El rinoceronte y el poeta (Alianza, 2017), de Miguel Barrero.
Una revelación sobrecogedora.
El rinoceronte y el poeta (Alianza, 2017), de Miguel Barrero, es una novela. Que quede bien claro para quien se disponga a leerlo que es una novela, los hechos que se cuentan son ficticios, porque de no serlo supondría una revelación sobrecogedora e impactante. El texto, todo prensado en párrafos eternos en los que, de vez en cuando, encontramos algún punto y aparte, no se hace tan ameno como la historia que cuenta. Los diálogos que hay tampoco aparecen de la forma convencional, sino introducidos en el propio texto, todo seguido. Parece a simple vista que puede ser difícil de identificar un diálogo insertado en la narración, por así decirlo, pero el autor lo hace de manera que se lee normal, sin perderse.
El protagonista de la novela, el solitario y erudito Eduardo Espinosa, es un profesor español de universidad que viaja con frecuencia a Lisboa, su ciudad favorita porque lo retrotrae a su objeto de estudio, el gran poeta portugués Fernando Pessoa, el escritor de los heterónimos, el padre de las letras lusas de los últimos tiempos.
La novela gira en torno a Espinosa, que viaja a Lisboa porque ha recibido la llamada de Gonçalves, otro estudioso de Pessoa que le quiere contar algo muy importante en persona. Espinosa, imaginándose todo tipo de cosas, camina solitario por Lisboa (esta frase me recuerda al título de un libro, Un andar solitario entre la gente, de Antonio Muñoz Molina. Lo siento, tenía que nombrarlo), atisbando los monumentos y edificios que él tan bien conoce y sentándose en un bar cercano a una estatua de Pessoa que parece hablarle.
Así, Espinosa repasa para nosotros (los lectores) una breve historia de Portugal, comenzando por la llegada de un rinoceronte a Portugal en 1515, el primero que llegó a Europa. Espinosa nos relata cómo Alberto Durero pintó a este rinoceronte de forma un tanto artificial, y cómo en la capital lusa enfrentaron a la bestia contra un elefante para demostrar la ferocidad que poseían ese monstruo con un cuerno que acababan de llegar a Europa.
Pasando por la derrota de Sebastián I de Portugal en Alcazarquivir hasta llegar a la Revolución de los Claveles, Espinosa hace un repaso bastante ameno y, a la vez, interesante y completo sobre ciertos aspectos de la historia de Portugal, «un país niño» según el protagonista.
Aludiendo a su continua soledad, a su preocupación por quién se acordará de él cuando muera, Espinosa visita a Gonçalves y este le muestra un secreto importantísimo y muy revelador que me encantaría destapar (pero me voy a contener para invitarle a que lea el libro encarecidamente). Es un secreto que desmorona la moral y la vida de Espinosa, que al final de la novela se encuentra caminando por su queridísima Lisboa entre muchedumbres ingobernables que no saben siquiera quién era Pessoa. Y así dice la última frase del libro: «El sol comenzaba a ponerse lentamente, y los primeros reflejos del crepúsculo teñían de un color rojizo todo el fulgor de la decadencia más hermosa del mundo». Simplemente precioso.
Ha sido una historia de la que desconfié, pero al final me alegró leerla y ojalá hubiera una segunda parte o algo así para seguir disfrutando, porque me he quedado con ganas de más, de verdad. Recomiendo esta lectura aunque no le guste a usted, querido lector o querida lectora, Pessoa tanto como a mí.