Autor/a español/a · Narrativa

El malvado Carabel, de Wenceslao Fernández Flórez

El malvado Carabel (Espasa-Calpe, 1965), de Wenceslao Fernández Flórez.

La malvada suerte de Carabel.

El malvado Carabel (Espasa-Calpe, 1965), de Wenceslao Fernández Flórez, es un libro que me llamó atención por su edición (el azul es mi color favorito). Además, pese a ser una edición con más de cincuenta años, me recuerda a las que últimamente está sacando la editorial Navona, que a mí me parecen tan sencillas como bonitas. Este es un libro curioso, el primero que leo de este autor del que tanto he escuchado hablar. En él nos encontramos con Amaro Carabel, un joven trabajador de la banca y a su tía Alodia, con la que vive. La novela comienza poniendo a Carabel en dos encrucijadas. Primero, su novia Silvia, debido a que Carabel está todo el día trabajando, decide prometerse con otro hombre. Y segundo, un chivatazo que Carabel da con sus mejores intenciones propicia su despido del trabajo.

A raíz de ambos acontecimientos, Carabel decide dejar de ser bueno y volverse malvado (aunque desde el comienzo de la novela hasta que toma esa decisión no ha hecho nada bueno digno de destacar, ha actuado normal). Así, decide dejar de mostrarse débil ante los jefes y dejar de mostrarse cariñoso ante las mujeres para comenzar a robar. Sin embargo, en el primer intento de robo, se roba a sí mismo (sí, sí, como lo cuento). Y en el segundo, al abordar a un hombre de madrugada, este no se cree que Carabel sea un ladrón y se va tan pancho a su casa pese a los intentos intimidatorios de Carabel, que queda frustrado y decide dar un paso más.

Con el suicidio de una vecina, Carabel adoptará al niño de esta, Camilo, y lo obligará a mendigar por la calle, pero el primer día, Camilo se ha comprado (y comido) merengues con todo el dinero recaudado. Va enseñando al chiquillo algunas nociones básicas como que nunca debe acercarse a las librerías ni a los libros y que deje de sentir ternura por las cosas, pues, puede contemplar las bonitas plumas de los pájaros, pero también debe pensar que debajo de ellas hay una jugosa pechuga, y también le recomienda que no se dedique a pedir mendrugos de pan, sino que los robe directamente de las alacenas ajenas.

También se nos presenta un personaje llamado Ginesta, un policía que dedica las tardes a jugar a las cartas con la tía Alodia (que, mientras Carabel se inicia en el arte del robo sin éxito, se dedica a ensayar ejercicios hipnóticos para atraer la suerte). Será Ginesta un personaje esencial, aunque al principio nos parezca que no, y contará una historia asombrosa de un amor que tuvo en su juventud.

Sin embargo, Carabel no se rinde y decide ir a un hotel carísimo. Allí, entrará a robar a una habitación cercana a la suya, pero será sorprendido por sus huéspedes y huirá del hotel a la carrera y dejando atrás todas sus pertenencias. Un desastre total. Por eso yo creo que, más que hablarse de cómo un hombre bueno se intenta convertir en un hombre malo, este libro habla mucho sobre la mala suerte de Carabel, una desgracia que roza lo antológico, porque no solo no consigue robar, sino que siempre termina perdiendo más que ganando en sus intentos de robo. Luego, conseguirá robar una caja fuerte y probará mil métodos para abrirla, sin éxito (y le enviará una carta al dueño de la caja dándole la localización de la misma y felicitando a los ingenieros que la construyeron, porque no ha conseguido abrirla).

Al final, debido a una huelga en el banco y a la intervención aparentemente hipnótica de Alodia, Carabel es readmitido en el trabajo, donde se encuentra con su exnovia Silvia y con otro compañero, al que se le olvida la cartera en el autobús con unas cuantas decenas de miles de pesetas. Carabel, al descubrirlo, sale a la carrera del autobús y corre a devolvérsela, sorprendiéndose por lo que acaba de hacer. Y justo al final de la novela, Carabel se siente tranquilo porque sabe que Camilo (el niño que adoptaron) será mecánico y los mantendrá a él y a Alodia. Pero ese mismo día despiden a Camilo del taller porque lo pillan leyendo y escribiendo (es un lector voraz) a escondidas en el trabajo. Carabel, al leer el poema que el chiquillo ha escrito, exclama con preocupación y abatimiento que Camilo ha resultado ser un poeta vanguardista, y que serán él y la tía Alodia los que tengan que mantenerlo y no al revés.

El libro tiene una carga potentísima de humor. Con este ya van tres libros con carga trágica, pero también llenos de humor, y me alegra, porque valoro mucho este tipo de libros. También hay en esta historia una feroz crítica a la civilización, concretamente Carabel se queja de que haya revistas científicas, óperas y buques, pero que luego la gente de a pie pase hambre. Y también una crítica a los empresarios egoístas en la persona de los directores del banco donde trabaja Carabel.

«Si no pudiésemos perdonar, moriríamos de pena y de vergüenza de ser tan humildes», dice Ginesta en un momento de la novela. Y, lo más importante, es que Carabel consiga perdonarse a sí mismo, olvidarse de sus fracasos, de su frustración, de lo que ha perdido y no ha sabido conservar. Carabel debe afrontar su desgracia, alegrarse por la compañía de su supersticiosa tía y el empedernido lector Camilo. Y, así, seguir siendo bueno. El propio Ginesta decía también que un hombre bueno lo es desde siempre y para siempre, no es ningún mérito para él ser bueno porque es su condición y nunca podrá ser malo. Y Carabel asiente, quizá resignado, quizá esperanzado, pero nunca más malvado.

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