El mundo feliz. Una apología de la vida falsa (Anagrama, 2018), de Luisgé Martín.
La vida es, en su esencia, un sumidero de mierda o un acto ridículo.
El mundo feliz, de Luisgé Martín
El mundo feliz. Una apología de la vida falsa (Anagrama, 2018), de Luisgé Martín, es un libro que compré porque me atrajeron su título, la editorial —Anagrama es mi favorita, lo siento— y el autor, del que ya he leído El amor del revés, una novela sin ficción —podríamos llamarla así— que fue, además, la primera reseña que publiqué en este blog.
«Tú, como yo, has buscado desde niño ser feliz», cantaba José Luis Perales, y sobre la búsqueda de la felicidad va este libro que, por su parte, es un ensayo mordaz y afilado que persigue sus propios intereses. Habla sobre el futuro, la felicidad del ser humano y muchos otros temas existenciales en una obra breve, pero directa al grano. Martín plantea preguntas delicadas y habla sobre temas interesantes, algunos de los cuales expondré aquí.
Martín habla, por ejemplo, de la mentira, que dice que es buena si trae felicidad. Le doy la razón, pero yo soy partidario de la autenticidad o la verdad aunque conlleve infelicidad. Y, por supuesto, comienza con una frase desoladora, que es la que encabeza esta reseña y que no deja lugar a dudas de su pesimismo radical. Martín, queda claro, preferiría vivir en mundos como el de Matrix o el de la famosa novela de Aldous Huxley, y en muchos momentos del ensayo parece que el autor es Cioran, quizás el escritor más pesimista que he conocido hasta que llegó Martín y lo adelantó.
Luisgé Martín se encarga de nombrar a muchos otros escritores y filósofos para introducir cuestiones importantes. Sábato, por ejemplo, es tema de conversación para Martín, así como su famosa obra Sobre héroes y tumbas, además de que este ensayo recuerda inevitablemente a una novela de Kazuo Ishiguro de cariz futurista, Nunca me abandones. Y, comenzando por los griegos de la antigüedad, prosigue hasta la actualidad precisando y definiendo conceptos como la felicidad, la infelicidad y el origen de esta última en la adolescencia.
Martín también habla de la posibilidad de extirpar el sufrimiento humano y se pregunta si la raza humana, de tan efímera, es inservible. ¿Cómo se consigue un mundo feliz? Pues primero habría que empezar de cero, piensa. Por supuesto, no falta en este ensayo un tema capital como es el suicidio, esa vía de escape que está en la eterna disputa de ser considerado un acto cobarde o valiente y del que ya hablaron autores que he leído algo como Emil Durkheim o Ramón Andrés, y a partir del cual nombra a Albert Camus y su obra El mito de Sísifo.
Tacha, asimismo, a la especie humana de «inestable» y defiende (¡ojo!) la extinción de la especie como solución, criticando igualmente el prestigio que tiene la maternidad y la vocación de procrear y alargar la especie humana.
Pero, cuidado, no hay que confundir el pesimismo y la tristeza, y en esto le doy la razón rotundamente, como en tantas otras cosas. El concepto pesimismo está ciertamente estigmatizado, y creo que son los pesimistas los más adecuados para «arreglar» el mundo —si es que tiene arreglo a día de hoy—, debido a que tienen más camino por sembrar que aquellos que se proclaman como optimistas y que ven los brotes secos como futuros frutos. Por supuesto, no faltan referencias a películas o series como Black Mirror, concretamente al capítulo situado en San Junípero, donde se plantea un futuro que Martín no ve lejano, ni mucho menos improbable.
Martín nos habla del heroísmo, porque es quizás el mayor aliciente para que el ser humano quiera seguir viviendo. Ser un héroe es un sueño mayúsculo que cualquier ser humano querría perseguir. Por otra parte, pese a que nuestra sociedad occidental actual es la más instruida de la historia y la que tiene más posibilidades de culturizarse con material a su alcance, no por ello hay menos estulticia, dice Martín.
Hace falta que llegue un Hombre Nuevo —así, con mayúsculas— para que reconstruya el mundo y lo convierta en un mundo feliz como lo expuso Huxley y como ahora lo introduce Martín, pues dice que la incapacidad de entender el sentido exacto de la vida es el problema que impide la creación de ese hombre nuevo. Y, además de la vida, qué es el ser humano. Y, concretamente, si es este bueno o malo por naturaleza como dijeron Rousseau y Hobbes respectivamente.
La felicidad, en definitiva, es algo que se busca desde siempre. La Constitución de Estados Unidos de 1776 fue la primera en albergar como un derecho no la felicidad, sino su búsqueda. A esta le siguió la Constitución de Cádiz de 1812 y muchas de las actuales establecen lo mismo. ¿Llegaremos algún día a ese mundo feliz donde no exista el trabajo para los humanos, donde el sexo no tenga una función reproductiva o donde la muerte no sea tal y como la conocemos? Quién sabe. Mientras tanto, leamos a Luisgé Martín.