Cocaína (Bunker Books, 2019), de Aleksandr Skorobogatov y traducido por Marta Sánchez-Nieves.
En septiembre de 2020 entrevisté para Nostromo Magazine a Borja F. Caamaño, que actualmente dirige la editorial Bunker Books. Este sello apuesta por lo canalla y lo bizarro, y una prueba de ello es Cocaína (Bunker Books, 2019, traducido al español por Marta Sánchez-Nieves). Esta obra ha sido galardonada con el Premio Cutting Edge de Bélgica al «Mejor Libro Internacional» y su autor, Aleksandr Skorobogatov (Grodno, 1963), es uno de los autores más originales de la narrativa rusa poscomunista.
Cocaína está protagonizada por un hombre cuyo nombre desconocemos. El narrador protagonista es un ser delirante, un flâneur que deambula por las calles y participa en situaciones absurdas. Dividida en cuatro partes y narrada mayormente en primera persona, esta obra nos sitúa ante un personaje paradigmático que busca su lugar y sentirse parte de algo —de una familia o de una ciudad, por ejemplo—. Habla consigo mismo y también se dirige al lector, porque el protagonista es al mismo tiempo un desconocido y el propio autor.
Al principio podemos pensar que el narrador es el álter ego del autor, pues nos dice que está escribiendo una novela. Sin embargo, con el paso de las páginas el binomio autor-personaje se va difuminando hasta formar un único perfil que busca confundir al lector. Este protagonista se mueve por submundos extraños donde se suceden asesinatos o donde terribles carcajadas suenan desde las primeras páginas. Además de plantear situaciones absurdas por doquier, esta novela también aborda el tema de la escritura, el trabajo del editor y lo que suponen el mundo literario y el oficio de escribir.
A lo largo de la historia se suceden la violencia y las escenas insólitas vistas con normalidad por el protagonista y otros personajes. El lector se lleva las manos a la cabeza, que está a punto de explotarle por la irracionalidad de las situaciones. El protagonista parece ser víctima de una enajenación grave, una locura que transmite al lector como si de un virus se tratara. Cocaína se hace historia, ficción y realidad al mismo tiempo y se mueve entre los dos mundos platónicos: el inteligible y el sensible.
La verosimilitud de la novela traspasa el mundo real y puede afectar a la mente del lector, confundirle y dañar seriamente su integridad mental. En todo momento este duda qué es real y qué no, tiene que aprender a convivir en la mente del autor para discernir si este está imaginando la historia u otra trama dentro de esa historia, como en la película Origen (Christopher Nolan, 2010). Y cuál de todas esas —una dentro de otra, como una matrioska— es real y cuál rige la vida de los protagonistas, porque ahí incluso los muertos parecen revivir.
Skorobogatov lleva el valor de la vida al extremo frívolo y moldea la historia a su antojo. Pese al título de la novela, lo único que no aparece en ella son las drogas, porque la historia en sí es una droga que sume al lector en un estado catatónico e hipnotizante. El malestar del narrador es común a lo largo de la trama, y sus reflexiones llevan al lector a pensamientos dramáticos.
El protagonista es un ente incorpóreo y excéntrico que interactúa con el resto de personajes. Juega con la trama, cada personaje se hace su amigo y confidente y, al mismo tiempo, muestra hostilidad y desconfianza hacia él. Cocaína tiene un toque gore, algo de amor, muchos elementos turbios y está llena de simbolismos. De hecho, en la entrevista Caamaño nos confesó que pensaron en incluir un epílogo de veinte páginas explicándolos, pero finalmente no lo hicieron.
El entramado de situaciones que enreda al lector y los giros constantes hacen de esta novela un reto difícil, solo apto para lectores con estómago y amantes de los deportes de riesgo. El ritmo de la historia no sufre grandes variaciones y el tamaño de la tipografía de la edición facilita la lectura de este libro atípico. Cocaína aporta frescura al panorama literario actual, ya que este tipo de historias no se leen con frecuencia. Esta novela se aleja de todo academicismo y formalismo, ya que es una obra casi onírica donde se exponen las impurezas de la conducta humana y lo macabro.
Esta historia fragmentaria invita a caer en la locura. Su protagonista construye un mundo irreal para alejarse del mundo real. Al final, el pesimismo y la pena despiertan al narrador a la cruda realidad mientras la lluvia arrecia en el alma y el único refugio es el absurdo de la vida.
A las personas que les gusta leer, los libros es su estupefaciente mejor porque te atrapa en tu máxima esencia y dura mucho en el cuerpo, incluso después de mucho tiempo de no volver a consumir ninguna lectura. Recuerdo que se lo escuché decir al escritor Juan José Millás hace algún tiempo, como le atrapó tanto su primer libro en una biblioteca que a otro día madrugó para volver el primero por el miedo a que no estuviera allí al ser escogido por otra persona porque aunque él, en cuerpo, se había ido a su casa al cerrar la biblioteca y no poder acabar la lectura y no poder sacar el libro de allí, su incorpóreo se había quedado allí, en aquella historia o realidad, y necesitaba imperiosamente más que cualquier otra cosa para recuperar su vida presente. ¡Un pasote! Y que suele pasar la mayoría de veces al lector que disfruta con el mundo literario negro sobre blanco como negativo de diapositiva en el día a día vital y poder discernir, en verdad… ¿cuál realidad es la real? La lectura te da libertad de poder soñar despierto y volar en el tiempo a lo largo y ancho y tan efímero a la vez. ¡Disfrutarlo!
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