El día del lobo (Espasa, 2024), de Antonio Soler.
El día del lobo (Espasa, 2024) narra la que es quizás la peor masacre contra población civil cometida durante la guerra civil española. Suena Guernica, porque lo pintó Picasso, pero en Málaga, ciudad natal del artista, ocurrió algo mucho peor. Antonio Soler (Málaga, 1956), dos veces Premio Nacional de la Crítica, relata aquí aquel suceso histórico relacionado con la historia de sus familias materna y paterna, entrelazando así a su familia, su ciudad y su país. El narrador y protagonista de esta novela es un hombre parecido al autor que recuerda cuando de niño le pedía a su abuela que le contara la historia de la carretera, un cuento de lobos diferente al resto, y ella cedía ante la insistencia de su nieto.
En febrero de 1937, ante la entrada en Málaga de las tropas sublevadas, decenas o quizás centenares de miles de personas huyeron por la carretera que unía Málaga y Almería. Se desconocen las cifras y según la fuente estas ascienden o descienden, pero se estima que entre sesenta mil y doscientas cincuenta mil personas huyeron, de las cuales entre tres mil y cinco mil fueron asesinadas. Durante la huida, fueron bombardeadas por los aviones alemanes, por los cruceros franquistas y por los submarinos italianos. Se trataba de ancianos, mujeres y niños, con lo puesto, dejando atrás toda una vida y sin saber a dónde llegarían ni cómo.
El lobo acechó sobre todas aquellas personas indefensas que se lanzaron a la carretera mientras Largo Caballero decía aquello de «Ni un fusil más para Málaga» o «Ni una bala más para Málaga», alguna de las dos, atribuidas a él; mientras Queipo de Llano enardecía a las tropas desde la radio, y mientras en Madrid sonaba el «¡No pasarán!». El 12 de julio, el teniente socialista Castillo es asesinado. Apenas unas horas después, José Calvo Sotelo, exministro, le sigue los pasos. Se derrumban los ideales, se derrumba la confianza en el ser humano y solo queda espacio para el rencor y la venganza. Así llega el 18 de julio. Así empieza la guerra civil española. Por cierto, fue un malagueño, Luis Antonio Bolín Bidwell, quien alquiló el Dragon Rapide a Franco para que fuera de Canarias a Marruecos para unirse al golpe de Estado.
Málaga la Roja, llamada así por su pasado industrial y por tanto por poseer una fuerte base sindical ligada a partidos de izquierdas. Una ciudad en guerra en mitad de «noches oscuras con casas en llamas y hombres que volaban desde lo más alto de los edificios». Por su cualidad de roja, Málaga no cayó tan pronto como las cercanas Cádiz, Sevilla, Córdoba o Granada. En 1931, hubo quema de conventos y represión sobre cualquier sospechoso de ser de derechas en la ciudad, lo que luego se verá respondido por la represión de los sublevados cuando tomen la ciudad. Se producirá lo que Mercedes Formica llamó «un desquite de generaciones humilladas».
El primer capítulo sirve de introducción para situar al lector en el ambiente de terror en el que se desarrollan los hechos. El abuelo materno del narrador fue socialista y su madre, por tanto, creció con sus ideas. Cuando la amenaza se cernía sobre Málaga y decidieron huir, su madre tenía dieciocho años e iba embarazada. Ahí, se produjo un cambio en ella. Algo hizo crack en su interior y formó una grieta por donde se escaparon las ilusiones y los proyectos que cualquier mujer con esa edad puede tener porque la guerra, el lobo, viene pisando los talones. El agotamiento y el miedo se mezclaban con el frío, la angustia, el temor por lo que dejaban atrás y les perseguía, la incertidumbre por lo que se encontrarían, el aire corrompido de los cadáveres esparcidos por la carretera, los rumores de las atrocidades que cometen los sublevados allá por donde pasan…
El narrador reconstruye esta historia a partir de los recuerdos de su abuela, pero también de la documentación que consulta. Describe de forma incisiva pero sin morbo escenas trágicas, dolorosas y aterradoras como la agresión y quema de un cura, desde los ojos de su madre, en los días previos a la toma de Málaga por los sublevados. Algún sindicato o grupo político intenta frenar el descontrol de las facciones violentas, pero estos ataques no cesan. Hay una frase atribuida a Indalecio Prieto según la cual este, cuando conoció los asesinatos de la cárcel Modelo de Madrid, dijo: «Con esta brutalidad hemos perdido la guerra».
Con el paso de los días, Málaga se empieza a llenar de huidos, de desamparados que llegan de otros pueblos que limitan con la avanzadilla franquista y se refugian en la ciudad de la Costa del Sol, que les ofrece fábricas, hoteles o las casas de los propios malagueños. Según se dice en estas páginas, «el Comité de Refugiados llega a hablar de casi 90000 desplazados en la ciudad». Ante esta visión, los padres del narrador, como otros millones de personas, se dan cuenta, entre otras cosas, de que los designios de un puñado de hombres destruyen la idea de que ellos son dueños de sus vidas.
«Una familia es un vaso. La guerra estrelló el vaso contra el suelo y lo convirtió en un puñado de cristales. Hubo que esperar muchos años para recomponer el vaso y cuando eso ocurrió, cuando se pudieron juntar los cristales esparcidos por el suelo, se vio que faltaban piezas. Eso fue la guerra», dice un hermano de la madre del narrador. El padre de este se alista como voluntario en el cuerpo de carabineros y llega a Madrid, que en ese momento es un polvorín. Sus padres se separan, con su madre embarazada y más tarde huyendo de la ciudad y su padre arriesgando su vida.
El año 1937 comenzó mal para Málaga, ya que el mismo 12 de enero se tomó Estepona y unos días más tarde Marbella. Las tropas del ejército sublevado avanzaban, por tanto, a una velocidad pasmosa desde occidente sin encontrar apenas resistencia. La ayuda para que Málaga resista tarda en llegar, y cuando se pone en marcha, a medio camino se da la orden de que no se entregue. La República da por pérdida a Málaga. Entre los días seis y siete de febrero, se producen las primeras huidas clandestinas, sobre todo de mandos militares y del gobierno de Málaga. Entonces, el pánico sustituye al caos. No hay comunicación, solo miedo por la previsible toma de Málaga en las siguientes horas.
Las tropas sublevadas entran en Málaga el 8 de febrero por la mañana. La familia materna del narrador había tomado la decisión de marcharse y ya se encontraba a varios kilómetros de la ciudad, mientras que la familia paterna se quedó en Málaga, «la hija pobre de la República». Hay soldados matando, aunque no quieran, para evitar que otros maten a su vez. La tierra se convierte en un matadero y la población se deshumaniza e insenbiliza. Se produce la banalidad de la vida. Entre ellos, se diferencian figuras como la de Anselmo Vilar, que salvó tantas vidas antes de que se vengaran de él. Entonces, un bombardeo en la carretera separa a la familia materna, que debe continuar la marcha sin encontrar a uno de sus miembros, sin saber siquiera si está vivo o muerto.
Las brigadas internacionales se asientan con fuerza en Motril y detienen el avance cómodo de las tropas sublevadas, algo que por desgracia ocurrió ya demasiado lejos de Málaga. El 21 de marzo, zarpó un barco llamado Cabo de Palos desde el puerto de Valencia con setenta y dos niños malagueños y valencianos, según se dice, que más tarde desembarcarían en la Unión Soviética. No dio tiempo a más evacuaciones de niños. La resignación, la derrota y la fe en la piedad se apoderan de los que se ven obligados a seguir huyendo. «El infierno es creer en el infierno», dice uno de los personajes.
La entrada de las tropas italianas y sublevadas en Málaga no es el fin, sino el principio de lo que está por venir, de chivatazos, fusilamientos, escondites o campos de concentración como los de Torremolinos o Alhaurín. Tanto que Carlos Arias Navarro, el famoso rostro que dio la noticia del fallecimiento de Franco, fue conocido como «el Carnicerito de Málaga». A pesar de todo ello, los deseos, el amor, la esperanza… no pueden romperse. Soler pone este testimonio en boca de los personajes, que se cortan al hablar, que enmudecen al recordar los sucesos. «Nada se arregla con la violencia ni nadie cambia de parecer por la fuerza», reflexiona uno de los personajes. Este es el testimonio de quienes sobrevivieron en honor de aquellos que no lo consiguieron.
Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): Hay un episodio en el que unos falangistas esconden a un rojo ante la entrada de las tropas franquistas en Málaga, y esto me ha recordado a Soldados de Salamina, de Javier Cercas.

