Autor/a extranjero/a · Narrativa

El adversario, de Emmanuel Carrère

El adversario (Anagrama, 2018), de Emmanuel Carrère y traducido por Jaime Zulaika.

Ese tipo está muy enfermo, los psiquiatras están locos por permitir que le juzguen. Él se controla, lo controla todo, así es como aguanta, pero si se ponen a hacerle cosquillas ya no puede controlarse, estallará delante de todo el mundo y le aseguro que será espeluznante. Creemos tener delante a un hombre, pero en realidad ya no es un hombre, hace mucho tiempo que ha dejado de serlo. Es como un agujero negro, y ya verá usted, nos estallará en la cara. La gente no sabe lo que es la locura. Es horrible. Es lo más horrible que hay en el mundo.

Emmanuel Carrère, El adversario

El adversario (Anagrama, 2018), de Emmanuel Carrère y traducido por Jaime Zulaika, es un libro que compré gracias a que vi su reseña en un blog literario del que soy un lector asiduo. Me cautivó y en seguida me pareció vincular inadvertidamente la trama de este libro con la de A sangre fría, de Truman Capote, sin saber que realmente comparten muchos rasgos comunes.

La historia de este libro es real, lo que, como ya sabrá todo aquel que me conozca, incrementa por 1000 su atractivo para mí. Carrère escribe en pocas páginas, si lo comparamos con el relato periodístico que hizo en aquel libro Capote, la historia de un asesinato. Jean-Claude Romand asesinó en Francia el 9 de enero de 1993 a su esposa, a su hijo, a su hija, a su padre, a su madre y al perro de sus progenitores en una masacre cuando menos horripilante y megalómana. Tras asesinarlos, Romand también intentó asesinar a su amante y se intentó suicidar él mismo, pero no lo logró.

Si los asesinatos son estremecedores, la historia que hay detrás de Romand es aterradora. Romand presumía de haber estado trabajando para la OMS en Ginebra, pero nunca llegó siquiera a terminar la carrera de Medicina en Francia. Es decir, llevaba toda su vida engañando a todos a su alrededor, a sus padres, a su mujer, a sus hijos, a sus amigos… diciéndoles que trabajaba aquí o allá cuando realmente no tenía trabajo porque no tenía titulación. ¿De dónde sacaba el dinero para mantener el relativamente alto nivel de vida de su familia?, me pregunté yo, y Carrère saca en claro que por chanchullos. Engañó a familiares y amigos invirtiendo su dinero con promesas de que se incrementaría con intereses de manera no demasiado legal. El problema es que los amigos no podían reclamarlo legalmente, porque al no ser legal, se verían en un lío. Y así, el dinero se lo quedaba Romand.

Carrère cuenta cómo conoció a Romand una vez fue condenado a cadena perpetua y nos relata con una narración que pone los pelos de punta la frialdad de Romand, el fantasma en el que se convirtió durante su juventud, su constante sufrimiento por ‘pasar inadvertido’, queriendo hacerse notar, y para ello se inventó los altos cargos en la OMS. Al final, Romand se hundió en sus propias mentiras. De hecho, el propio Carrère lo pinta como una víctima más de un entrmada demasiado confuso y desgastado por el tiempo donde ya no sabemos si creer o no cada nueva afirmación de Romand, quien intenta depurar su culpa a través de la religión una vez dentro de prisión. Intenta acercarse a Dios en vano.

Es inevitable para mí comprar este libro con aquel de Capote, y no puedo decir cuál me ha gustado más de los dos, pues ambos me han maravillado. Estas historias reales donde el autor narra la vida de los protagonistas, tanto de las víctimas como de los victimarios, son espléndidas, porque contienen el aliciente de que han ocurrido en realidad. Desde luego, leer libros como este es un manjar para el estómago hambriento de buenas lecturas como el mío. Ni la portada ni el título parecían gustarme al principio, pero al final he decidido ignorarlas para otorgarle todo el mérito al contenido y no al continente.

Por miedo a que su familia se diera cuenta de la verdad, Romand los mató a todos, lo que al principio resultó imposible a sus amigos más allegados, que sin duda lo defendieron hasta que vieron que era innegable su culpabilidad. A Romand no le faltaron ‘amigos’ durante su estancia en la cárcel ni visitadores que le dieran ánimo. E incluso a Carrère se le tachó de defensor de Romand, porque es verdad que este no es libro donde se dedique a despotricar contra Romand, sino que se limita a contar lo que ocurrió oficialmente y algunas otras hipótesis o suposiciones.

Lo peor de todo es que Romand era su propio adversario.

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