Viva la indiferencia! No sé si esta indiferencia se parecería en términos filosóficos o vitales al célebre «¡Viva la ignorancia!» o a su hermano «Cuanto menos sepas, más feliz serás», como también dice una canción de Tame Impala, pero sin duda son temas sobre los que podríamos (o deberíamos) reflexionar.
La ideología juega un papel fundamental en la historia, aunque el narrador no se centra en ello. Desarrolla los párrafos con una estructura que a veces varía (en un capítulo, el narrador pasa a otras manos y en otro no hay ningún punto y aparte, lo que aumenta la sensación de asfixia y vértigo). Es en este último donde el autor hace una crítica a la forma comercial, previsible y manida de construir y escribir novelas en nuestro siglo.
La prosa es sobria y algo recargada, ya que abusa de adjetivos y de un vocabulario algo exquisito. Aun así, Ramírez Lerate hace en las páginas de este thriller psicológico un análisis de nuestra propia identidad. El juego narrativo y el itinerario que el narrador sigue me han recordado a Boris Vian, quizás por la oscuridad de la historia, una negrura que el escritor francés también solía imprimir en sus obras.
Los cambios puntuales de narrador, de tiempo o de lugar pueden ser confusos, pero está escrito de forma muy inteligente y premeditada. Además, el protagonista tiene un carácter existencialista y plantea temas como el paso del tiempo o la conciencia de la muerte y del fin. ¿Quiénes somos en el mundo? ¿Un final precoz y trágico nos encumbra más que la vejez cómoda y la muerte plácida?
Este es un libro cerebral con un final sorprendente. Tiene tintes de tragedia griega y apariencia de obra teatral. Quizás sea ambas cosas o quizás ninguna. Lo que queda claro es que penetrar en esta novela es entrar en un laberinto que amenaza con devorarnos si no logramos escapar a tiempo de sus garras narrativas.
Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): Mientras leo un libro, tomo notas en un papel para proceder después a la reseña. En algún momento de la narración apunté que el protagonista de esta novela me recordaba a Jesús de la Rosa, el cantante del grupo Triana. Ahora que me he puesto a redactar la reseña no consigo entender por qué apunté eso, no encuentro razones que me lleven a relacionar a ambos. Sin embargo, imagino que por algo sería, y como no me atrevo a señalarlo en la propia reseña sin razones aparentes, lo dejo escrito aquí abajo. Además, como digo más arriba, esta novela me ha recordado mucho a Boris Vian, por esa forma tan inteligente que tiene de enredar al lector. Quizás también me haya recordado algo a Minucias y angustias, de J. M. Beiro, porque ambas me parecen dos novelas negras que se alejan del aspecto superventas de la mayoría de novelas del género (quién es el asesino, cuál es el móvil) para indagar en otros aspectos más filosóficos.