El fuego callado (Caligrama, 2019), de Félix Romero Cañizares.
El ocaso se sentaba a contemplar Oliva tras la ventana de su casa. Una mujer a la que ninguna estrella la guiaba ya. Oliva no es protagonista de esta historia, pero su hijo Marino sí. «La mañana en la que comenzó el incendio, Edelmiro Roldán pasó por el bar», así comienza El fuego callado, con una línea que recuerda a Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez.
Edelmiro es vecino de un pueblo inventado del interior peninsular de trescientos habitantes. La historia se desarrolla allí, situada temporalmente entre la última década y la actualidad y con un registro pintoresco de personajes. Por un lado, Edelmiro. Por otro, el alcalde y Marino, un joven bobalicón. Y tras ellos, toda una cohorte de personajes secundarios necesarios para tejer un pasado al que el narrador se remite en diversas ocasiones.
Cuando era un niño, Marino sufría acoso por parte de los mozos del pueblo, que le lanzaban piedras a su cuerpo desnudo. Un día, Edelmiro fue invitado a esa grotesca y habitual tortura. Voceado por los chiquillos, que le increpaban a que le tirara piedras entre insultos, Edelmiro terminó cediendo, con la mala fortuna de que su lanzamiento dio en el ojo de Marino, dejándolo tuerto.
Con ese contexto histórico, además de otras pinceladas que nos ofrece el narrador en tercera persona a través de los numerosos flashbacks, llegamos a un presente con el que comienza y termina la novela, que es circular, donde hay un incendio. En él muere Edelmiro, que estaba con sus cabras por el monte, e incluso un macho cabrío aparece sin la cabeza, en forma de advertencia, de chantaje e incluso de amenaza.
A través de capítulos breves impregnados de diálogos que descongestionan la narración, el lector se introducirá en una historia de la que querrá saber más. El misterio y las sospechas correrán entre los personajes, pero brevemente, ya que el dinamismo de la novela no permite disertaciones desahogadas. Edelmiro tenía una mala relación con su hijo, pero también guardaba el rencor de antaño de Marino. Pero, realmente, ¿quién haría una cosa así?
La disputa por terrenos, la hostilidad de unos a otros, eran pruebas auspiciadoras de que alguna desgracia estaba por venir en el pueblo, provocada por esos rencores acumulados o de manera accidental por las malas condiciones en las que se encontraba el monte y la desatención que sufría por parte de la clase gobernante.
En esta historia de venganza y rencor, el lector se verá implicado, hará sus propias conjeturas y se sorprenderá con una explicación y un desenlace que darán mucho que pensar sobre el mundo rural español, las pasiones ocultas, los vicios, los secretos y sus intentos de esconder aquello que no debe saberse nunca.
Cabe destacar que la novela incluye algunos toques de humor que aligeran el peso del misterio y la oscuridad que rodea a la historia. Asimismo, el autor incluye una ácida crítica a la clase política y a su único objetivo de obtener votos a través del nepotismo y la demagogia.
Infidelidad y homosexualidad son dos elementos que resultan esenciales y terminan siendo un escándalo en un municipio tan pequeño, y más si en ellos se ve implicado una autoridad del mismo. De ello se habla como si fuera delito, pues así parecen verlo algunos, que lo intentan ocultar de la manera más rastrera que existe para querer mantener la dignidad que perdieron hace mucho.
Una novela, en definitiva, breve y directa como puntos fuertes, en la que quizás se echa en falta una mayor profundización en la psicología de los personajes. Una historia que mantiene la tensión, pero que, quizás por su brevedad, no consigue hacer demasiada mella en el lector. Por último, se agradece que tenga un final cerrado y que dé pie a reflexión en un momento en el que abundan las historias de misterio que pierden toda la belleza narrativa en un último capítulo laberíntico y desolador para el lector ávido de respuestas.