Autor/a extranjero/a · Narrativa

La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares

La invención de Morel (Alianza, 1999), de Adolfo Bioy Casares.

En el ocaso del siglo XIX, H. G. Wells publicó una novela que tituló La isla del Dr. Moreau. Casi medio siglo después, el argentino Bioy Casares publicaba La invención de Morel, que contenía trazos que recordaban, inevitablemente, a aquella obra de Wells empezando, por ejemplo, por el nombre de los protagonistas —Moreau en la obra de Wells y Morel en la de Bioy—.

En la historia de Bioy Casares, el narrador es un hombre que vive en una isla apartada de toda civilización conocida. Prologada por Jorge Luis Borges, que la califica de «perfecta» a la novela, se nos presenta un relato brevísimo narrado en primera persona donde se nos cuenta la rutina y los pensamientos de un individuo alejado de la sociedad mientras su vida discurre tranquila allí.

Sin embargo, un día descubre intrusos en la isla, a partir de lo cual la personalidad del narrador empieza a salir a la luz, ya que, por cómo se esconde de esta gente, temeroso de que pudiera tratarse de la policía, parece que estuviera escapando de ella y que esa fuera la causa de que hubiera ido a parar a aquella isla.

Entre los nuevos habitantes descubre a una mujer pintoresca que suele sentarse en la playa. Intenta acercarse a ella, le habla con cierto recelo —es el primer contacto humano que tiene en mucho tiempo—, pero Faustine —así descubre que se llama— parece ignorarle. Un día, la mujer va acompañada de un hombre al que ella llama Morel.

Una vez que el lector se da cuenta de que el Morel del título no es el narrador, sino otro personaje, se percata de que es el momento de reflexionar, porque los papeles no han sido adjudicados como el lector esperaba.

El narrador parece enamorarse de esa mujer solitaria que se sienta a contemplar cómo las olas rompen contra la orilla. A ella y al resto de personas las observa amparado por su conocimiento de la isla, aunque también parece ser invisible para ellos, pues cuando aparece entre la multitud, nadie parece percatarse de su presencia.

Así, integrado en ese extraño grupo, acudirá a un importante discurso que dará Morel en el edificio donde todos ellos se alojan. Allí anunciará su invento. Sí, el del título. Por cómo lo describe se trata de un holograma muy avanzado que permite proyectar imágenes en movimiento de personas que parezcan reales en cualquier lugar y en cualquier momento: una máquina que los mantiene vivos eternamente en esa isla. Así, «supuestamente vivos», quedarán todos ellos en la isla una vez que se hayan marchado de ella al día siguiente.

Cuando el narrador se vuelva a quedar solo, aún reflexionando sobre lo que acaba de pasar, verá que es real, que el invento funciona, y que las personas de carne y hueso que ayer se marcharon en barco hoy se pasean entre las grutas de la isla, solo que no son reales. Pero el narrador le encontrará una ventaja a este acontecimiento: podrá observar a Faustine todo el tiempo que quiera, asegurándose de alguna manera la eternidad junto a ella.

La novela, pese a su brevedad, es tremendamente compleja de explicar en una crítica o reseña, e incluso es difícil de entenderla cuando se lee, sobre todo por la propia dificultad del invento. Llega un momento en el que la realidad del narrador se confunde con las imágenes irreales en esa amalgama de ciencia ficción y novela filosófica donde se habla de la ética de mantener las imágenes, así, eternamente, así como sus pensamientos y sentimientos. Asimismo, no profundiza en el desarrollo de los personajes más allá del narrador, en cuya psicología sí ahonda y consigue crear una red sinuosa que produce una visión borrosa en el lector.

Al final, el narrador hará una oda al que parece ser su país de origen, Venezuela, y criticará el estado militar en el que este está sumido y donde le gustaría vivir junto a Faustine. Bioy Casares es argentino, y quizás esté haciendo una crítica a su país a través de la ficción de esta novela —sin duda su obra magna junto a El sueño de los héroes— donde se funden la soledad, la añoranza y el amor.

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