Cuando fuimos los mejores (Almuzara, 2007), de Aixa de la Cruz.
Alimentando lluvias, caracolas / Y órganos mi dolor sin instrumento, / A las desalentadas amapolas / Daré tu corazón por mi alimento. / Tanto dolor se agrupa en mi costado, / Que por doler me duele hasta el aliento.
Versos de Miguel Hernández citados en Aixa de la Cruz, Cuando fuimos los mejores
Cuando fuimos los mejores (Almuzara, 2007), de Aixa de la Cruz, es un libro que me ha sorprendido gratamente. Tengo que reconocer que una reseña que leí sobre él me gustó más de lo que luego resultó gustarme el libro. Aun así, la autora de esta novela la escribió con diecinueve años, y creo que para tener esa edad esta novela es magnífica.
La novela alterna capítulos narrados en primera persona (los narra la protagonista, Katta) y capítulos narrados en tercera persona. La historia, situada en el año 2001 en el País Vasco (lugar natal de la autora) nos presenta a Katta, una chica de quince años que vive con un hermano, una hermana, su madre desquiciada que los desatiende encerrándose en su habitación y su abuela. En este ambiente tóxico se nos irán desvelando secretos de la familia, como el paradero del padre de Katta y de sus hermanos, que los abandonó hace tiempo, o la vida de tía Abril, que era médium y que muere al principio de la novela.
Ante esta situación de apatía y abandono, Katta toma diferentes caminos para olvidarse de la realidad del mundo y de su hogar. Consume drogas, bebe alcohol a mansalva y asiste a conciertos de música rock, todo ello con el objetivo de olvidarse lo que le espera en casa cuando vuelva.
Un día, una tía de la familia llamada Nuria decide ir a ayudar ante la pasividad de la madre y de la abuela de los niños, que incluso llaman a su madre por su nombre de pila, algo que a veces tiene mucho que ver con la relación tensa que puede existir entre una progenitora y sus hijos. La tía Nuria, sin embargo, pronto se echará novio y se irá. A partir de aquí la historia parece tomar más velocidad y se precipita por una cuesta donde, al final, se ve el mar, que recoge los restos de Katta con la suavidad espumosa de una orilla cantábrica.
Borracha como una cuba, Katta siente que un compañero de instituto la penetra, sin llegar el lector a saber si se trata de una violación o no. Suspende todas las asignaturas, recibe golpes y a su novio le dan una paliza de muerte… Todas estas situaciones de violencia (incluso violencia machista cuando la tía Nuria deje a su novio por maltratarla), agresividad y adolescencia efervescente se mueven en un clima de comas etílicos, peleas de instituto y enfrentamientos separatistas y unionistas propios del País Vasco de hace unos años. Es una novela que, como puede verse, tiene de todo, incluso el contexto histórico-político propio de la época.
Casi al final de la novela, una amiga le dirá a Katta que dentro de unos años, cuando echen la vista atrás, dirán que aquellos años fueron los mejores (en referencia al título, este procede de una canción de Loquillo). Y, finalmente, un incendio arrollará con el pasado de Katta, aunque, realmente, ella admite que, pese a que las cosas han cambiado, todo sigue estando igual.
Esta novela, con ese lenguaje tan joven que a veces roza lo vulgar y lo despectivo, me ha impactado, porque me ha gustado realmente más que, por ejemplo, Buenos días, tristeza, con la que podría guardar cierta similitud más en el fondo que en la forma. Muchas veces hay que agradecer que, por ejemplo, la Fundación Antonio Gala confíe en el talento de los jóvenes españoles que tienen una historia tan sórdida como bonita que contar.
Pensándolo fríamente, creo que yo también, dentro de cinco, diez, veinte o cincuenta años, miraré atrás y diré que aquella época en la que escribía reseñas que leían cuatro gatos fieles a mi blog era la mejor. Ojalá me arrepienta. Hasta entonces, sigamos a leyendo a Miguel Hernández escribirle poemas a la vida, al dolor y a la muerte como la abuela de Katta. Y recitémosle, que en voz alta suena mejor.