Una casa en Bleturge (Siruela, 2016), de Isabel Bono.

El ser humano nunca pierde la terca voluntad de rehacer castillos en la arena, aunque el agua los destruya una y otra vez. Algo de eso hay en Una casa en Bleturge (Siruela, 2016), ganadora del Premio Café Gijón de Novela 2016. Yo leí por primera vez a Isabel Bono (Málaga, 1964) con Diario del asco en 2020 y me deslumbró. Ahora he vuelto a ella con esta novela —aunque esta reseña se publique en 2023, la leí en diciembre de 2020—.

Bono es más de poesía, y precisamente por eso este libro está impregnado de lirismo. La novela está dividida en capítulos de apenas un par de páginas que son como poemas. En ellos, vemos a un matrimonio abocado a perderse en la rutina y a disolverse con las paredes de su casa como un azucarillo en el agua. Se les ha muerto un hijo recientemente y además tienen una hija aparentemente inmadura.

La narración nos lleva, por tanto, por el camino que esta familia sigue para evadirse del dolor. El padre culpa a su hija y esta siente esa culpa, mientras que la madre parece un ser independiente que sueña con una casa en Bleturge. La memoria actúa aquí como un ente maleable y diluido en favor de que la niebla no dure y el fuego no se encienda.

La terquedad de la que hablaba al principio de esta reseña es la misma que mantenía a Penélope tejiendo y destejiendo el telar en el mito de la Odisea. La esposa de Ulises destejía por las noches para, al día siguiente, volver a tejer, esperando el regreso de su marido o, más bien, confiando ciegamente en ello. Los pretendientes la obligaban a volver a tejer cada día para poder luchar por ella una vez terminado el telar. En la novela de Bono, es el personaje de la madre la que desteje recuerdos y vuelve a tejerlos cuando recuerda que aún no vive en Bleturge, sino con su familia.

Esta historia nos plantea preguntas esenciales con una prosa poética cautivadora que diluye la historia en pensamientos abstractos. Uno de los elementos con más importancia es el amor, sobre todo cuando se pregunta dónde se esconde este. ¿Se gastan los zapatos o la madera sobre la que pisas? Caminar puede provocar durezas en los pies. Si lo que se busca es el amor, quizás antes te quedes sin suela en el zapato que sin camino por recorrer.

El concepto más importante de esta historia es, por tanto, la huida. Huir hacia otra parte es un objetivo esencial en la novela. La narradora escurridiza es una flâneur, una mujer errante que vaga por las calles para ignorar la nube hostil que parece flotar en su casa. Es consciente de que existe en los ojos y en los pensamientos de otros, pero para ella todo es gris y todo es plastilina. Es curioso que no haya plastilina de color gris, porque posiblemente se parecería demasiado a los recuerdos. «Todo se olvida. Hasta esas imágenes que creemos fijadas para siempre en uno de los pliegues del cerebro se olvidan. Se distorsionan, se vuelven algo blando y maleable. Gris», dice la narradora en un momento de la historia.

El desencanto y la rutina la tienen agotada. Por sus venas corre la nostalgia mientras contempla las vidas de su alrededor: la muerte por un lado, el rechazo hacia la maternidad por parte de su hija por otro. A veces, la narradora se fuerza a recordar para ver si realmente vivió aquellos momentos almacenados en la mente. En otros, las emociones ocultan con su presencia otros instintos humanos que la avasallan.

Una casa en Bleturge, todo hay que decirlo, no es una novela fácil. Requiere mucho esfuerzo por parte del lector porque su intrincado lirismo puede llevar al error o a la incomprensión de la historia que se esconde tras los gruesos cortinajes de poesía. Es, por tanto, una historia laberíntica y sinuosa que hay que leer con cautela para no perder el hilo ni confundir las intervenciones de los personajes.

Asimismo, su narración dibuja líneas suaves. Curiosamente, el transporte público tiene una gran presencia en esta novela. La narradora y protagonista viaja en tren, autobús y cercanías varias veces, como modo de huir. El transporte público se convierte para ella en ese lugar de reposo tras un día agotador. Para poner los músculos y los pensamientos en remojo y para que se pierda todo detrás de ella junto con el paisaje oscuro de la sórdida ciudad.

La autora juega aquí con el tiempo, que se convierte en gelatina. El tiempo corre de forma imperceptible y las situaciones se suceden como estímulos. Bono busca lugares comunes con el lector mientras analiza el pathos de los personajes, al igual que su identidad y los sueños, todo sin sensiblería: de forma cruda y racional. En un momento de la novela, la hija de la familia ve en la televisión que hay orugas que se disfrazan con pétalos para ocultarse de sus enemigos, quizás como metáfora de ellos, que se disfrazan con rutinas para sobrevivir a la tragedia.

Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): Una casa en Bleturge, sorprendentemente, no me ha recordado a ninguna novela. Es una obra muy abstracta, con personajes difuminados para que el lector pueda encarnarse en ellos. Por eso me cuesta relacionar el hecho principal de esta historia y sus personajes volubles con otros. Es una novela, en resumen, sobre la huida. Hay muchas con ese tema, pero ninguna igual.


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