El cerebro de Andrew (Miscelánea, 2014), de E. L. Doctorow y traducido por Isabel Ferrer y Carlos Milla.

El Buen Hijo tiene una canción llamada La fatalidad de las cosas. Con total acierto este libro podría haberse titulado así, porque su protagonista, Andrew, es una persona que arrastra la mala suerte y la lleva allá por donde pasa.

Leí El cerebro de Andrew hace unos años, quizás un lustro, y no supe interpretarlo. Ahora lo he releído y he sabido que Andrew me ha estado llamando a gritos todos estos años. Por fin he acudido a su llamada, y ahora él se ha abierto a mí.

Esta novela no contiene trazas de narración. Todo el libro está formado por un fragmentos de diálogos en registro en cierto modo coloquial entre Andrew y un interlocutor que resulta ser su psiquiatra. Estamos en Estados Unidos, cerca de Nueva York, en un año cualquiera posterior al 11-S, y tenemos a un protagonista que se encarga de contarle la historia de su vida a este interlocutor, incluso habla de sí mismo en tercera persona a veces.

Andrew, un profesor de ciencias, es experto en el cerebro, y hay pasajes en los que los tecnicismos y el lenguaje filosófico y científico pueden hacer por momentos tediosa la novela.

Él le relata que mató a su primera hija por error, y que su segunda esposa ha fallecido. Ha dejado a su segunda hija, por tanto, en manos de su segunda esposa (!) para él replantarse la existencia que ahora nos cuenta a través de su psiquiatra. Realmente es esta una de esas novelas donde dos personajes dialogan —más que eso es un monólogo de Andrew realmente— y el lector acude como mero espectador a lo que está sucediendo.

A través de flashbacks al pasado y saltos en el tiempo, el lector se plantea qué es un sueño y qué es real. Andrew habla de aquello que se le pasa por la cabeza, curiosidades y anécdotas, todo con una gran carga de ironía, humor y una crítica ácida a la sociedad occidental en general y a la estadounidense en particular.

Por momentos cuenta anécdotas tan rocambolescas que resultan difíciles de creer para el propio psiquiatra que le escucha. Parece que todo lo que ocurra en la vida le ha pasado ya a Andrew: siempre tragedias, algunas contadas con humor, pero siempre con una narración trepidante insertada en los diálogos que engancha al lector.

Tiendo a pensar que este libro podría considerarse actualmente como de autoficción, ahora que está de moda el término y ese tipo de etiqueta para ciertos libros. Sin embargo, dudo que al autor le ocurriera ni siquiera la mitad de las cosas que narra Andrew, por lo que mejor descartémoslo.

Hay aquí también ecos de antihéroe americano, a mi parecer. Además, Andrew muestra un carácter por momentos ególatra y pedante, trata al psiquiatra a su antojo y le reprende por no saber alguna de las cosas que le dice sobre el cerebro y la mente humana.

Al final, Andrew parece buscar la redención, aunque no sabe si mantener los recuerdos o no. Enfatizará sobre todo en la última relación sentimental que ha mantenido. Va a la deriva durante toda la novela por el laberinto de su memoria, aunque no deambula sin rumbo.

En esta novela, Doctorow indaga en la psicología del protagonista, y a través de él lo hace también en la psique de una sociedad cambiante y desconcertante. Quizás no sea esta una de sus obras más conocidas, como sí lo son Ragtime y El libro de Daniel. Aun así, un curioso libro para adentrarse en las profundidades de la especie humana y para sobrecogerse con la vida de un desgraciado norteamericano.


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