Contra la España vacía (Alfaguara, 2021), de Sergio del Molino.
Cuando el partido político Más Madrid anunció que se presentaba a las elecciones generales con el nombre Más País, me sorprendí, aunque en cierta forma me lo esperaba. Si mantienes el nombre de la ciudad seguido del «Más», ¿por qué no mantienes el del país? «Más España» habría sido lo lógico, en mi opinión. ¿Habría perdido votos por llamar así a su partido? ¿De verdad la gente de izquierdas que pensaba votarlo no lo habría hecho por llevar la palabra «España», el país en el que se presenta? Es de locos. Fue una incoherencia, aunque prefieran llamarlo «Estado español», no poner «España» en el lugar de «Madrid».
Sergio del Molino (Madrid, 1979) reconoce en Contra la España vacía (Alfaguara, 2021) que votó a Más País, pero también piensa que esa nomenclatura fue un craso error, porque por la obsesión de parte de la izquierda de rechazar los símbolos nacionales, no alabar jamás ningún aspecto del país en que viven y evitar tocar la palabra tabú han alejado a muchas personas. Alguien podría decir que este rechazo es por la herencia del franquismo, pero eso ya huele a moho y se lo creen solo ellos mismos. Siendo de izquierdas, me da mucha pena ver a los partidos de izquierdas (o que dicen serlo) acomplejados y antiespañoles que hay actualmente en el panorama político español.
Entre las páginas de su último ensayo, del Molino habla sobre qué es España e invita a reflexionar sobre los asuntos no cerrados que dejó en sus otros ensayos: La España vacía y Lugares fuera de sitio. Este libro, en realidad, es un complemento a aquellos, pero no una segunda parte. Diferencia «patriotismo constitucional» y «nacionalismo» y desarrolla el tema de la insolidaridad de los nacionalismos del norte de España con respecto a las demás regiones (algo que está a la orden del día desde que España es España, pero se habla poco de ello porque hay que mantenerlos contentos y no enfadarlos).
El autor hace gala de su erudición y conocimiento en campos variados (no adrede porque no es un pedante, al menos desde mi punto de vista). Introduce anécdotas, datos históricos y pinceladas culturales, aunque es lo menos frecuente. Sobre todo, desarrolla temas como el nacionalismo u otros que rodean a la política española y cita a muchos estudiosos.
Comienza hablando del término «pijoprogre», de su origen y su comparación con personajes ficticios y su hábitat (que es la democracia liberal, donde los pijoprogres son ajenos a los cambios históricos). Cuanto más fuerte es el populismo, dice, más firme es una democracia liberal y más desplaza otros asuntos en el debate social. Por eso entiende que, desde 2017 (y antes, pero pongamos un inicio), el noventa por ciento de las noticias en medios vaya sobre política (moción de censura, encuestas electorales, procés… lo que quieras echarle, pero política al fin y al cabo).
El escritor, como es común en todos sus libros, habla sobre su propio pasado, sus padres y su infancia en un pueblo de Valencia. Lo hace a colación de las lenguas y los nacionalismos, en un capítulo triste. Los nacionalismos como el catalán, con su procés, su verborrea populista y demás cuestiones contaminan la política de un país y ralentizan las políticas sociales de verdadera necesidad. Menciono el catalán porque está de actualidad, pero también podrían entrar en juego el vasco o el español. Además, se retroalimentan. El nacionalismo español ha surgido con fuerza debido al nacionalismo catalán. Cuanto más alto habla aquel, más grita este, y así sucesivamente.
No solo habla de política, también, como es propio en un libro sobre la España vacía, de la diferencia campo-ciudad. El campo parece estar de moda desde hace ya unos años. Es lo guay, lo eco, para los emuladores del Walden de Thoreau, pero la realidad es otra. El campo contemporáneo es una construcción humana y el que vaya allí a vivir que no intente hacerse pasar por un eremita o alguien de vuelta a la naturaleza más primitiva y pura, porque no lo habrá conseguido.
Cuando habla de campo, naturaleza y rewilding, el libro se me hace más pesado porque me interesa menos. Si hablara del campo en relación con la política española o el éxodo, quizás sí seguiría pegado al papel como en el resto de los capítulos. Pero tratándose de una reflexión sobre la vida contemporánea en el campo, pierde fuelle. Por último, habla sobre la arquitectura de las ciudades de provincias de España y su relación con su desarrollo. Y menciona a Manuel Azaña y a su figura política como creadora del término «Transición», como un político que se granjeó muchos enemigos y al que la guerra asoló emocionalmente como a todos los españoles.
Del Molino ya habló de otro político, Alfonso Guerra, en su libro Calomarde, porque comparaba al exvicepresidente del Gobierno con ese político aragonés. Después de La piel, publicada en 2019, este libro vuelve con el Sergio del Molino ensayista (que me gusta algo menos que el novelista, pero no hay mucha diferencia). El que empapa de información al lector (a mí me encanta encontrar un dato o una cita en cada párrafo) al mismo tiempo que te cuenta hechos de la historia de España o de su propia historia con una prosa cercana.
Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): Este libro de Del Molino solo puede recordarme a otros libros suyos. La España vacía o Lugares fuera de sitio serían los ejemplos más claros porque los escribió él y en los tres trata temas similares. No he encontrado una prosa igual a la de Del Molino, y por tanto no podría decir ninguno más.

