La Desbandá. La carretera de Málaga a Almería y otros escritos (Pepitas de calabaza, 2022), de Norman Bethune y traducido por Natalia Fernández Díaz.
Quiero dedicar esta reseña, así como dar mi más profunda gratitud como malagueño y como ser humano, a Norman Bethune, Hazen Sise y Thomas Worsley por su entrega a mi pueblo, a la gente de mi tierra, a mis paisanos y, sobre todo, a los más necesitados de cualquier parte del mundo.
En febrero de 1937, las tropas franquistas entran en la provincia de Málaga. Republicanos y civiles huyen por la carretera que va por la costa hacia Almería mientras son bombardeados por los aviones alemanes y los submarinos italianos. La República abandona al pueblo a su suerte, alrededor de doscientas mil personas a pie de una provincia a otra, y quizás más allá. Los sublevados, cuando entran, se ceban con la población, desarmada e indefensa, ya sean niños, ancianos o mujeres.
El médico canadiense Norman Bethune (1890-1939) estuvo en la Desbandá, que es el nombre popular para este éxodo civil, también conocido como la masacre de la carretera de Málaga a Almería. En La Desbandá. El crimen de la carretera de Málaga a Almería y otros escritos (Pepitas de calabaza, 2022, con traducción de Natalia Fernández Díaz), se recogen varios textos desde la perspectiva de Bethune, testigo de la mayor masacre contra población civil de la guerra civil, así como fotografías. De las doscientas mil personas que se calcula que huyeron, se cree que unas dos mil o tres mil pudieron perecer por el camino debido a los ataques, al hambre y al cansancio, aunque no hay cifras exactas de ninguno de estos datos.
Bethune dedicó su vida al auxilio sanitario en la Primera Guerra Mundial —cuando estuvo de camillero en Ypres, en Bélgica, ciudad que visité poco antes de leer el libro sin saber esto—, en la Guerra Civil española y finalmente en la guerra de Japón, donde encontraría la muerte. Estuvo en la Desbandá junto a su compañero Hazen Sise, que fue fotógrafo y tomó algunas de las imágenes existentes del macabro suceso, que son pocas. Ambos, junto a otro hombre llamado Thomas Worsley, participaron en el camino llevando heridos a hospitales o tratándolos allí con un camión de transfusión sanguínea de Canadá.
En la primera parte del libro, se incluyen algunos textos donde se deja traslucir el pensamiento de Bethune. Por ejemplo, su apoyo a un sistema universal de salud en el que no se discrimine por capacidad adquisitiva a los enfermos o usuarios. Y la segunda parte son sus memorias sobre la Desbandá. Son escritos breves y aglutinados donde Bethune anticipa la victoria de los republicanos (sic) y la importancia de la guerra, pues si son derrotados, algo que no cree que ocurra, el mundo se sumirá en la Edad Media, como dice. Hace de sus textos proclamas y ruegos de lo que se necesita con urgencia: médicos, enfermeras, lugares de convalecencia, material… siempre con un tono de lucha, furor y ganas de seguir adelante y lograr la victoria.
Bethune narra la rutina de la guerra de España: primero en Madrid; luego, en Almería, donde escucha noticias sobre Málaga, y finalmente en esta última provincia. Cuando va en coche con sus compañeros, comienza a ver a los primeros huidos, personas de todas las edades que llevan encima lo que pueden en burros, o ni siquiera eso, y que van completamente agotados y resignados. Bethune quiere pensar que los republicanos y las Brigadas Internacionales se están reagrupando para recuperar Málaga, que ha caído en manos de los fascistas. Pero su mirada entonces se centra en la fila de gente, que llega a los treinta kilómetros de largo, que huye. Y, sin embargo, predomina el silencio. Humanos y bestias por igual. Hombres a caballo y algunos milicianos desarmados y con el uniforme roto y ojos de derrota. Miedo, mucho miedo.
Bethune ve cómo unos llevan a otros como pueden cuando se quedan por el camino y no pueden continuar. Llevan varios días con sus noches a pie —en febrero, recordemos— y pasándolo a la intemperie. Como dice Bethune, «no había derrota, sino un derrumbamiento». En cuanto al rescate de personas, se lamenta: «era como pretender vaciar el océano con un dedal». Sin embargo, él y sus compañeros dedicaron cuarenta y ocho horas sin descanso a transportar civiles. El sentimiento de que no era suficiente era frecuente, y las visiones, catastróficas. El médico relata, por ejemplo, la impresión al ver el cráter de una bomba con restos de seres humanos en el fondo.
Una noche, Bethune y sus compañeros vaciaron todo lo que llevaban de material y se encargaron de llevar a niños a Almería. Narra la desgarradora súplica de un padre que le pide que se lleve a su hijo porque no iba a llegar vivo a Almería, que lo llevaran allí, dándole su nombre y encomendándole su suerte a esos desconocidos. También cómo metió en el camión a una mujer que no podía andar más. Cita de ella aspectos concretos como las venas varicosas. Eso me ha recordado a mi bisabuela Pepa, de venas varicosas y que creemos que hizo el camino de la Desbandá. Podía ser ella. Me fue imposible no emocionarme al pensar en esa posibilidad y leer a Bethune decir que quería rescatarla porque podría haber sido su madre. «Una madre de España, y por lo tanto a mía», dice. No cabe duda de que Bethune quiso mucho más a los españoles que aquellos que luego se proclamaron defensores de la patria y que asesinaron a sus propios hermanos.
Tras este testimonio, hay una crónica de lo sucedido que se publicó originalmente en 1937 en Ediciones Iberia y que tiene una introducción de Alardo Prats. Como se dice en ella, fue «el aterrador éxodo de toda una ciudad que prefirió mil veces la muerte antes que someterse a la criminal tiranía del fascismo».
Luego, se introduce una conferencia sobre medicina socializada que Bethune dio en Montreal. En estos textos, hace una defensa a ultranza sobre la medicina social y la crisis que esta atravesaba mientras los escribe, debido a la crisis económica y a la del capitalismo universal. Critica que la medicina que se estaba haciendo entonces era un producto de lujo y propone cambiar el sistema económico. También denuncia el individualismo y defiende una sociedad cooperativa. Dice que es una vergüenza enriquecerse a expensas de las miserias de nuestros semejantes y rechaza la caridad. «Hace veinticinco años era deleznable ser tildado de socialista. Hoy es absurdo no serlo», concluye.
Sobre su estancia en China, pocos meses antes de su muerte, narra su experiencia en un hospital, critica las guerras y lamenta que unos obreros de un país vayan a matar a los obreros de otros sin que ninguno de ellos saque beneficio. Dice ser el único médico para trece millones de habitantes y ciento cincuenta mil soldados en una ciudad china. Cuando iba a regresar a Canadá, durante una operación se hizo un corte, se infectó y murió de septicemia. En la última carta que escribió, y que se incluye en este libro, le dice al destinatario: «Te veré mañana, espero». Pero no pudo ser así.
El prólogo de Natalia Fernández Díaz es una oda a Norman Bethune, ese ángel de la guarda que intentó ayudar todo lo que estuvo en su mano a los pobres e indefensos civiles en conflictos internacionales. La prologuista y traductora comienza hablando sobre una estatua de Bethune que hay en Montreal y sobre la figura del propio médico. Él odiaba el sistema de exclusión en que se basaba el mundo de entonces. Tras terminar sus estudios en Medicina y padecer una tuberculosis, de la que se curó en parte gracias a su propio conocimiento e invención, empezó a comprender que la enfermedad está relacionada con la pobreza. No siempre, pero sí con mucha frecuencia.
El principio vital de Bethune era ayudar al más débil. Se afilió al Partido Comunista y emprendió un periplo por China, donde conoció personalmente a Mao. Su vida estuvo llena de polémica tanto por sus amantes como por algunas acusaciones que se intercambiaron, pero siempre intentó recaudar dinero y recabar apoyos para las democracias y los más necesitados. La estatua de Montreal fue un regalo de China, donde se veneraba su figura.
Para mi Trabajo Fin de Grado (TFG), una compañera y yo hicimos un reportaje audiovisual sobre la Desbandá. Entrevistamos a tres supervivientes, entre otros. En uno de sus textos, Bethune narra cómo pasan por campos de caña de azúcar, algo que me recordó al testimonio de Salvador, uno de los supervivientes que entrevisté y que en paz descanse.
Siempre ha sido un tema que me ha interesado, quizás porque mi bisabuela pudo estar allí, y porque si no estuvo ella, sí hubo paisanos míos y, más importante, seres humanos. Es algo poco conocido como hice saber en mi TFG porque no interesaba a ninguno de los dos bandos: al sublevado por la matanza que hizo y el republicano por haberlos dejado abandonados. Además, aquellos que huyeron, al vivir en el franquismo sentían vergüenza y temor de decirlo y tampoco lo proclamaban.
Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): Evidentemente, este libro me ha recordado a otros sobre la Desbandá, algunos de ellos reseñados en este blog: Las fotografías de la Desbandá, de Jesús Majada; La Desbandá y Después de la Desbandá, de Luis Melero, o la novela El luto de los gigantes, de Santos Moreno. Mientras está ingresado en un sanatorio, recuperándose de su tuberculosis, Bethune pinta un mural, según dice, se un metro y medio de alto y dieciocho de largo, lo que me ha recordado al mural que pintó Fernando Oreste Nanetti en el manicomio de Volterra, tal y como se narra en el libro La canción de NOF4, de Raúl Quinto.

