Diario de mi detención y tortura en la transición democrática (Promotora Cultural Malagueña, El Acebuche Libertario & Ediciones del Genal, 2018), de Domingo Cabrera Cano.

Cuando uno limpia la pantalla del móvil, siempre seguirá viendo alguna mota de polvo en el cristal, y cuando la quite aparecerá otra en otro lugar. Eso suele pasar con las cosas pequeñas cuando se intentan limpiar: que a veces algo queda, aunque no lo veamos. Con las cosas grandes pasa igual. En un país como España, en 1981, la dictadura parecía cosa del pasado. Aunque se había limpiado, aparentemente, aunque quedaban motas de polvo aquí y allá, repartidas y difíciles de ver y de eliminar.

Esos resquicios de dictadura hicieron que Domingo Cabrera Cano (Granada, 1953) fuera detenido de forma injusta en mayo 1981, el año del golpe de Estado. Cabrera trabajaba en la banca y era militante anarcosindicalista. Un día de mayo, mientras se dirigía a su puesto de trabajo, fue detenido, encarcelado y torturado. Lo dejaron en libertad, pero aquella experiencia quedó para siempre grabada en su cabeza, además de que no tuvo consecuencias para aquellos que lo detuvieron sin motivo y lo maltrataron.

Cabrera relata este suceso en Diario de mi detención y tortura durante la transición democrática (Promotora Cultural Malagueña, El Acebuche Libertario & Ediciones del Genal, 2018). Recuerdo que lo compré en el puesto que la editorial tenía en la Feria del Libro Radical, celebrada en la calle de la Librería Suburbia de Málaga poco después de su inauguración, en mayo de 2021.

El libro está dividido en dos partes. Por un lado, la narración en primera persona de la detención, tortura y encarcelamiento de Cabrera, y por otro lado, un anexo donde se reúnen varios textos de opinión escritos por Antonio Somoza. También incluye un prólogo de Antonio Marfil e imágenes en blanco y negro de una cárcel y de documentos relativos al caso de Cabrera.

El autor estuvo incomunicado en comisaría durante seis días, y luego diez encarcelado. El 25 de mayo de 1981, a las 7.50, dos policías lo detuvieron en la Plaza de la Constitución, en el centro de Málaga. Después de su detención y su tortura, lo condujeron a prisión, de donde salió el 9 de junio. No le dejaron comunicarse con su familia mientras estuvo en comisaría, pero por suerte, cuando llegó, en su celda había un hombre que iba a salir, por lo que Cabrera le explicó cómo llegar hasta su familia para que se comunicara con ellos y les explicara su situación.

Allí encerrado y sin haber cometido ningún delito, Cabrera comenzó a pensar en los motivos de su detención. Los policías le preguntaron por su carrera profesional, que le había llevado a varias ciudades de España, desde Barcelona hasta Málaga, pasando por Sevilla. Cabrera les insistió en todo momento en que no había hecho nada, y les dio las explicaciones precisas cuando le preguntaron sobre su trabajo y sus traslados. Los policías le preguntaron por nombres, direcciones y objetos. Intentaron sonsacarle información con trucos, amenazas y golpes, pero no consiguieron nada porque Cabrera no sabía nada.

Él entendió que los policías intentaban relacionarlo con varios robos que se habían producido en diferentes lugares y en los que él podía haber participado. Los policías le animaban a que confesara, pero claro, Cabrera no confesó algo que no había hecho. Lo acusaron de estar implicado en sucesos en los que él no tenía nada que ver.

Cuando la policía se empeña en acusarte y eres inocente, hay poco que hacer. Si además tu caso es mediático y caes mal, prepárate lo peor. Si no, que se lo pregunten a Dolores Vázquez. Casualmente, a Cabrera le ofrecieron que contratara a Pedro Apalategui, el abogado de Vázquez y por entonces ya célebre, como su defensor para que resolviera su situación, pero él lo rechazó porque confiaba en el que ya tenía.

Cabrera describe torturas físicas en la planta de los pies y otras prácticas como ponerle una bolsa de plástico en la cabeza para intentar asfixiarlo mientras le daban golpes en la cara. La ilustración de la cubierta representa la primera tortura: él, colgado de una barra de hierro y con la cabeza hacia abajo, sufrió golpes con una vara en las plantas de los pies. Los policías que lo detuvieron pretendían, así, que hablara de su relación con los atracadores.

Los medios, de nuevo, tuvieron algo que ver. Sur había publicado en una noticia una acusación contra Cabrera, sin que este hubiera sido juzgado y condenado. Sus compañeros de trabajo, seguros de su inocencia, recogieron sesenta firmas para que el periódico retirara la noticia porque lo consideraban una difamación que atacaba la presunción de inocencia. La compañía de su familia y la camaradería de sus compañeros de oficina le ayudaron a seguir luchando por su libertad, pues le seguían ingresando la nómina y le mostraron su total apoyo.

Después de comisaría, a un juicio y, de ahí, a la cárcel. El caso iba para la Audiencia Nacional, por lo que pensaron que tardaría mucho tiempo en decidirse. Esto fue como un jarro de agua fría para Cabrera, pero intentaba distraerse con actividades en la cárcel. Aun así, no fue un periodo tan largo y el caso quedó sobreseído por falta de pruebas.

Cabrera describe una escena que me llamó la atención. La noche del 3 de junio, cuando aún le quedaba una semana para salir en libertad, él estaba en una sala con otros presos. De repente, apareció una rata. Todos intentaron darle patadas o cogerla, pero la rata se escabullía siempre. Al final, el animal consiguió subirse a un hierro y escapó por la ventana hacia el patio de la cárcel. Los presos le aplaudieron porque había conseguido el objetivo de todos: la libertad. «Qué cosa tan simple y tan grande: sentirse libre», añade Cabrera.

El autor ensalza la libertad, pero mientras está en prisión debe conformarse con tomar el sol por las mañanas y un rato por las tardes, además de tener comida y cama. Su historia es una más de las manchada por la contaminación y la corrupción que existía en las Fuerzas de Seguridad del Estado en aquella época, cuando la transición aún estaba en pañales. Él defiende en todo momento la libertad y el sindicalismo como forma de mejorar la vida de los trabajadores.

En los textos del anexo, su autor defiende que la transición fue una prolongación del franquismo con un lavado de cara, pero manteniendo la esencia. Menciona noticias de la época, a personalidades como Rodolfo Martín Villa y escribe sobre temas variados como el sindicalismo. Aporta una anécdota importante que desconocía, y es que, según dice, el 16 de diciembre de 1980, el secretario de la Federación Provincial de la CNT de Málaga, Juan Luis González, emitió una circular en la que transmitió informaciones que le había hecho llegar el secretario general de la CNT en las que alertaba de un posible golpe de Estado. Golpe que se produciría apenas dos meses después.

Por último, en el anexo se destaca el papel de los medios de comunicación en casos como el de Domingo Cabrera para mantener el estatus del franquismo durante la transición. De ahí hasta la actualidad, donde encontramos acusaciones contra titiriteros, tuiteros y cantantes que, mientras hacen su trabajo, basado tantas veces en la crítica, el humor o la conjunción de ambos, son acusados y ven peligrar la libertad de expresión.

Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): En uno de los documentos del anexo se expone una noticia de mayo de 1981, cuando hubo un atraco con rehenes en la sede del Banco Central en Barcelona. Duró 37 horas y once asaltantes consiguieron hacerse con el banco de siete plantas y secuestrar a unas trescientas personas. Un robo que tiene más sombras que luces, por cierto, y del que hablo en esta sección porque me recordó mucho a La Casa de Papel.


Deja un comentario