Malaventura (Impedimenta, 2022), de Fernando Navarro.

«Lo que me despertó no fueron sus gritos», dice el narrador del primer relato de Malaventura (Impedimenta, 2022), Premio Setenil 2022. No cabe duda de que no fueron los gritos, pues en este conjunto de relatos lo que predomina es el silencio, un silencio espeso, pastoso, que cuesta tragar. Lo que sí se traga bien es la sangre, abundante en estas páginas escritas por Fernando Navarro (Granada, 1980) y precedidas por una cita de tía Anica la Piriñaca que dice: «Cuando canto, me sabe la boca a sangre».

Este libro es un wéstern ácido con aire español, puesto que los relatos que engloba están localizados en el sur del país, entre Granada y Almería. En ellos, se respira una atmósfera de silencio, tensión, crueldad y violencia donde se rememora la infancia y también pasiones como el deseo. Este es un romancero donde hay héroes y villanos y donde lo real y lo irreal se mezclan hasta hacerse uno: cazadores, fortuna (sobre todo mala fortuna), venganzas, brujería, avaricia, fantasmas del pasado e incluso la Guardia Civil.

La narración de los relatos está en primera persona, lo que facilita la cercanía y la empatía, haciendo de este libro un relato oral de historias de bandoleros, atracos y leyendas. La descripción de los personajes, con apodos y características genuinas, así como de los olores, aspectos y vicios, aportan solidez a unas historias sórdidas y llenas de habladurías, rumores y pueblos antiguos y pequeños donde todos se conocen y las iglesias no son turísticas.

Los relatos de Malaventura nos hablan sobre cómo al final las cosas siempre terminan mal. Expone episodios de la historia negra de una región y de todo un país. Desde un hombre colgado de un árbol que muestra síntomas de locura y pérdida de noción e identidad, pues está en una situación extrema, hasta un personaje al que le da igual el arte y solo le importan la violencia, el dinero y el sexo. En estas páginas también hay mucha gente sola y enferma de la que nada se sabe. Gente desgraciada a montones. Cuando alguien muere, las moscas se acercan y la gente se aleja.

En este libro reluce el «haz el mal y no mires a cuál» como contraposición al refrán «haz el bien y no mires a quién». Por ejemplo, el relato Martinete, de apenas dos páginas, es una cancioncilla que habla sobre el anhelo de que todo acabe, el mundo incluido, que sea el fin y que sea a través de la destrucción. Por otro lado, hay un personaje con ansias de huida que envidia a las golondrinas porque se marchan de ahí mientras que él no puede.

En otro relato, se habla sobre la obligación de marcharse del lugar donde se ha vivido, dejando atrás todo tipo de objetos personales y de gran valor sentimental: desde peluches hasta herramientas y álbumes de fotografías. También hay una crítica cuando se narra que debido a la diferencia de clases y a las injusticias se tienen que dejar atrás los recuerdos propios porque a cambio se les ofrece dinero, tan necesario.

También hay mujeres a las que la niñez les duró poco porque enseguida tuvieron que dedicarse al hogar y a sus maridos y a obedecer en pueblos y épocas remotas. En la historia que trata sobre la inundación de un pueblo por un embalse, se queda solo un caballo viejo abandonado, y en otro relato más adelante hay una matanza en un pueblo y solo queda un burro, por lo que establezco cierta conexión aunque por motivos diferentes: los animales al final son los últimos habitantes.

Navarro emplea palabras del dialecto andaluz como «exagerá» y «rarica» y otras vulgares como «bujero». Introduce la violencia en el lenguaje, articulado de forma coherente y verosímil, y es a través de este que construye las historias. Dibuja imágenes y crea lugares comunes, como cuando dice que las mantas que más abrigan son aquellas más feas, sin coloridos y con dibujos más feos.

Fui piedra es mi relato favorito por lo bonito y enternecedor que es. También porque enciende una llama, que puede ser el amor o la esperanza, en la oscuridad, que puede ser la muerte o el abandono. Ese relato habla sobre cómo somos en el fondo y sobre esos niños que no pudieron ser niños y ahora son hombres malos. Ana María Matute decía que un adulto es lo que queda del niño que fue, y al final nosotros somos esa herencia, como los objetos que una vez, limpiándolos, se rompieron por una esquina y así permanecen el resto de su vida útil.

Una obra siempre corre el riesgo de morir de éxito. Malaventura es un catálogo de etiquetas que pueden confundir al lector o crearle expectativas que luego no se ajusten a lo que se interprete. Por ejemplo, se ha dicho de ella que mezcla a Cormac McCarthy con Federico García Lorca y que tiene aires de Quentin Tarantino y Sergio Leone. Si rascamos hasta abrir la cicatriz y hacer saltar la sangre, sí, tiene todo eso. Pero yo lo que detecto, y lo que salta a la vista, es un estilo personalísimo e incomparable, el de Navarro, guionista de cine y dos veces nominado a los Oscars, que crea un mundo aparte con sus propias reglas y donde poco puede asimilarse a cualquier otra cosa conocida.

Las comparaciones son odiosas o… si te gustó este te gustará aquel (siempre salvando las distancias): El primer relato va de un personaje que vive en una cueva y se deja ver poco, lo que me ha recordado a la canción El probe Migue (también me ha recordado por ese habla andaluza del título y de la propia letra de la canción) de Triana Pura. Uno de los relatos habla sobre un bandolero llamado Morato a cuyo compañero han matado y que ahora está en busca y captura, y me ha recordado al Romance de El Pernales, una canción de quince minutos que me encanta escuchar. Hay un personaje que huye en tren tras matar a una mujer y me ha recordado a La Biblia de neón, de John Kennedy Toole, por la escena del tren, aunque el protagonista del libro de Toole no huye por un asesinato. Además, yo leí este libro mientras iba en otro tren, en el AVE Madrid-Málaga. Uno de los relatos trata sobre la inundación de un pueblo por un embalse y el traslado de los vecinos a un pueblo nuevo, lo que me ha recordado al libro La marca del agua, de Montserrat Iglesias. En el relato Bisonte, el personaje de la amada de Silverio huele a violetas según se dice. El mismo día que leí eso fui al Cementerio Inglés de Málaga. En una de las tumbas, de una niña llamada Violeta, la poeta María Victoria Atencia había escrito unos versos y en la lápida ponía: «Lo que viven las violetas». Por último, en uno de los relatos el personaje de la Jacoba dice «Grabié» en lugar de Gabriel, lo que me ha recordado a mi abuela paterna, Antonia, que en el momento en que escribo esta reseña (diciembre de 2022) sigue viva y sigue diciendo «Grabié» para referirse a un familiar lejano.


Deja un comentario