Muertes de perro (Alianza, 1972), de Francisco Ayala.
Estamos demasiado acostumbrados hoy día a ver en el cine revoluciones, guerras, asaltos y asonadas, todas esas espectaculares violencias, en fin, donde la bestia humana, ruge; pero quien sólo Ena el ciñe las haya visto, mal podrá —pienso yo— imaginarse la sencillez estupenda con que en la realidad se desenvuelven cuando por desgracia le toca a uno —como a mí ahora— presenciarlas de veras.
Muertes de perros, de Francisco Ayala
Muertes de perro (Alianza, 1972), de Francisco Ayala, es un libro que no sé por qué compré. Debió de gustarme mucho alguna reseña que leí, porque ahora que lo he terminado me doy cuenta de que posiblemente he llegado a él por error y ha resultado ser eso, un error.
Quizás mis palabras anteriores suenen duras, porque realmente ningún libro es un error, y mucho menos una novela tan gustosa como esta, pero no era lo que me esperaba. Situada en una dictadura centroamericana ficticia, el protagonista se nos presenta como Luis Pinedo, un hombre que está en silla de ruedas y que se dispone a lo largo de la novela a relatarnos los acontecimientos del régimen dictatorial que ha caído mientras el caos impera en las calles.
Pinedo ha recogido documentos y se propone plasmarlos para que se conozca toda la verdad sobre esta dictadura presidida por Bocanegra, que acaba de ser asesinado por su más fiel secretario y por eso el país vive una locura generalizada. Con una apariencia bastante real, el protagonista asegura que usará su pluma mientras otros utilizan machetes y otras armas para imponer su verdad o pensamiento.
Así, Pinedo se basará en los diarios de Tadeo, el secretario, asesino del presidente y que a su vez ha sido asesinado por un coronel fiel al régimen en respuesta al magnicidio cometido. Se nos ofrecen dos miradas diferentes: la del protagonista (Pinedo) y la del autor de los diarios (Tadeo) que el protagonista transcribe.
Por supuesto, esta novela lo que intenta es una reconstrucción frívola y burlesca de los regímenes dictatoriales. Fíjate hasta qué punto es así que uno de los problemas más importantes por los que atraviesa el régimen previo asesinato del presidente es el hurto de una escultura de un niño Jesús que provoca un revuelo en el país. Y otro problema que impacta a la población es el fallecimiento de un «perro pequeño y feo» de la primera dama de la República.
Siguiendo con las frivolidades, podría decir que el secretario Tadeo recibió la orden de asesinar al dictador del (¡ojo!) espíritu de un ex alto cargo militar del régimen cuya muerte fue sospechosa (se creyó popularmente que se trató de un suicidio, pero ya sabemos que los suicidios en las dictaduras tienen poco de creíbles…).
Así, se van sucediendo las muertes de perro entre los personajes, siempre rodeados por un aura de catolicismo impuesto por el régimen, aunque esto queda a un lado cuando Pinedo nos narra los deslices que tuvieron Tadeo y la primera dama de la República a costa del presidente, pese a las reticencias del primero, pues era ella la encargada de arrastrarla y mantener relaciones con él. Entre estas relaciones nació un complot en contra del presidente que al final se saldó con lo que ya sabemos. Y no creas que he destripado nada, pues lo importante de la historia es cómo lo narra Pinedo, cómo maneja los supuestos documentos, los ordena y añade subjetividad, pues el asesinato del presidente se conoce desde el principio.
Hay que tener en cuenta que esta novela fue publicada a mediados del siglo XX, en el momento en el que se sucedían las dictaduras en Latinoamérica. Salvando las distancias, tiene similitud, por el enfoque de crónica con el que se cuenta, con Crónica del rey pasmado, de Gonzalo Torrente Ballester, y son multitud las obras que tratan, ya sea de forma ficticia o de forma ensayística, los regímenes centroamericanos y latinoamericanos como La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, llevada al cine por cierto; El señor presidente, del Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias, o Yo, el Supremo, de Augusto Roa Basto, entre otras.
Es una novela, por tanto, agradable de leer, aunque le faltó un punto de atractivo que quizás sí tenía la obra de Torrente Ballester. Aun así, entretenida y digna de leer.